domingo, 25 de noviembre de 2018

Enredados en las redes del Ventoux



Cada expresión artística ha tenido épocas de esplendor favorecidas por unas circunstancias concretas y por la aparición de genios irrepetibles que intuían las posibilidades que se les ofrecía para pintar lo antiguo con aires de modernidad. Siempre se ha hecho buena música pero hay que tener en cuenta al receptor para valorarlo, en esto radicaría mi desencanto con estos años, no queremos distinguir entre lo valioso y lo superfluo, asumir una responsabilidad con el criterio.

 

La gente no quiere darse cuenta de que, en cierta forma, no ha terminado la Guerra del Vietnam, de que no ha caído el Muro, de que sigue habiendo niños que mueren en la playa, de que Tom Simpson vuelve a su última caída cada 13 de julio por intentar conseguir lo que está fuera de sus posibilidades reales, mientras el hombre aún lucha por alcanzar la Luna. No estamos en los peores años de esta era, pero sí son los que más duelen a los humanistas ya que no se ha resuelto casi nada cuando se tienen más instrumentos que nunca para hacerlo. Estamos dejando escapar un caballo con unas posibilidades inmensas que cada vez está más lejos de lo logrado por la Radio y la Televisión, a pesar de las críticas acerbas que le han llegado a esta última por su proceso de vulgarización.

En Cádiz todos nos morimos siendo unos chiquillos.

Jacques Brel - Vivir de pie



        "Hemos nacido en este tiempo y debemos recorrer el camino hasta el final. No hay otro. Es nuestro deber permanecer sin esperanza de salvación en el puesto ya perdido. Permanecer como aquel soldado romano cuyo esqueleto se ha encontrado delante de una puerta en Pompeya que murió porque al estallar la erupción del Vesubio nadie se acordó de licenciarlo. Eso es grandeza. Eso es tener raza. Ese honroso final es lo único que no se le puede quitar al hombre." 


Osvald Spengler, 'El hombre y la técnica'.

Como un hoplita desarmado en el sendero
que no sabe detener la avalancha 
y la afronta sabiendo su destino.
(Los persas)

Brel es una de las grandes paradojas de mi vida, quizás ningún cantante me guste más que él, represente mejor lo que yo hubiera querido ser, lograra lo que nunca podré tener, pero no me atreví a escribir nada sobre su gloria y su tormento hasta hace poco más de un año, eso creo. Pienso que esta dejación imperdonable era porque me imponía, porque pasé madrugadas traduciendo sus versos con lo poco que tenía y era feliz en mi melancolía.

           Es fastidioso y sientes pena al pensar que nada volverá a ser como antes, que ese niño con canas que siempre llega tarde a la escuela ha perdido la paciencia y lee sin saber lo que está escrito, pero te fortalece su mensaje en el recuerdo. Creo entenderlo bien, a pesar de las brumas y el lenguaje, aunque por ello no esté de acuerdo con algunas de sus actitudes y posicionamientos, siempre es interesante querer atravesar las circunstancias en que una persona con un irrenunciable espíritu revolucionario fuera tildado de reaccionario. En estos días sentimos miedo de decir lo que pensamos amenazados por la guadaña intransigente de la corrección, ante ciertas cuestiones dar una opinión se convierte con facilidad, si no se dice lo esperado, en una acusación de mentalidad regresiva, como si no fuera posible seguir adelante con unos determinados sentimientos, como si amar se hubiera convertido en algo distinto, como si tuviéramos que procesar la pertinencia de una sonrisa y reírnos de una ocurrencia unos segundos más tardes de que nos la hayan contado. 

Creo que nunca se ha utilizado con más propiedad y sentido aquello de que Brel solo se parecía a Brel; él que amaba la paz, no era ese soldado, era todo un ejército cuando se trataba de cumplir lo que había dicho por más de que no hubiera público que le escuchara, un hoplita desarmado que se crece en la derrota y no huye ante la llegada de los persas porque no entiende la vida sin la polis. 

         Pienso que en su origen hay una diversidad que me recuerda a mi ciudad, en su caso afecta seriamente a dos factores, entre otros muchos que le iría añadiendo la vida, era un flamenco que se expresaba en francés, eso hizo que se sintiera más cerca de sus hermanos de lengua, manteniendo unas distancias pronunciadas por motivos políticos, y que conocía bien las costumbres que no quería aceptar, con los de sangre, y un católico que nunca renunció del todo a esta confesión a pesar de su descreimiento. Supongo que por su posicionamiento siempre militante en sus canciones de amor hoy día no le dejarían actuar en "El Olympia" y el poco agraciado auditorio parisino perdería el hito más perdurable que sustenta su leyenda; desde la adolescencia y los primeros amoríos interpretaba la relación amorosa como una tierna guerra, prevaleciendo esto último, y en ella solía estar al lado del hombre, él lo era, en lo bueno y lo malo hablaba siempre de la derrota.

lunes, 19 de noviembre de 2018

Joan Báez - El llanto de una mujer sin esperanza


Los vientos de los viejos días

Alguien me dijo alguna vez que era más fácil estar toda una vida con una mujer a la que no amas que con una a la que amas verdaderamente. En unos segundos se me vino a la mente la canción que más me gusta de Joan Báez y que los amores mueren de amor. Esta cantante no ha contado nunca con mis bendiciones, estando ideológicamente cerca de ella tampoco me convence su forma de representarlo; por la falta de realismo y una ingenuidad, con más peligro del que parece, para dividir el mundo en dos direcciones, así se mostraban los artistas izquierdistas de su generación embriagados por el himno de las flores y cierta simpatía hacia regímenes que ya habían demostrado su desprecio por la libertad y métodos expeditivos para convencer a la disidencia. 

