martes, 30 de mayo de 2023

La camarera del Titanic

Quiero dedicar este poema
a toda mujer que se ama
durante un instante secreto.
(Antoine Pol)



Reconozco que cuando vi esta película atravesaba el apogeo de una deriva sentimental, ello propició que lo magnificara todo, que hasta canciones que hoy no escucharía ni por casualidad me llegaban muy adentro.

Bigas Luna gusta o no gusta, así suele ser con los grandes, hay gente tan estúpida que no soporta a Bergman, y él no lo es; siempre con sus traumas que transpiran a sexo con una carga profunda de fetichismo trasnochado en los que muestra el desvarío de su fragilidad y de sus heridas de adolescente traumatizado por sus primeros pasos que no debieron ser muy afortunados, y se nota demasiado. .

Disfrutemos y que no sea a través del dolor. Esta película me gusta porque el director aparta sus obsesiones, hay dolor de acuerdo, pero es un dolor romántico, sensitivo y, a veces, distante, como si nos avergonzara haber querido o mostrar nuestra indefensión ante los sentimientos. La película está rodada en la lengua del amor y el olvido. No conozco mucho a Olivier Martínez, pero apostaría fuerte para afirmar que hizo el papel de su vida y se enamora de un sueño naufragado, su mujer es vulgar y le pone los cuernos y, como prosaica que es, quiere recoger los beneficios de la aventura que casi no fue de su marido, a nadie le importa que no sea una mujer hermosa, ya que lo es mientras el soñador cuenta su aventura. La leyenda se va ensanchando y hasta los parroquianos, y el propio protagonista de la nada, va creyendo que fue lo que nunca pasó.

No me hablen de realidad cuando hablen de cine y menos con una película tan especial (nunca hubiera adivinado que estaba Bigas Luna detrás de ella) que crea una parábola de la propia vida perdurable; abundan los pringaos, Olivier es uno de sus campeones, putas que apenas insinúan unas ligas de madera y mujeres honradas que se acuestan con alguien y fingen que pueden nadar entre las olas de aquella que se refugia en el misterio y el amor fugaz que nunca queda, al menos en este caso, Brassens no estaba allí y nos quedamos con el deseo de que compartieran cama y un poco de amor.

Nunca vi tan hermosa a Aitana. Habría sido hermoso que hubiera viajado a Los Ángeles o a Nueva York y tuviera que enfrentarse al Tom Cruise de "Eyes Wide Shut".y al demonio de los celos del bajito más guapo del mundo.

La pobreza es contagiosa y cruel, Bigas Lunas no es Buñuel, pero en este fracaso de crítica y público, encontró su momento, como un sucedáneo aceptable que se burla  de la tristeza, porque según el de Calanda quien está triste es porque se lo ha merecido; es cierto, él era muy triste.

Es una historia de amor dramática de un don nadie que soñó que rozaba la mano de una diosa inaccesible, después tuvo que poner los pies en el suelo e ir de feria en feria contando sus hazañas mientras su mujer hacía caja. Si pensamos en el mundo de todos los días nos encontramos con una historia infumable, hasta cursi y trivial, si pensamos en un sueño diríamos que es casi eterno.  Y, en el centro de todo,la piel de Aitana que envidian las vírgenes de Giovanni Bellini.

Aitana es una ladrona que roba el corazón de quien perdió y no vuelve a encontrarlo.

Guion
    Cuca Canals, Bigas Luna. Novela: Didier Decoin

Un hombre del Renacimiento (no como fue sino como debería haber sido) perdido en la regresión de una modernidad sin alma


Hace unos días leí un artículo que una joven redactora.En la reseña decía que Saint-Exupéry había maltratado a su mujer, Consuelo Suncín, no dándole el mínimo beneficio de la duda; los muertos no suelen quejarse.




        Acercarse a Saint-Exupéry y además hacerlo en tres de sus facetas más desconocidas; un ejemplar ensayo epistolar, unos estupendos artículos periodísticos y un relato costumbrista y exótico basado en la realidad dramática del colonialismo franco-español en Marruecos, no es fácil y menos aún si se pretende acompañarlo con un intento sincero de comprometer un poco su imagen de santo laico o místico sin Dios[i] e indagar en aquellos puntos menos comprendidos y amables de su comportamiento en el período de tiempo que comprende desde los primeros días de octubre de 1938 a mediados de junio de 1943[ii], que serían los años más amargos de su vida y luminosos en su obra, a los que debe, en gran parte, la fuente inagotable en la que fluye su inmortalidad.

