sábado, 27 de diciembre de 2014

Enrique Urquijo for ever - Oblivion Street.

      Conocí a Enrique en Marzo de 1980. Era un fin de semana, mis compañeros y yo éramos conducidos hasta Plaza Castilla e ineludiblemente vomitados al lado de los tenderetes del libro viejo y de ocasión. Tuve esa suerte maldita de no haberme quedado fuera de cupo y pude conocer a una de las peores calañas que existen. Esos jefecillos sin niguna vocación (¿qué hubiera sido de Esparta con ellos?) que se postran a los pies de sus superiores y encuentran en los reclutas un terreno propicio para que alguien se arrodille a suyos.



     Enrique era el muchacho más tierno y extrañamente triste que he conocido en mi vida; su alma gemía como una lira pulsada por el aire. Si lo encuentro dejaré que veáis el poema que le dediqué muchos años después, cuando llevaba más de cinco años muerto.


 
    Escrito en algo parecido al inglés, aún siento que tendré que darle un empujón para hacerlo mejor sin traicionar su mensaje. 

La calle del Olvido

Las estrellas son alfombras

que acogieron tus huesos esa noche.

Tú, como el ruiseñor,

que busca la muerte,
cantando solo...
Hasta la madrugada.

La muerte,
el sueño interminable
que Catulo temía
y, a veces, añoraba.
El mar que inundará nuestros sueños
y se llevará nuestros pecados.

¿Quiénes somos, Enrique?
¿Qué quisimos romper?
La rosa que querías
está en mi pecho y llora.

Estoy triste
porque te has ido,
y siempre amé a los tristes.

Triste como un poeta
que tropieza con todo
y no sabe rescatarte.

Porque no sé expresar
que murió nuestro tiempo
de amor a la poesía,
contigo
en las calles abiertas
de Madrid
de mil novecientos
ochenta y uno.
 

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.