       Escuché "Diamantes y herrumbre" después de haber visto un documental que intentaba explicar su relación amorosa con Dylan y nunca me he sentido tan cerca de ella, de repente me pareció tan humana, tan entregada al talento del cantante más grande que había conocido. Al escuchar la canción pensaba que la había compuesto en 1965 y que una herida de tal extensión solo se podía sentir cuando acaban de clavarte el puñal. Joan, al contrario de lo que hizo con otras canciones dedicadas a Dylan, algunas ya eran delatadas por el título o por la claridad de las metáforas todas relativas a los verdes años del mito, mantuvo cierto secreto sobre esta e incluso Bob llegó a pensar que se la había dedicado a su ex-marido, debía tener los ojos azules como él, pero ella lo acabó sacando del error. 


A pesar de mi inglés entendí que dos lustros pueden ser tan largos como dos años sin luz. Al terminar con Sarah, tras unos meses de tortura que recogió el arte, hubo una reconciliación artística de Dylan con Joan, volvieron a subirse juntos a un escenario, para sus seguidores quedó para siempre la sensación de que volvieron a pasar algunas noches componiendo en la misma habitación, aún estaban a tiempo de cambiar el mundo y Dylan acababa de escribir la que sería su obra maestra más querida entre sus amantes más depresivos; "Sangre en el camino".

La separación de Dylan fue dolorosa y parece más que probable que fuera él quien propiciara el acercamiento sabiendo que ella, su valedora desde el principio de su carrera y su más ferviente admiradora, no le fallaría nunca, que no volverían aquellos años convulsos pero excitantes, y que ella aún aireaba aquel perfume penetrante que le permitiera vivirlos aunque fuera un poco.  No sabemos si Bob volvió a enamorarse de Joan, pero si prestamos oído a la canción solo podemos pensar que ella nunca había dejado de estar enamorada de él; amor es solo una canción que tiene cuatro letras.

Con respecto a la valoración artística de Joan, se me hace difícil reconocerlo pero no me llega y es algo que he aprendido a no forzar, me ocurre también  con Janis Joplin que  tiene todos los atributos para gustarme. Joan tiene virtudes celebradas por muchos y reconozco sin esfuerzo que son muy buenas, empezando por su voz de soprano tan alabada por los entendidos, y ese idilio especial con la tristeza que llenaba de autenticidad y lirismo sus canciones más convincentes. Pero me gustan muy pocas canciones de Joan Báez, eso sí, mucho. "Diamantes y herrumbres" es la que prefiero, en ella narra su reencuentro sentimental con Dylan, es magistral y uno se da cuenta de ello con una sola audición, es uno de los cantos más hermosos de amor no correspondido en la música popular, en la línea del llanto solitario de una muchacha sefardí que se hunde en la noche. Pero no le va a la zaga, “En las mañanas tranquilas”, un canto elegíaco dedicado a Janis Joplin, una rememoración sincera de una época en la que aún había flores entre los jóvenes americanos que no querían ser como sus padres y se oponían a todas las guerras y, sobre todo, su sobrecogedora versión, en la que vuelve a insistir como mujer abandonada, ese papel que tanto le iba e interpretó tan poco cuando tenía en la mano todas las cartas para construir un mito irrepetible, de la canción de Stevie Wonder "Nunca pensé que te marcharías en verano".  


Se me olvidaban las versiones de Dylan, en conjunto lo mejor de su obra, la presencia de Dylan sería un acicate para ella, el amor y la admiración rivalizaban sin que hubiera un vencido, abundando los himnos de los años vertiginosos de la gran explosión creativa del genio que moriría en 1966. Desde mi punto de vista, el virtuosismo vocal de Joan no pudo evitar que las canciones palidecieran  por cierta falta de fuerza; parecía más pendiente de la belleza de la ejecución y el lucimiento de su voz que alargaba las canciones en detrimento del tono agresivo, contundente y abrasador en su significado y su mensaje reivindicativo, y eso que creía en Dylan más que nadie, sobre todo en el bardo combativo de esos años en los que, para añadir más desventajas en las comparaciones, el genio de Duluth cantó mejor que nunca. Ni siquiera Joan estuvo cerca de los Byrds, y bien que habrá tenido que lamentarlo, hay que decir a favor suya que las versiones de los californianos eran imponentes, habrían hecho temblar al propio autor de las canciones, de no haber este pensado, con toda la razón, que Dios estaba de su lado.