Estas fechas son  las  que  van  desde  algunos  de  sus últimos  artículos periodísticos, propiamente dichos, y la publicación de “Carta a un rehén”, cuando ya estaba luchando junto a los aliados, con la oposición radical de Charles de Gaulle que la justificaba sibilinamente por sus problemas de salud, por la libertad de su patria y hacía unos tres meses que había dado fin a su complicado y tortuoso exilio americano.

       No es fácil indagar en esta experiencia sin que exista el temor a la equivocación, ya que estamos ante un autor totalmente implicado con su tiempo[iii], uno de los más exaltados y turbulentos que se conozcan, en el que se cometieron los crímenes más espantosos contra la humanidad, en el que la mayoría de los hombres no entendían ni respetaban las posiciones que no fueran las suyas propias o las de sus correligionarios.


El último gran amor que perdería el nombre en 1944.


Saint-Exupéry no quiso entretenerse en los entresijos enrevesados de la política, desilusionado y aburrido como estaba con ella y con el tipo de hombre que la representaba, pero, parece ser, que hubo un momento en el que pudo jugar un papel importante en ella[iv].

Su proyección como escritor le exigía dar una vuelta de tuerca más a los recursos comunicativos, llevado por el convencimiento de que el lenguaje, por solo, no podía transmitir un mensaje sin que se perdiera sustancia por el camino. Por eso intensificó el uso de la poesía, el dominio de la metáfora que arrasaba lo real hasta convertirlo en un sueño perdurable en el que nadie sabría la procedencia de las palabras sino su verdadero significado en un contexto irremplazable y de la música, ya que agita corazón y hace llegar en su tono oportuno lo inexplicable. Un último paso lo daría en “El pequeño príncipe” añadiendo la imagen gráfica de sus acuarelas.

       Él solía decir que no forzaba la imaginación cuando traducía, con brillantez y sentimiento, un mundo plagado de imágenes5, que, simplemente, se limitaba a reproducir fielmente lo que veía cuando volaba creando alegorías con los elementos humanos y naturales6 que destacaban por su carácter simbólico y que parecían cobrar vida al asociarse con fluidez con lo que querían representar cuando se contemplaban desde las alturas.
La aviación aparece poco en las obras que comentamos, pero cuando lo hace está revestida de tragedia y eternidad efímera. Destacaría cuatro pasajes por la significación que tienen; la muerte de Henri Guillaumetii, la masacre que sufre su escuadrilla cuando pierde tres cuartas partes de sus efectivos durante una sola incursión alemana en la Batalla de Francia en junio de 1940, la pasión por cumplir su obligación de Jean Mermoziii, cuando ya había muerto y se sirve de ello para enaltecer su memoria en los Andes, escenario de sus grandes hazañas, jugándose la vida sin importarle si llevaba en la saca azul solo una carta de amor pasajero dirigida a un tendero rutinario. Para terminar dejamos el desasosiego desolador de los bombardeos sobre la población civil de Madrid y Barcelona con el objetivo de quebrarle la moral y hacerla partícipe de la propagación de la sombra de unos aviones que no llevaban palabras sino sangre en las alas, lejos de aquel cielo que había soñado en el que habrían de ser los mensajeros para crear lazos entre los hombres.

Para no caer en las rutinarias y predecibles hagiografías que abundan en la Red he tenido que reprimir mi admiración por Saint-Exupéry y exigirme un grado alto de objetividad que me guiara a la verdad que él mismo abrazaba por más que le gustara alimentar su leyenda para impresionar a sus invitados y avivar el interés de las muchachas implicadas en sus amoríos. Puedo decir sin ningún tipo de reparos, que me parece un hombre excepcional que, incluso, se han reforzado mi admiración y mi respeto a fuerza de haber arañado en su perfil humano y frecuentado los callejones sin salida que le tendían los que no soportaban su moderación conciliadora y le reprochaban su ambigüedad ante los temas calientes, interpretadas muchas veces como cobardía y falta de implicación, ni su criterio personal valiente en una sociedad que tendía a alinearse con tal o cual idea, sin comprender que había que lograr una síntesis de todas ellas, que todos teníamos razón y todos estábamos equivocados[v].
Desarrollaré, cuando esté mejor informado, los temas más controvertidos que haya podido encontrar. De momento, en ninguno de ellos carece de justificaciones razonables, aunque no se compartan y, algunas veces, se piense que estaba muy equivocado; Vichy, De Gaulle, la Unión Soviética de Stalin, la Guerra Civil española, Los acuerdos de Múnich y su posicionamiento frente al fascismo, su relación con el avispero francés de la Quinta Avenida, su aceptación natural del etnocentrismo romántico de Occidente en la cuestión colonial[vi] y las mujeres9... planean entre los asuntos más comprometidos a los que tuvo que enfrentarse y a los que, alguna vez, desanimado y triste, contestó con el silencio de una decepción inexplicable.


