jueves, 16 de junio de 2011

urnabaPequeño poemario de San Amaro

Pequeño poemario de San Amaro



Le poète et le fou sont de mesme nature.
                               
L’un parle sans penser, et l’autre à l’aventure[1]
(Jean Passerat - 1534-1602)



Muere la gaviota en el destierro,
emitiendo el tañido de viejos campanarios.
Suena una nota lánguida que hiere,
que agoniza en la noche, que se va apagando.

Un aullido sin trazos, sin palabras, sin rostro
la luna amarillenta nos muestra en su regazo,
aquí donde penetra el eucalipto
en el aire profundo teñido de incensario.

Aquí donde se estancan las estrellas
que ignoran el camino, que no tienen futuro,
veo pasar los barcos

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Ahora vuelvo, rumor, a tus orillas
sin pensar que tu huella
se ha apagado
en el rostro del alma de mi queja,
en la muerte del sol en la ventana
que se arrastra llorando en tu niebla.

Vuelve el otoño leve a los cristales
que reflectan las ruinas y el camino
despertando el sopor que refulgía
en el aire latente de tu aroma,
en los hierros perversos y vencidos
donde dormita el lobo del silencio
y sollozan los monos sin sentido
su penumbra de hiel y la muralla.

Recuerdo el mar, la mar que enamoraba
la sirena perdida en mi regazo
y el lento respirar
que se perdió en tu boca 
y entristeció mis manos,
y el ligero vagar de tus espejos
cruzando nubes, velas, santuarios.

Recuerdo el puerto
 con voz de lejanía
recordando la huella de tu frente
y la mujer dormida de los montes
que yace en un instante de tu alcoba
que no se va, que abre las caricias
que se recuerdan siempre.

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Las gotas de licor y las palabras
caminan en la noche,
buscan su velo oscuro.

¡Cuánto recuerdo, Amor,
se agolpa en la sangre
cuando agita sus ríos
un laberinto estanco!

Aquí donde me acoge el abandono
y tenues flores blancas susurran el olvido.
Aquí donde pregonan los borrachos
la eterna añoranza
del último gemido,
veo pasar los barcos.

¡Cuánta guitarra abre
un suspiro lejano
que no puedo tocar
y escapa con tu aroma!

¡Cuánto recuerdo, amor,
se agolpa en la sangre
cuando la risa rompe
la comedia y el arte!

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Mi obtusa soledad se ha recreado
buscando en otro mar el sol de tu recuerdo.
No he podido salir de las tardes vacías,
de las voces sin fondo, de la gente que pasa.
No he podido escribir la verdad en el viento
pues lucho torpemente por encontrar palabras.

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Esos días de licor


A Carlos.

Esos días de licor que nos cantaban
fueron tan presurosos en nuestros labios
que tan sólo quedó un verso extraviado
recorriendo la noche de tu alma.

No volverá a moverse tu cintura
con aquella elegancia que aún respira
en el latido amargo de mi entrega,
ni volverá el misterio de tus manos
traspasando el umbral de la locura
de esos días de licor que nos cantaban.

La libertad no está, ni tu te enmarcas
en el limpio paisaje del recuerdo
donde grita el azul y el amarillo muere,
donde lloran la brisa y la tarde
por un poeta oscuro colgado en el reflejo
del mundo de color al que aspiraba.

Te he recordado siempre estrechando
esos días de licor contra mi pecho.
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Me pondrás en un sueño
vespertino y distante
cuando ya no me quieras
y estés entre otra gente.

Será la claridad
de tu expresión la rima
que impregne aquellos versos
ebrios de primavera..

En un bosque que cubra
la soledad y el miedo
dormirá tu sonrisa
sobre un tierno follaje.

Porque entonces mi alma,
perdida donde vaga
la bruma transparente
que invade los recuerdos,
seguirá deseando
quererte para siempre.

Abriré aquellos labios
heridos que tú amabas
para decir te quiero
de nuevo y en la tarde.

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Aquí donde vaga la mariposa
quiero dormir como si un muerto fuera
que resiste en el sueño del letargo.
Dormir y que mi angustia me volviera
payaso o trovador que deslizara
su última canción entre los labios.