El legado de Joan interpretando a Dylan es, de todas formas, de los más importantes y el más amplio, destacan como documentos históricos innegables las actuaciones que ambos realizaron juntos, por desgracia la calidad de las grabaciones es deficiente, y, sobre todo, con un valor sentimental de gran calado por lo que significaron en esos tiempos que los jóvenes querían un mundo distinto e igualitario. Como curiosidad debemos decir que hay dos canciones, "Acabó todo chica triste" y "Vas a ninguna parte", que cobran un gran significado porque las fechas en que Dylan las compuso coincidieron con el alejamiento de la pareja. Lo más extraño es que ambas canciones son de un desdén considerable hacia ella misma, lo que no impidió que las incluyese en su repertorio.

(Gracias a Juan Carlos y Elisabeth - 18 de noviembre de 2018)




domingo, 18 de noviembre de 2018

Conversaciones con Juan Carlos - La misoginia de Pavese



"El arte como suele decirse, es una cosa seria. Es por lo menos tan seria como la moral o la política. Pero si tenemos el deber de aproximarnos a estas últimas con esa modestia que es búsqueda de claridad, claridad con los demás y dureza con nosotros mismos-, no sé con qué derecho ante una página escrita olvidamos que somos hombres y que un hombre nos habla.
(Cesare Pavese)

Creo que aquí podría residir mucho de lo que buscamos en nosotros mismos, aquello que nos mantiene en la lucha contra un mundo hostil al que no podemos vencer porque al hacerlo nos inmolaríamos nosotros mismos, de tal forma pertenecemos a él, aunque haya sacralizado el perfil más intrascendente del hombre. Aunque seamos conscientes de este destino, vivimos con el convencimiento de que escribir es un compromiso y que nuestra derrota puede ser algún día el triunfo de otros porque siendo realistas nos sustentamos en la idea, antigua pero siempre renovadora en sus fundamentos, que podamos transmitir a los demás.

         No hay una línea definida entre el éxito y el fracaso; Pavese no sintió que su vida estuviera realizada con la consecución del premio más prestigioso de la narrativa en italiano, en cambio hubiera dado un mundo por una historia de amor.

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Pienso que eres un humanista, Juan Carlos, no importa lo que hayas estudiado en las aulas, siendo esto muy importante lo es más lo que estás buscando por ti mismo. Tú has comprendido que hay un tiempo de formación y otro de expansión permanente, no ha habido una época como ésta para facilitarla, pero, como decía Ortega, esa red se escapa como el agua por una canastilla hasta el punto de que pienso, haciendo campaña como siempre, que hay demasiados universitarios que pareciera que se han encontrado el título en una esquina.

Entiendo, más de lo que me gustaría, la personalidad de Pavese. Era un hombre interminablemente triste, todas sus historias de amor, desde la leyenda de la bailarina que no apareció mientras la esperaba bajo la lluvia hasta su última relación, la tierna Pierina con quien compartió por carta algunas confidencias y a la que incluso llegó a decirle que la amaba, fueron un sueño abortado, habría que hablar como si lo hiciéramos de Annie Hall, pero sin compartir una sola noche junto a alguna de ellas y, casi con toda seguridad, sin ningún contacto carnal. Algunos afirman que hubo un tiempo en que le pedía matrimonio a cualquier mujer con la que llegara a tomar un café. Pavese era taciturno, sombrío, hasta el punto de que resulta extraño verle sonreír en una fotografía junto a Constance Dowling, la muchacha americana de quien se piensa que fue la receptora de sus últimos y aclamados poemas.

y una leve sonrisa aparece en mi rostro
para recomponer este gesto severo
que no sabe mentir y me acompaña siempre. 

         Es posible que la escritora Natalia Ginzburg hubiera estado enamorada de él, sin duda se sentía abrumada por su talento y su calidad humana, pero el marido era compañero de ambos en la editorial Einaudi. Si fuera así es más que probable que ella nunca le dijera nada, además Pavese no era ese tipo de hombres que engaña a un amigo. Pero no hubo ninguna, o así es cómo queremos verlo los seguidores del poeta piamontés, como la mujer de la voz dulce y ronca, al final lo que queda es la leyenda, aunque también entre de lleno en ella el rostro de primavera.

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“Ninguna mujer contrae matrimonio por conveniencia: todas tienen la sagacidad, antes de casarse con un millonario, de enamorarse de él.”

(Cesare Pavese - El oficio de vivir).

 Hoy casi tenemos la obligación de considerar esta cita fuera de lugar, ejemplo de mal gusto por su misoginia militante y asumida. Pero la dijo un hombre que sufrió por las mujeres y, sin embargo, mostró delicadeza y comprensión hacia ellas en sus novelas. Pavese se muestra, eso sí apoyándonos con cierta malicia en la supuesta privacidad de su diario, transparente incluso en sus contradicciones. De haber firmado esta cita Groucho Marx la tendríamos como una de las cumbres de la miseria de su ingenio, nadie acabaría tomándosela ni en broma ni en serio ahuyentado por la inteligencia nada orientadora de su iconoclastia.

