lunes, 22 de diciembre de 2014

Mirando el Álbum de fotografías; Mi abuela.


Et je vivais la nuit                                                 Y vivía la noche
Sans compter sur mes jours                      sin pensar que mis días
Qui fuyaient dans le temps.                           huían con el tiempo.


(Aznavour) 

¿Mi juventud? Puedes quedarte con ella.

(Groucho Marx)
      

       Por el empeño de mis mayores en que aprendiéramos de todo incluso lo no aconsejable, éramos; mi mujer y yo, de los que pensaban como Groucho Marx respecto a la juventud. Hace mucho que se nos curó esa deliciosa enfermedad que nunca repite curso, que deja ebrio de resignación mal asimilada.


            Me casé tan joven, con respecto a lo que se estila en estos días que estaba más para ser educado que para educar. En esta foto esa preciosa muchacha que aún duerme junto a mí no tenía más de  veinte años y ya sabía lo duro que se habían hecho nuestros mayores, víctimas del desarrollismo egoísta después de tantas carencias, si además te cogían en fuera de juego eran capaces de hacerte vivir la sensación de estar enfrente del pelotón de fusilamiento que apuntaba al coronel Aureliano Buendía; las palabras son dardos cuando se las utiliza en un momento oportuno.




       Ahora soy un muchacho de cincuenta y cinco años, una vida y media me separa de esta foto en la que aparecen muchas personas que me son queridas. Una de ellas, mi abuela, se fue en 1989, no recordaba haberla visto nunca en una iglesia, no era creyente y detestaba a las que iban todos los días a misa, las llamaba con una carga peyorativa de profundidad beatas, pero no eran dichosas aquellas mujeres que de ello ejercían, hablaban mal de los vecinos.

        Mi abuela, sin embargo, encendías mariposas a una urna de la virgen que pasaba de casa en casa escuchando prédicas y decía  siempre con orgullo que su madre ayunaba desde el Jueves Santo de madrugada hasta el Sábado por la tarde. Ella no tenía fe, la vida la trató de una forma despiadada, perdió a su madre y a su hijo pequeño de una manera demasiado cruel, como para dirigirse al Dios al que se le pide que ponga pruebas como las de Abraham. De todas formas exigía a los que creían que lo hicieran con esas ganas de fustigarse de los peregrinos medievales más radicales con la visión del Valle de lágrimas. Como a Franco el concilio Vaticano II le había llegado sin enterarse de la apertura al mundo de la Iglesia y con demasiadas alegrías; no soportaba que los jóvenes del barrio cantaran acompañados de guitarras en el templo de Todos los Santos, tan pequeñito él y castigado en su parte trasera por el mar en los temporales de levante tan frecuentes en mi tierra. 

       Mi abuela no soportó nunca a la muchacha que se había casado conmigo, en realidad solo soportaba a mi madre que hacía un uso excesivo de su mal genio e inflexibilidad para criarnos, y mi tío demasiado hombre de esos años  que no fueron muy amables y por extensión a su mujer, para que él no se enfadara. Tenía una predilección especial por mí, supongo que por tres razones; porque hablaba muy fino, porque casi nunca estaba enfermo y porque siempre iba desaliñado. 

     Mi familia era con diferencia la menos desfavorecida entre la mayoría de pobres, yo quise identificarme con mis amigos de siempre. Sobra decir que los dueños de las fábricas conserveras, los de los bares, había hasta tres en veinte metros a la redonda, los tenderos y los delatores, dos familias en concreto, tuvieron antes que nosotros un televisor, coche y todo lo demás.

       Se marchó de entre nosotros un buen día durante el Tour que Perico perdió por despistarse en la etapa prólogo. A mí me siguió persiguiendo con saña hasta que la locura avanzara tanto que ya no era ella, me miraba y no me reconocía. Curioso fue que con mi mujer había hecho las paces desde que empezara a perder la cabeza sobre todo al caer la tarde. Después de haber superado un ictus y con demencia senil, le pedía que fuera a cuidarla porque era tierna y paciente con ella, le devolvía con rosas sus pretéritas espinas;si hay alguien que comprenda la vida sin paradojas que me lo diga.

       Para finalizar me gustaría aclarar que esta mujer, extraña que me ha dejado tanto de la cultura popular, para castigar solo utilizaba la lengua, ni a mí ni a mis hermanos nos puso nunca una mano encima. 

      Una cancioncilla que nos enseñó decía algo así; El cura de Castillejos / le ha hecho un hijo a mi madre, / Dios bendiga a ese cura / ya tengo un hermano fraile.



Mirando el álbum de fotografías
me recuerdas a María de Escocia,
siempre dije que tenías algo regio
en la mirada. 

(Lou Reed)

22/12/2014

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.