Consuelo Suncín

El asunto de su matrimonio con Consuelo Suncín, es volcánico como se decía que era el carácter de esta mujer menuda, atractiva, sensual, seductora y con una innegable inclinación artística. No puede calificarse sino de milagro que este matrimonio tan peculiar se prolongara hasta su muerte, trece años con innumerables peleas e infidelidades, separaciones y reconciliaciones. Era un “modus vivendi” aceptado o tolerado por los dos; cada uno iba por su lado, tenían amistades distintas con las que ocupaban su tiempo y, algunas de ellas, se convertían en amantes. Sorprendentemente había una dependencia real dentro de aquella locura, que afectó Antoine, significativamente en el suplicio de su periplo neoyorquino que se acentuaría en sus últimos días en África del norte y Córcegaiv. No dieron el paso hacia una separación definitiva que hubiera satisfecho a familiares y amigos.

Consuelo fue responsable de la única tensión seria que tuvo Saint-Exupéry con su madre, Marie, con la que tenía una relación exquisita, y le confesó apenada que Consuelo lo estaba alejando de ella.

               Sin que se llegue a comprender las razones, dados los muchos motivos que hubo en aquella relación procelosa[vii], solo nos ha llegado un intento serio de divorcio. Fue a cargo de Consuelo que desistió de llevarlo adelante por indicación de su abogado. Sabemos que contaba con la negación rotunda de Antoine. Mientras él, por su parte, escuchaba impertérrito los consejos de su madre, de sus hermanas y la más influyente de sus amantes, Nelly de Vogüé, de que se divorciara.



          Una triunfadora que no quería tener la sangre roja.



Saint-Exupéry, en unas declaraciones que le honran, reconoció, al final de su vida que había sido un pésimo marido, que había dejado demasiadas veces a la rosa desprotegida y sola.  En su cabeza habría de estar la sucesión continua de amantes y de no haber hecho algo más para disfrutar de su sensibilidad y su cultura[viii], hubiera sido aceptada en los círculos literarios más rigurosos  donde nunca dejó de ser la mujer de Saint-Exupéry, y, a veces ni siquiera eso, ya que su persistencia en asistir solo a los eventos y reuniones hizo pensar a más de uno que no era un hombre casado. Los que lo sabían obviaban su valía como mujer refinada, independiente y con  gusto  por  la  literatura.  No  olvidaban  su  pasado  licencioso  y  su  origen centroamericano, comentaban despectivamente el acento español[ix]l  que tenía cuando hablaba en francés, un acento que a él le encantaba porque le parecía sensual y excitante cuando se enfadaba.



         Quizás la canción[x] que mejor defina a esta pareja que mantenía una relación que no estaba acorde con las convenciones ni con los tiempos y nos recuerde el sentimiento de culpa que se apoderó de Antoine cuando sintió cercana la presencia de la muerte[xi] sea “La chanson des vieux amants” de Jacques Brel. Antoine no llegó a conocer la franqueza con la que el genial y apasionado cantante hurgaba en las llagas de un prolongado amor con infidelidades intempestivas porque desapareció cerca de las costas de Marsella mientras pilotaba un avión de reconocimiento sin más armas que su cámara fotográfica[xii] el 31 de julio de 1944v. Un suceso que no ha podido aclararse del todo[xiii] o, más bien, no se ha querido aclarar, ya que hay una explicación que tiene todos los indicios de ser cierta. La legión de seguidores de Saint-Exupéry, la mayoría más bien de "El pequeño príncipe", no ha sido proclive a aceptar que su desaparición perdiera el halo romántico de la insistencia agónica en el esfuerzo por buscar la libertad, ni la rebeldía contra una condena interminable de este Judío errante que nunca ofendió a Cristo aunque en la adolescencia lo perdiera y no volviera a encontrarlo[xiv].

Un colofón a su aventura humana triste pero elevado, a la altura de su aventura humana, de sus sueños y de su leyenda. Acabó como algunos de sus compañeros más queridos y la muerte le sorprendió en las alturas mientras se enfrentaba a sus ansias de superación y a la contradicción eterna de los hombres.



[i] Sus últimos años fueron una búsqueda de Dios que no llegó a buen puerto. Podríamos situar su desasosiego entre la agonía inagotable de Unamuno y la honda melancolía sentimental de Machado en este cometido.

[ii] Pero se hace necesario ir para atrás en el tiempo, para encontrar las causas de los acontecimientos y, aunque no tanto, ir hacia adelante para ver las consecuencias en lo que iba viviendo.