         Hace poco me sorprendía a mí mismo cuando afirmaba, como si fuera una persona que hubiera reflexionado largamente sobre el asunto, que Pavese no tenía sentido del humor, ¿Podía carecer una de las personas más deslumbrantes que haya dado Europa del rasgo distintivo más común entre las personas inteligentes? Es una cita que hay que evitar o una conclusión amarga sobre la trivialidad interesada de mujeres y hombres, debemos convenir que encaja perfectamente cuando cambiamos el sexo del interés.

          Creo que la obra de Pavese más querida hoy por los estudiosos puede llevarnos a confusión, estamos de acuerdo en que “El oficio de vivir” es un diario y que Pavese era un hombre solemne y grave hasta el punto de que se hace difícil imaginarlo haciendo comentarios pícaros que busquen la sonrisa, pero no cuadra del todo que no se llevará con él ese diálogo intenso consigo mismo si no esperara que fuera algún día divulgado, ni tampoco podemos afirmar que sea más fidedigno con el pensamiento del autor que una novela que busca con respeto y complicidad el alma de la mujer, un poema que se cita con el olvido o una carta de amor cuya respuesta nunca llega.

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Supongo que en una apreciación cuestionable he llegado a considerar a Pavese un misógino sentimental incapaz de hacerle daño a nadie excepto a él mismo. No llegó a relacionarse con facilidad ni con hombres ni con mujeres. Pero en materia amorosa eran estas últimas las que le interesaban, el desengaño eterno que vivió hizo que mostrara, en los duros momentos, un desdén hacia ellas que solo reflejaba la frustración por sentir siempre lejos lo que más anhelaba.

las cartas sin remite que nunca me enviaste,
          y caricias que tendrían otro destino

A veces es preciso juzgar a un poeta sabiendo lo que pretendía. Hay poetas que tienen una pretensión distinta en cada poema o carecen volitivamente de ella, y otros que escriben a lo que surja. Todo ello es respetable y hay poemas antológicos en cada uno de los casos. Pavese se tomaba la poesía demasiado en serio y se permitió una licencia, impropia de él, cuando decía que su "Trabajar cansa" tenía alguno de los mejores poemas que se estaban escribiendo en Italia en aquellos días, tenía que defender su propuesta contra el hermetismo, hermoso a veces pero poco apegado a la realidad, que practicaban algunos colegas y el triunfalismo grandilocuente en honor del Duce que ejercían otros. Un hombre con un léxico inabarcable elige hablar en una lengua casi de todos los días y, como si estuviera falto de recursos, repite con frecuencia las palabras y expresiones que sostienen el argumento principal de cada poema e, incluso, las utiliza en distintos poemas.

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"Aún no sé si soy un poeta o un sentimental, pero lo cierto es que estos meses atroces constituyen una prueba decisiva. Si, como lo espero, hasta los más grandes descubridores han tenido meses semejantes, digamos que la alegría de componer se hace pagar cara.

La vida se venga – y está bien - si uno le roba el oficio. No es nada la preocupación de componer el famoso tormento frente a la de haber creado algo y no saber luego qué hacer."
(15 de septiembre de 1936)
(Cesare Pavese – El oficio de vivir – Traducción: José Agustín Goytisolo)

Sobre la Guerra y el impacto que tuvo sobre Pavese ya he hablado anteriormente. La superación de la peor contienda de la Historia supuso un reto para el Pensamiento en todos los niveles y, en cierta forma, y con razón, hizo pensar en el fin de una era, siendo el comienzo de otra un canto amargo al pesimismo y a la desconfianza en el hombre. Lo que sigue es muy complejo; las guerras nunca acabaron y las hemos tenido cruentas incluso en el corazón de Europa.

El término amigo se suele utilizar con demasiada ligereza y cobra una importancia fundamental cuando hablamos de Pavese. Natalia Ginzburg dijo de él que detestaba al sabio solitario en el que se había convertido, puede que a su pesar, pero por otra parte alimentaba rehuyendo las conversaciones en la Editorial Einaudi con algunas de las personas que le eran más queridas, ante las que ponía el gesto contrariado de una persona que ya sabía de lo que se le iba a hablar y no quería malgastar las palabras.

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Hace tanto te siento y no llevo tu nombre
como si fuera mío y pudiera abrigarlo,
tu buzón está lleno
de caricias que mueren
y no saben llegar a la orilla del rostro
que apenas puedo ver y sabe que lo vivo,
el mío está vacío y triste hasta la muerte.
(Queja)

         Alguna vez he pensado que Pavese podría haber sido un personaje mayor que sacara adelante con sus pensamientos y sus sentimientos una novela de Camus; comprometido, aunque sin aspavientos, hasta el punto de ser encarcelado y confinado a un lugar donde el aire forjaba los barrotes e insistir en un mutismo inquebrantable no solo para proteger a la mujer que amaba siempre sino también a otros compañeros que para él eran unos desconocidos. En realidad, toda su vida hasta la caída de Musolini estuvo en el alambre sin que cambiara su gesto, sin insinuar, ni siquiera en voz baja, que fuera un hermoso mártir ni un héroe revolucionario; sentía pavor ante la violencia física. Cuando acabó la Guerra se afilió al Partido Comunista y argumentó como motivo principal que para estar ideológicamente al lado de sus amigos, supongo que quería decir sentimental, solía repetir a lo largo de los años que la política le importaba un bledo.