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Aunque nunca estuviste aquí conmigo
siento tu extraño paso en las aceras,
siento crecer la lluvia y las palabras
desbordando el susurro que llegaba
a estos muros tendidos y cansados.

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¡Qué triste vuelve el ebrio a la cantina!
¡Qué soledad de barco sin rumbo en la bahía!

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Esperáis cenizas o pétalos de rosas ya marchitos
en las palabras que pueblen estos labios
donde otrora cantara el ruiseñor de Keats.

Esperáis gemidos en el aliento, y el aire,
el aire de la música que expira
para cubrir mi rostro,
para representar
lo que no he sido
y habéis guardado de mí.

Pero yo os diré que persisto,
que este dolor y esta soledad que muestran
las afiladas garras de su ausencia,
podrán vivir en mí y atormentarme,
alterarán mi voz y apagarán mis ojos.

Mas no podrán mostrarme
que el amor no existiera,
que no hubo claridad donde habita la noche,
que el olvido que corre por lugares y plantas
que no escuchan
no ocupa el mismo espacio
que tuvieran la luz y la armonía.

Ha pasado un poeta y no se rinde.
Resiste lejos de la residencia del ocaso.


[1] El poeta y el loco son de una misma natura (…) Uno habla por hablar, el otro a la ventura..

miércoles, 15 de junio de 2011

Último día de un poema

       Hace apenas cinco meses que vivo acorralado por el deseo de escribir. Cuando algunos compañeros míos de generación empiezan a plegar las velas, hartos del coche, las vacaciones, los horarios, los impresos... con los que soñaban, y piensan en alguna fórmula ventajosa para anticipar un retiro dorado cuando aún quedan ganas de vivir sin estar lastrado por demasiados achaques, yo me pongo a escribir, casi nada, como un extraño perdido en una fiesta a la que nadie le ha invitado. Y no está siendo fácil, pensando que lo mejor de mí debería estar por llegar, y no lo encuentro, por más que me levante muchos días a la hora que antes me acostaba. Puede haber una forma razonada de extraer lo que he ido acumulando en tantos años de silencios, simplemente porque lo sentía, porque me gustaba, pero nunca he sido muy juicioso.



Último día de un poema[1]

A veces no puedo saber lo que amo tiernamente,
se fue la llama azul que me guiaba
a la oscuridad de tus ojos, al puerto de tus brazos.
Arrancaron de mí la confianza que tuve
para amar en silencio sin esperar que me amaran.

Quizás no sea verdad, sólo un anhelo
que no quise tocar
por miedo a que volara,
volvieron otros cometas sin saber
agarrarme a sus colas, o empaparme de luz.

Y ahora, como las canciones,
que mi abuela aprendiera
de labios sefarditas,
de la tristeza voy a la amargura,
en la deriva de la noche preguntándome;
dónde está el candor que derrochaste conmigo,
dónde está la sonrisa que me tranquilizaba,
dónde el amor que eterno prometiste,
dónde la madrugada
en la que, al fin, los pájaros cantaron,
cuando tus tiernos ojos me miraban.

(Abril 2011)


[1] El único nexo en común entre la parrafada, el título y el poema es que fueron escritos consecutivamente.

domingo, 12 de junio de 2011

Quizás no esté dormido

12 de Junio de 2011

A Margarita Muñoz






No tuve que hacer ningún esfuerzo para enredarme en un tango de Gardel. Mi abuela, tan seria, tan adusta, tan desencantada, desempolvaba algunas veces aquellos viejos discos, inmensos, chirriantes y aprovechaba la caída de la tarde para llevarnos a un mundo que ella, con sinceridad, creía muerto para siempre. Era recurrente la mención, mientras sonaba “Cuesta Abajo”, del familiar que fue a comprar tabaco y que años después fue visto en Buenos Aires, se supone que con un nuevo acento y con una nueva familia, echando de menos tantísimas cosas, y sin embargo, consciente de haber abandonado una nave triste y a la deriva. Pero lo que más me arrebataba era, y eso lo podría corroborar cualquier persona que haya conocido a mi abuela, la capacidad evocadora que aquella voz tenía en sus ojos; durante tres o cuatro minutos, aquella mujer consumida que agonizó durante años sin estar afectada por ninguna enfermedad, vestida de negro, entre palabra y palabra suspirando, le daba un pequeño respiro a su tormento para entrar de lleno en el del adorado e irrepetible  Carlos, Carlos Gardel,  Carlitos… que lloraba y reía como nadie.