[iii] Es desgarrador aquel escrito en el que confiesa que odia su tiempo, que el hombre muere de sed.
[iv] Unos archivos han desvelado que hubo un momento en que el gobierno de los Estados Unidos barajó la posibilidad de que sustituyera a De Gaulle como máximo representante de la Resistencia francesa.
[v] Una máxima de Saint-Exupéry, muy poco utilizada, para aceptar y rechazar todo tipo de ideas.
[vi] Saint-Exupéry estaba más cerca de Lawrence de Arabia que de Léon Werth y no digamos del Camus que denunciaría con pasión el trato discriminatorio de los franceses hacia los argelinos en la década de los 50, también lo sufrieron los que nacieron en el arroyo. Oficialmente Argelia era un departamento más de Francia. Se echa de menos su posicionamiento sobre el colonialismo europeo. Las conclusiones que he podido sacar me llegan de sus escritos, ya que es una cuestión que ha pasado un tanto desapercibida para sus biógrafos.

[vii] Con los datos de que disponemos podemos afirmar sin miedo a la equivocación, que Saint- Exupéry desencadenó la tormenta coincidiendo con el éxito de “Vuelo nocturno” en 1931 y ya no pararía hasta el final. Sentía preferencia por las mujeres altas y rubias, pero la que más le gustó de todas, Consuelo, era bajita y morena, con un enorme atractivo exótico y ensoñador que ni siquiera sus enemigos negaban. Era la Sherezade tropical de Vasconcelos.

[viii]Con el paso del tiempo llegaría a ser escritora y escultora dejando un poco de lado su intensa vida social, su coquetería provocativa y sus romances. Por otra parte, Consuelo tuvo una vida intensa con la alta sociedad, era tan derrochadora como su marido y siempre había en las fiestas aristócratas arruinados.

[ix] La insistencia en ello de Nelly de Vogüé no es significativa dados los celos patológicos e injustificados (ella era casada y no quería dejar de serlo) que sentía por ella.

[x] Saint-Exupéry era un melómano empedernido, se cuenta que una tarde mientras escribía no dejó de escuchar ni un solo momento “El bolero de Ravel”.

[xi] Algunos de sus últimos escritos, sobre todo los que anotó en sus “Carnets” (Cuadernos de notas), nos muestran su aceptación estoica de la posibilidad de la muerte, esto ha alimentado que, entre las hipótesis que se barajan de su muerte, no falte la del suicidio. Pienso que era un sentimiento que ya había experimentado antes cada vez que se subía, desarmado, en el avión, durante la guerra.

[xii]Hay quien llega a afirmar que Saint-Exupéry no realizó, tanto en su primera etapa en la guerra como en la segunda más que vuelos de reconocimientos sin estar equipado con armas con las que defenderse. La mejor cámara fotográfica que tenía se la regaló a Sylvia Hamilton junto al manuscrito de “El Pequeño príncipe” y las acuarelas. Ella le invitaba a los restaurantes caros que a él le gustaban y le preparaba huevos y patatas fritos a las tres de la mañana.

[xiii] Algunos de sus últimos escritos, sobre todo los que anotó en sus “Carnets” (Cuadernos de notas) , nos muestran su aceptación estoica de la muerte, esto ha alimentado que, entre las hipótesis que se barajan de su óbito nocturno al mediodía, no falte la del suicidio. Pienso que era un sentimiento que ya había experimentado antes cada vez que se subía, desarmado, en el avión, durante la guerra.

[xiv] El admirable Tomás Ramírez Ortiz afirma en su libro sobre la labor periodística de Saint-Exupéry en Rusia y España que su familia era, probablemente, de origen judío, pero no aporta los datos con los que apoyar esa extraña conclusión. Parece más probable, aunque un poco novelesca, la tesis más aceptada, aquella que remonta el origen de la familia a los tiempos de las Cruzadas.

Sus metáforas son un caso aparte y he optado por dejarlas tal como él las concibe a menos que la traducción literal en español resulte chocante, no asocie con lo que se quiere representar y, en vez de ayudar a disfrutar de la lectura, empañe su belleza y su comprensión. Siempre con paradojas conceptuales de una gran imaginación; el buzo se sumergía en las nubes para encontrar la gloria y el piloto se hundía en el mar en su cita con la muerte, la montaña se elevaba hasta tocar el cielo y la estrella iluminaba el corazón desde los campos.
 

[1] Sus últimos años fueron una búsqueda de Dios que no llegó a buen puerto. Podríamos situar su desasosiego entre la agonía inagotable de Unamuno y la honda melancolía sentimental de Machado en este cometido.