Es muy probable que nunca saliera de Italia y en ésta apenas estuvo en unos pocos lugares, alguna vez forzado a un exilio interior y otra como refugiado que huía de los horrores de la guerra, entre sus remordimientos más dolorosos estaba el reconocimiento de su cobardía.

Su desgana vital no fue como consecuencia de haber vivido intensamente y se llegara a un punto en el que ya nada puede sorprender, así sería el “Spleen”, más inducido por una moda que real, de algunos modernistas, sino de no haber sabido vivir nunca. Ateo convencido, muy a su pesar, tuvo una gran crisis en Serralunga, en donde se había refugiado durante la guerra, y durante un tiempo leyó los Evangelios y asistió a los oficios, quizás pensara en la soledad de Cristo cuando predicaba entre las multitudes o cuando acometía su noche más larga.

mensajero perdido en un intento vano
de retener los ojos
de aquella que me mira
como  a un muro indolente que muere sin testigos.
Es preciso estar solo para hablar con la muerte.

Amó, por encima de todo, a la mujer, y hay quien piensa que nunca olvidó a aquella que tenía la voz ronca y dulce. Los más tiernos, los que sueñan con el amor eterno, insisten en ver su huella incluso en sus últimos poemas, escritos al final de su corta relación con la actriz Constance Dowling. Pienso que no hay razón para dudar, esos once últimos poemas están consagrados al amor que iba perdiendo, como siempre, de la actriz estadounidense, lo confirman, no solo las fechas, sino también las cartas de despedida en las que la llama poéticamente “rostro de primavera” al igual que en el poema deslumbrante de tristeza en la inquietud desconcertante de la espera “Los gatos lo sabrán.”

Sorprende que no hiciera demasiadas menciones a su madre, Consolina, de quien nos ha quedado la imagen de un muro inabordable y cuya falta de cariño, al menos aparente, ha sido, con frecuencia, señalado como la causa primera de su inseguridad y de la angustia de las que no supo librarse a lo largo de su existencia, y a su hermana, María, con quien compartió los últimos años de su vida, ella lo cuidaba y vigilaba su frágil estado emocional. De todas formas, parece ser que hubo una estrecha relación entre los dos hermanos, más allá de una rutinaria escena familiar entre dos seres que pertenecen a mundos distintos, queda constancia de cartas en las que le habla de confidencias y pesares.

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Pavese lo dijo y pienso que estaba en lo cierto; un hombre crea una obra de arte y es otro hombre quien la juzga. No entenderé nunca que un artista, por muy bueno que sea, se crea superior a cualquier otro hombre que cumpla con su obligación por muy humilde que esté considerada socialmente.

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Nunca debemos exigirle al poeta que encuentre la verdad pero sí que la busque. No debemos lamentarnos más allá de lo aconsejable cada vez que nos equivoquemos, lo más probable es que nunca dejemos de hacerlo, es la burla que el destino nos reserva a quienes pensamos. Pero debemos recordar que hay auténticas obras maestras que se sustentan en un error grave o en un carrusel de equivocaciones de consideración.
(Agosto – septiembre de 2018)


sábado, 17 de noviembre de 2018

Pavese bajo la lluvia


I



Terminó todo olor en la sombra
y a la ciudad solo nos llega el viento[1].

Me acerco a Cesare Pavese en estos terrenos destinados a no hacer concesiones, que quizás haya hollado anteriormente aunque no tenga el recuerdo,  con la intención de rendir un homenaje íntimo a un poeta crucial en mi vida[2].

Para moverme en la senda de Pavese tuve que reflejar mi repulsa hacia el perfil más perverso y brutal que, demasiadas veces, exhibe el hombre medio[3] que, amparado en el anonimato de la mediocridad, deja naufragar en su isla a aquellos que no comprende por más que los reconozca bellos y cargados de sinceridad, y no tiene el menor sentimiento de culpa ante una tragedia que ha estado presintiendo durante mucho tiempo. Es la norma lo que le mueve, el poeta, en cambio, es un extraño que no sabe adaptarse al mundo de todos los días. 


El hombre de la calle, para  quien reclamaba un destino que no podía medir[4], carecía de la sensibilidad que le acercara a un drama que había que vivir con uno mismo, nadie puede comprender la soledad en el amor cuando se convierte en una necesidad obsesiva que no se alcanza[5]. Aquí podríamos añadir que tampoco tuvo mucha ayuda en el ambiente literario.

