viernes, 31 de marzo de 2017

Ya aprendí que el corazón




Ya aprendí que el corazón se desespera
en la negrura espesa que acaricia el abismo
del dolor y la amargura
cuando grita y no puede destruir el muro
que levantan las ruinas.

Tu corazón se me presenta
como una niña maltratada que mira recelosa
desde la esquina que doblaba hacia su casa
y ya no reconoce los tejados y las nubes,
los rostros que se cruzan
y no puede avanzar por el peso de las sombras
de su culpa proyectada en las aceras.

Esa niña se rompe en una lágrima
que no será enjugada por un pañuelo amigo,
 reza en la línea que separa los lirios del monte,
y piensa que todo lo que amaba
se ha perdido sin remedio.

Nocturno del Paseo de las Palmeras (XVI)



Ya sé que el olor del mar de la bahía

me evocará esos días que anduve y despertaba,

me traerá esas noches de llovizna,

de hueco, de melancolía

cuando el Paseo de las Palmeras

me parecía tan largo,

la gente tan vacía.



Ya sé que entonces inundará mi rostro

el vendaval errático que sufre tu agonía,

que caerán los minutos

que no vuelven en la esfera,

que los muertos estarán más cerca de la barca

anclada de tu alma que cruza la bahía,

que las espinas estarán más cerca de mi frente,

que los senos caídos se erguirán para siempre

y pensaré de nuevo en Eleanor Rigby.



Ah Look at all the lonely people.[1]



[1] ¡Ay, mira a toda esa gente solitaria!

Antiguo Patio (XVII)

Te viví sin saberlo y aún me duelen tus lágrimas,
aún preguntan tus ojos
 por  un amor herido
en los escaparates curvos de los deseos,
en las escalinatas de los sueños perdidos.

Ya no puedo mirar los soles del recuerdo
sin temblar en la sombra
de tus brazos tendidos,
sin pedir la sonrisa tierna que me negaste,
sin soltar las amarras del fulgor amarillo
dibujado en tu frente
en un alto camino
que me lleva despacio hacia tus pensamientos
y abrocha los cordeles de unos anhelos límpidos.

Ya no puedo arrancar los sueños que pasaron
dejando tus jarrones
sin amor, sin olvido,
pero vuelvo a tu rostro como una rosa ardiente
que llora cuando clama
en un verso sentido,
que guía a la mañana al último poema
que no supe escribirte
y siente el resplandor de un sentimiento íntimo. 

(Excepto 1ª estrofa 17 de octubre de 2016)

Nicola di Bari - I giorni dell'arcobaleno



         Era el año 1972, en el campeonato de Europa de la canción solía ocurrir que los jueces solo tenían oído para canciones pop intrascendentes con un buen estribillo. Italia, Portugal e, incluso, España, se empeñaban en llevar lo mejor que tenían para que se engancharan en el vagón de atrás. No querían pensar en la saudade de Amàlia Rodrigues, la incomprensión de Domenico Modugno mientras miraba su casillero vacío con una joya, ni en los buenos puestos que conseguía Raphael entre mediocridades. La Europa latina dejó canciones inolvidables mientras algunos ganadores no son recordados con toda justicia ni por la gente de su barrio.

         Pocas veces se ha descrito con tanta belleza y sentimiento la entrada en la adolescencia de una niña que soñaba con ser mujer ni la tristeza del amante que ha dejado de ser el objeto de su deseo. Una maravilla que cuenta con una versión en español esplendorosa. Nicola dijo y demostró que se sentía dichoso cuando cantaba en nuestro idioma.

Domenico Modugno - Il maestro di violino



       Clase es una palabra que no podemos definir pero que se muestra de una forma tan arrolladora cuando se tiene que nos rendimos a ella. Modugno en sus últimos años la derrochaba con una humildad que podía parecer contradictoria. Su Manhattan es tan sencilla, sentimental y clara que nos lleva a sentir el calvario de un maestro de violín que puede tocar las cuerdas y no lo hace por miedo a romper alguna, amores imposibles y soñados que son los más bellos. Es el italiano, sin duda, el idioma que mejor entendemos los españoles, creo que no es preciso reproducir la excelente versión en español para que comprendamos los largos clavos que crucifican a los dos amantes.

jueves, 30 de marzo de 2017

Aquel niño (XV)

Aquel niño que fui vivió de otro silencio,
entre montes y mares
quedaron repartidos
sus amores, sus juegos,
y aquel anochecido desvelo de la tierra
que nunca lo buscaba y siempre florecía.

Ahora vive exiliado en un barrio dormido
que baraja la sombra
 de la muerte que brama
en el madero tosco de los crucificados
que siembran los caminos
de aquella ensoñación de la tierra que pesa
como el recuerdo herido de una ilusión ignota,
como el árbol que crece en medio del espanto.

Cartones por los suelos, coches en las esquinas,
trovadores sin sueño que luchan en la muerte
para sentir la vida que vibra en otro instante
para reconocerte en un milagro tierno.

Aquel niño que fui permanece encantado
por el gemido intenso de una pena que grita
por las vías sin trenes, por la quietud que pasa.


En tus ojos de olivo
siembra la tarde
vuelos de mariposa.

Aquel niño que fui
tus alas busca
por el alba inundadas.