[1] Pero se hace necesario ir para atrás en el tiempo, para encontrar las causas de los acontecimientos y, aunque no tanto, ir hacia adelante para ver las consecuencias en lo que iba viviendo.

[1] Es desgarrador aquel escrito en el que confiesa que odia su tiempo, que el hombre muere de sed.
[1] Unos archivos han desvelado que hubo un momento en que el gobierno de los Estados Unidos barajó la posibilidad de que sustituyera a De Gaulle como máximo representante de la Resistencia francesa.
[1] Una máxima de Saint-Exupéry, muy poco utilizada, para aceptar y rechazar todo tipo de ideas.
[1] Saint-Exupéry estaba más cerca de Lawrence de Arabia que de Léon Werth y no digamos del Camus que denunciaría con pasión el trato discriminatorio de los franceses hacia los argelinos en la década de los 50, también lo sufrieron los que nacieron en el arroyo. Oficialmente Argelia era un departamento más de Francia. Se echa de menos su posicionamiento sobre el colonialismo europeo. Las conclusiones que he podido sacar me llegan de sus escritos, ya que es una cuestión que ha pasado un tanto desapercibida para sus biógrafos.

[1] Con los datos de que disponemos podemos afirmar sin miedo a la equivocación, que Saint- Exupéry desencadenó la tormenta coincidiendo con el éxito de “Vuelo nocturno” en 1931 y ya no pararía hasta el final. Sentía preferencia por las mujeres altas y rubias, pero la que más le gustó de todas, Consuelo, era bajita y morena, con un enorme atractivo exótico y ensoñador que ni siquiera sus enemigos negaban. Era la Sherezade tropical de Vasconcelos.

[1] Con el paso del tiempo llegaría a ser escritora y escultora dejando un poco de lado su intensa vida social, su coquetería provocativa y sus romances. Por otra parte, Consuelo tuvo una vida intensa con la alta sociedad, era tan derrochadora como su marido y siempre había en las fiestas aristócratas arruinados.

[1] La insistencia en ello de Nelly de Vogüé no es significativa dados los celos patológicos e injustificados (ella era casada y no quería dejar de serlo) que sentía por ella.

[1] Saint-Exupéry era un melómano empedernido, se cuenta que una tarde mientras escribía no dejó de escuchar ni un solo momento “El bolero de Ravel”.

[1] Algunos de sus últimos escritos, sobre todo los que anotó en sus “Carnets” (Cuadernos de notas), nos muestran su aceptación estoica de la posibilidad de la muerte, esto ha alimentado que, entre las hipótesis que se barajan de su muerte, no falte la del suicidio. Pienso que era un sentimiento que ya había experimentado antes cada vez que se subía, desarmado, en el avión, durante la guerra.

[1]Hay quien llega a afirmar que Saint-Exupéry no realizó, tanto en su primera etapa en la guerra como en la segunda más que vuelos de reconocimientos sin estar equipado con armas con las que defenderse. La mejor cámara fotográfica que tenía se la regaló a Sylvia Hamilton junto al manuscrito de “El Pequeño príncipe” y las acuarelas. Ella le invitaba a los restaurantes caros que a él le gustaban y le preparaba huevos y patatas fritas a las tres de la mañana.

[1] Algunos de sus últimos escritos, sobre todo los que anotó en sus “Carnets” (Cuadernos de notas) , nos muestran su aceptación estoica de la muerte, esto ha alimentado que, entre las hipótesis que se barajan de su óbito nocturno al mediodía, no falte la del suicidio. Pienso que era un sentimiento que ya había experimentado antes cada vez que se subía, desarmado, en el avión, durante la guerra.

[1] El admirable Tomás Ramírez Ortiz afirma en su libro sobre la labor periodística de Saint-Exupéry en Rusia y España que su familia era, probablemente, de origen judío, pero no aporta los datos con los que apoyar esa extraña conclusión. Parece más probable, aunque un poco novelesca, la tesis más aceptada, aquella que remonta el origen de la familia a los tiempos de las Cruzadas.

Sus metáforas son un caso aparte y he optado por dejarlas tal como él las concibe a menos que la traducción literal en español resulte chocante, no asocie con lo que se quiere representar y, en vez de ayudar a disfrutar de la lectura, empañe su belleza y su comprensión. Siempre con paradojas conceptuales de una gran imaginación, no tienen la profundidad amarga de Quevedo pero rivalizan en belleza; el buzo se sumergía en las nubes para encontrar la gloria y el piloto se hundía en el mar en su cita con la muerte, la montaña se elevaba hasta tocar el cielo y la estrellas iluminaba el corazón desde los campos.