El amor siempre lejos, esquivo y angustiado.
 aunque fuera en la distancia
 de los libros que nunca había querido leer.
(F.E. León)

Pavese sentiría un amargo desasosiego y la repulsa hacia sí mismo cuando veía a las parejas que regresaban de un paseo por el campo en el que, quizás, hubiera habido un encuentro amoroso que delataban los cabellos desordenados, las briznas de hierba sobre una humilde blusa con un botón desabrochado y un rostro que sentía una satisfacción que no podía ocultar aunque bajara los ojos en un intento de no querer transmitir lo que acababa de vivir y se añadía a las hojas de un cuaderno apenas escrito que vibraba con caricias ante el vacío plagado de palabras de su diario que cada vez estaba más lejos de la calle y de la vida.[6]

Nada sabe del viento la mujer que duerme
y respira; la tibieza de su cuerpo
es la misma de la sangre que murmura en nosotros[7].  

Pero la realidad vino a decirnos que ninguna de las mujeres con las que intentó mantener una relación era una de aquellas muchachas de su pueblo; empieza la leyenda de sus fracasos, en Turín, con una compañera de instituto que no le hizo caso y sigue con dos modestas bailarinas. A partir de ahí las mujeres que aparecieron en su vida solían ser cultas y, en algunos casos con delirios de grandeza, a veces justificados; Fernanda Pivano y Bianca Garuffi resisten por sí solas dignamente en las enciclopedias, que no propiciaron un acercamiento humano a un genio cuya característica más acusada y en la que tenía un talento tan inmenso que emulaba con el literario, era la tristeza.


Sin que haya un acuerdo en los detalles se cuenta que fue marcado para siempre por el tragicómico desdén de la segunda bailarina, a la que fue desviado por una compañera que no soportaba la pesadez del poeta; la cita y el plantón bajo la lluvia es todo un hito para los intelectuales italianos; se cuenta que, sin resguardarse, con qué sentido, estuvo allí desde las seis de la tarde en que habían quedado hasta más de la medianoche, cuando ya había dejado pasar el último tranvía. Las consecuencias tampoco encuentran una medida; hay quien dice que le provocó una bronquitis crónica, la misma que le eximió de ir a la guerra años después, para defender el honor del Duce, hay quien habla de un mes de reposo y quien reduce los daños, que no fueron pocos, al impacto que esta historia tuvo en su autoestima. Sea como fuere, Pavese siempre estará a las puertas de un café que, ocasionalmente servía como teatro, sin techo bajo la lluvia, reservándose un castigo que pudiera aligerar su herida, esperando que cumpliera su promesa una bailarina.

Como curiosidad podemos decir que el último intento de encontrar el amor de Pavese no fue una bailarina. Sin embargo, la Pierina poética, de nombre Romilda Bolleti, es muy probable que estuviera bailando cuando se conocieron, como una chica de la alta sociedad que era, liberada y adelantada a su tiempo. Mantuvo con ella una correspondencia intensa y de gran valor literario en la que Pavese volvió a evidenciar, dramatizando en exceso sus miserias emocionales y comunicativas, su torpeza en el trato con las mujeres. Es posible, hay quien afirma que quedó registrada en la recepción del hotel, que la última llamada que realizó antes de su suicidio fuera la destinataria y que fue bastante desconsiderada al rechazarla. Maruja Torres llegó a decir en un artículo que Pavese era un plasta, cada uno tiene su forma de interpretar el desparpajo, yo prefiero decir que era demasiado profundo, como Nietzsche, y que pocas personas quisieron asomarse a sus abismos.

A la incomprensión en la poesía en una Italia lacerada por la grandilocuencia de una gloria anhelada o la persecución estética de un futuro que ya había pasado[8],  Pavese opone, cercano a los existencialistas, un pensamiento que habla de la angustia de vivir. Plaga su diario de citas breves, que miran a la cara la realidad tortuosa y mística del amor; las palabras solo aroman unos segundos y después se convierten en el humo que nunca dejaron de ser cuando hablamos de un sentimiento que no ha llegado a nacer, esta contradicción sentida con sinceridad sigue siendo un muro para acercarnos a  un poeta como Pavese que no acabó nunca de mostrar en su verso los rasgos de modernidad superficiales[9], su experimentación estaría en el fondo, son relatos que no están exentos de lirismo su propuesta en el único poemario que publicaría en vida. En estos poemas sorprendentes realistas y tiernos radica una de las razones que lo mantienen vigente para el público, cada vez menos numeroso, que ama la poesía y el hecho de que hoy día se le dé más valor a una obra poética que tuvo una repercusión modesta que a su narrativa que triunfó plenamente.

Es difícil saber si hemos interpretado bien a nuestros poetas, aunque creo que lo importante es abordar con pasión lo que se nos ha quedado en la memoria y sigue vivo en nuestro deambular por los recuerdos inextinguibles de las calles vacías de una infancia cualquiera, ese lugar donde transitarían en su caso las frustraciones que determinaron su carácter reservado y taciturno; su madre era severa hasta la inflexibilidad, llevada por la amargura de tener que arrastrar sus celos ya que su marido la engañaba frecuentemente. Nada hace a un hombre más vulnerable con las mujeres que haber tenido a un padre mujeriego y una madre que, amargada, no supo mostrarle su cariño[10].