                        Quizás no esté dormido cuando aún canta, solía decir, al acabar la música, enjugándose una lágrima que nunca supo decirme si era por su madre, por su hijo o por Carlos Gardel.

Las flores y los prados tienen el mismo destino

Poemas de la Duda

7
Mourir cela n'est rien
Mourir la belle affaire
    Mais vieillir... ô vieillir.
(Jacques Brel – Vieillir)


Las flores y los prados tienen el mismo sino,
la misma larga noche que apagará mi frente.
Mientras busco coronas, laureles, epitafios, 
pasan las caravanas cargadas de perfumes
que vierten los linderos,
y no puedo tenerlos, sentirlos, propagarlos,
porque estoy en el valle y es abrupta la rampa.

Ya nadie me provoca, nadie quiere escucharme,
nadie intenta saber qué había en mi mirada,
oscura, triste, amarga,
conteniendo la fuerza,
qué comentario irónico
despertaba la risa
en la mesa de un bar de madrugada,
cuando ardía el bufón de todas las comedias,
y el sol de tu sonrisa
que nunca se apagaba;
hace ya mucho tiempo,
cuando aún te esperaba,
cuando quise aprender el arte de la vida,
y la vida escapaba siempre de mis intentos.

Las chanzas se arrugaron como viejos vestidos,
lo que era brillante dejó paso a la derrota,
a armarios retraídos que no tienen esmalte
y que guardan portadas de revistas sin fecha.

Lo que era arrancar besos en el olvido
es un trotar sin gracia invocando el recuerdo,
pasan enfermedades, citas que nos aguardan
con la fragilidad sincera de los cuerpos,
y pasan comentarios vacíos que no llegan
mientras toda la muerte reina en los hospitales,
y  tú y yo, separados por música y gemidos,
habitando en un mundo que no nos pertenece,
desvelamos los surcos del tiempo en nuestras almas.
(13/04/2011)

miércoles, 8 de junio de 2011

Cementerio de coches cerca de la frontera

The way things are going
                                     They're going to crucify me.

(Ballad of John and Yoko – Lennon-McCartney[1])
(Tal como están las cosas
me van a crucificar )


La fábrica detiene el ruido del miedo,
la escalera acoge a niños asustados
y no puedo quedarme bebiendo en el recuerdo,
enderezando alas de ángeles caídos.
 
Este era mi barrio; hablé con otras gentes,
otras nubes besaron el interior de la colina.
Esta era mi casa de encaladas paredes
donde surgían espectros de caricias antiguas.

¡Ay, mi corazón atravesado
por el halo del mar, por la vereda
que sube inconsciente hasta la muerte de los coches¡

No sé si mi dolor será sólo una sombra
para los besos claros que abrazarán la noche,
si brotará la parra del patio ceniciento
que añora sillas, ronda murmuraciones.

Ya no quiero mirar las huellas que quedaron
en mi errática pluma de soñador sin suerte;
no quiero morir crucificado.

Evoco aquellos versos escritos en silencio,
recuerdo aquellas calles donde nos conocimos,
me entrego a aquel amor que tú ya no recuerdas,
me acerco a tu rincón abierto en un deseo
con el corazón atravesado
por el halo del mar, por la vereda
que sube impasible hasta la muerte de los coches.

                                               (Abril 1997)



[1] Aunque firmada por el dúo de compositores más famoso de nuestro tiempo, en este caso, como en la mayoría, la autoría es sólo de uno de ellos,  aquí, evidentemente, John. Aún así, reconocieron que se ayudaban mutuamente en pequeñas modificaciones incluso en las canciones más íntimas y personales. La canción, que me parece impresionante por su ritmo primitivo y directo, quizás eche un poco de menos el “toque” McCartney en  el arreglo musical para instalarse a la altura de otras canciones de los Beatles.  En esas fechas ya había que hablar de Lennon o McCartney