  En Cesare Pavese observo la soledad de un hombre bueno e íntegro que no podía comprender los intereses mundanos porque nunca tuvo lo que cualquier persona tiene[11], nunca pudo cotejar su sombra hacia otro olvido que no fuera el de su sangre[v], la dificultad extrema en entablar una relación amorosa del solitario que amaba a las mujeres con una devoción enfermiza; su misoginia[12], reflejada en “El oficio de vivir” no sería sino una reacción de su fracaso con las mujeres, lastrado como estaba por la timidez y el miedo que le provocaba su impotencia[13], sus remordimientos por no haberse echado a los montes donde algunos amigos murieron y otros no regresaron nunca aunque conservaran la dirección y el nombre.

Vale la pena estar solo
para estar siempre más solo aún.

La poesía que buscaba como un sueño indefinido que solo le visitaría de tarde en tarde a raíz del desengaño, la desaprobación y la indiferencia que le supuso su único poemario publicado en vida, Lavorare stanca[vi], uno de los más destacados que se recuerden.


Supongo que él no hubiera podido imaginar que se le recordaría por sus últimos versos, esos que surgieron de un deseo no realizado, esos que no nos advertían que trabajar cansa pero nos decían que la muerte tiene los ojos color avellana y que ningún hombre se quita la vida por el amor de una mujer mientras los gatos saben que nunca acaba la espera de aquel que se consume por un sentimiento que no podrá morir en un último encuentro que ya pasó[vii].
II
Basta algo de silencio y todo se detiene
en su lugar real, igual que está mi cuerpo[14].
(Manía de soledad)

Es preciso encontrar, en la maraña de lo que nunca escribiste, las palabras que mejor te representen para encontrar una salida a tus equivocaciones, para decirle a los vientos cuando recorran tu calle que pasabas por allí, que, aunque nadie lo recuerde, alguna vez viviste, que tuviste una amante aunque nunca yacieras con ella, y un amigo aunque hayas olvidado su rostro y su nombre pero recuerdes su sonrisa en los días grises y un pueblo que recitará tus versos de mala gana porque te has convertido en la única posibilidad de que algunos se ganen la vida ayudando a estudiosos y periodistas a recorrer la pequeña senda de un poeta que, casi siempre, vivió en la ciudad, pero no dejó nunca de soñar en las colinas, la vieja torre, la calle silenciosa en la tarde del verano…
 
III
Tendido en mi sudario 
se apagará conmigo
el muchacho que tiembla en la colina
con el polvo cegándole los ojos.
(Segunda Guerra- F.E. León)

El delicado estado de salud[viii] que padecía hizo que Cesare Pavese no estuviera en el frente durante la Segunda Guerra Mundial, hubiera sido terrible combatir al lado de los fascistas. Pero eso no fue suficiente para evitar que la viviera con una angustia intensa y que floreciera en su alma un sentimiento de culpa que le corroía y en el que invocaba a compañeros perdidos que se echaron a los montes. A pesar de los años y las dificultades implícitas a un tiempo de guerra seguía pensando en Battistina Pizzardo[15].


Todo encierran tus ojos.
De salobre y de tierra
son tus venas, tu aliento[ix].

Intento reconstruir mi relación con Pavese, lo considero un poeta imprescindible, sus poemas me han acompañado desde 1981 y he tenido la suerte de que José Agustín Goytisolo estuviera entre sus traductores.

De vez en cuando hablo de su soledad con Laura, y cotejo sus errores con los míos y no hay manera de que pueda acercarme a su drama cotidiano. Era taciturno, silencioso, grave, sus flores no nacían en un recuerdo claro que atrajera a los ojos alegres que pasaban por su vida y temían enamorarse de él por su tristeza. No fue un niño feliz y lo mostraba en cada gesto, en las calles desiertas caldeadas por los soles del estío.
 
En el corazón
tienes silencio, tienes palabras
sumergidas. Eres sombría.
Para ti el alba es silencio[x][16]

Pienso que Pavese y yo jugamos con un margen de error pequeño por diferentes motivos, por circunstancias dispares; él era sincero cuando decía que el triunfo de una persona era medido por las cosas más elementales de la vida; satisfacer a una mujer, conservar a un amigo, mezclarse con la gente de su ciudad  y tener las mismas aspiraciones que las personas que luchan por mantener un trabajo o una relación gastada que, aun así, a él le colmaría. Yo ni siquiera he podido malvivir de lo que escribo y ha sido una de las reglas con las que he medido la soledad del mar cuando lo inundan de banderas que no nos representan en el viento. Pero he tenido el amor, aunque, casi nunca, he sabido verlo.

IV
No conoces los montes
donde corrió la sangre[17].

Tanto tú como yo, Elda, tenemos la suerte de no haber vivido una guerra, eso no quita que no podamos tener una percepción de ella a través de lo que hemos visto o leído. Estos versos tienen mucho que ver con la lectura de los que Cesare Pavese escribió en 1945, me impresionaron en su día y no han dejado de hacerlo, coincidían la guerra y la falta de amor.

El silencio y la noche mordían con su abrazo 
mi alma en la litera
y ardía el mundo de los tiernos y de los tristes
devastado por los celos de la espera que no muere.
(F.E. León)

Quise acercarme todo lo que pude a un poeta honesto que llevaba con amargura no haber participado en la contienda al lado de los partisanos por problemas de salud.

V


El 11 de Abril de 1950 se produjo la última ruptura amorosa del poeta. Constance Dowling, así se llamaba la actriz norteamericana de la que se enamoró quizás no haría olvidar a Pavese del que fue el gran amor y la gran decepción de su vida; Battistina Pizzardo,“la mujer de la voz ronca y dulce que no vuelve del silencio frío", pero pudo haber sido una tabla a la que asirse para vencer esa manía de soledad que le corroía.

Se conocieron durante el rodaje de una película y ella se marchó en busca de un sueño que nunca consiguió; triunfar en el cine en su país de origen. Los poemas escritos por Pavese aquella primavera son los más recordados y los ojos color avellana de Constance quedarían asociado a los de su muerte.

Tu alma aún desvela tu cita con los ángeles
del pórtico que sueña con el amor eterno;
no vuelve del silencio lo que nunca dijiste
y ardía en tu mirada,
Cesare nunca tuvo lo que siempre he tenido;
cuando llega al albergue
siempre escucha la ausencia de la voz que le hiere.
(F. E. León)


         


 [iii] [iv] La modernidad en la poesía de Pavese está en el fondo. Ahí radica la aceptación natural que tiene Pavese en el, cada vez más escaso, público que ama la poesía.
[v] Natalia Ginzburg, quizás un amor correspondido que Cesare no supo o no quiso ver, afirmaba siete años después de su muerte al visitar la habitación del hotel en la que se había suicidado, que nunca tuvo casa propia, que nunca compartió con mujer alguna un despertar mientras sus ojos enamorados lo miraban.
[vi] Trabajar cansa. Hay quien considera “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (1950)” un poemario, particularmente pienso que son poemas sueltos.
[vii] Se piensa que las últimas llamadas que realizó y quedaron registradas en la recepción del hotel, al menos un par de ellas fueron dirigidas a Constance Dowling.
[viii] Era asmático.
[ix] De salobre y de tierra.
[x] Tienes el rostro de piedra esculpida.
[xi] No conoces los montes.




[1] Manía de soledad. Todos los versos de Pavese que se citan en estas cartas fueron traducidos por José Agustín Goytisolo.
[2] Somos conscientes de cuando un artista nos llega de una manera especial, nos resulta difícil explicarlo, pero sentimos una satisfacción profunda de que así sea, sobre todo cuando observamos en él unos valores consolidados y firmes..
[3] Ese hombre que pasa de hacer el saludo romano al Duce a levantar el puño para los partisanos.

[4] aunque fuera en la distancia de los libros que nunca había querido leer
[5] Pavese no era un idealista, no tenía una gran exigencia sobre lo que hubiera llamado amor, compartir un hogar, una cama, un destino hubiera sido suficiente, sin tener que arrojarse a los brazos del enamoramiento.

[6] Hay que volver del silencio para que hable la soledad, eres sólo un vehículo que temes tanto a la muerte que no podrás permitir que ella se acerque a ti.

[7] Placeres Nocturnos.
[8] Ejercida con maestría por unos pocos que, además, le quitaban los ropajes de la intrascendencia, demostrando que la poesía le debe más al estado emocional de lo que se escribe que a la forma´.
[9] Ejercida con maestría por unos pocos que, además, le quitaban los ropajes de la intrascendencia, demostrando que la poesía le debe más al estado emocional de lo que se escribe que a la forma.
[10] Pavese se movió sin solución de continuidad entre la misoginia y el amor a las mujeres. Podemos pensar que la primera era guiada por sus fracasos continuos, por el recuerdo de una madre que nunca lo quiso (al menos es lo que él creía y, por lo tanto, lo que sentía fuera o no fuera cierto), era un desahogo en el que derrochaba ingenio en chistes de mal gusto al alcance, en cuanto a significado, de cualquier parroquiano insensible, parece más creíble su penetración sincera en el alma femenina que se desarrolla en sus novelas, especialmente en “La luna y la hoguera”.

[11] Constance y Cesare se conocieron durante el rodaje de una película en Roma.

[12] Entre la ironía y un sarcasmo cercano al de un parroquiano ignorante y convencido se explaya con algunos comentarios de indudable mérito literario.

[13] En el Diario de vivir escribe acerca de sus problemas de impotencia, eyaculación precoz en suma; su incapacidad para satisfacer sexualmente a una mujer.

[14] Manía de soledad.

[15] Terminó todo, después viene la noche a despejar las sombras de los claros.

[16] Tienes el rostro de piedra esculpida.

[17] No conoces los montes.
...Cada día la breve ventana 
se abre, inmóvil, al aire que calla... 
(La voz)