domingo, 30 de julio de 2023

Los diques

 


Yo sé, Cristobita,
que tu alma de trapo
subía a tus ojos 
de vidrio pintado,

con una sonrisa 
húmeda de llanto
cuando yo me iba
del guiñol, llorando.

(Francisco Luis Bernárdez) 

 

He levantado ese instante de penumbra que me hiere
en las persianas de la esquina del Ángulo,
en las cuerdas de los títeres perseguidos
que adorabas por su indefensión, por su angustia,
 por la locura de su gesto atormentado
en la madera ensangrentada por los golpes
 que siempre vuelven
 a las rocas limosas que esparcen el llanto de la espuma,
al polvo de las arenas, al rumor de un crisantemo.
 
*** 
He bordado un pensamiento con el desgarro
tendido de tu blusa, 
con el clamor perpetuo de tu falda
 que gemían con los derrumbes
heridos de tu piel entre mis manos,
con la tinta inmarchitable que fluía en las venas 
oscuras  y dolorosas del olvido, 
con los malvones ardientes
que vagaban en los roces fragantes del balcón de tus espejos
con la muerte que rimaba en los surcos profanados
de la última línea sedienta 
que persiste en el murmullo sempiterno de la playa,
que te busca en un piercing desgajado por la caricia
que se quiebra en los fulgores procelosos
de unos faros que han mordido 
con pasión el liguero 
de tus noches más intensas y añoradas
 que se abren entre los diques, los barcos y la presencia
en nuestro vuelo de los mares lejanos
que pasaron por el rostro
de la almadraba que recogía tu sonrisa,
que aún arrastra los derrubios sin luz 
de los muros agrietados
por la amargura del mundo, por las canciones peregrinas
que brotan en los labios del deseo, 
en la insistencia de la voz irrenunciable que resiste
y permanece en el orgullo de tu frente luminosa.
***
Como un pincel que se adentra en un marco sin lienzo
  y perfila los labios de una alcoba que tiembla en lontananza,
como un albatros que no encuentra el respirar de su mástil
 en una imagen borrosa que fija la morbidez extraña de tu rostro,
 así vuelve la sangre
 de una nube sin fuerza que se embriaga en su deriva
 con el último canto de un idilio que sufre 
en las paredes de tu primera cita
 y presiente las garras 
ineludibles e hirientes de la ausencia,
 mientras yo te miro desde el palco de una asonancia sentida
  que arrasa en la memoria de los cañaverales
 y golpea el  divagar de los pulsos de tus sienes,
 los gemidos ruinosos a los que se enfrentan 
los pensamientos de amor 
 en los muelles cansados de los nombres sin sombra,
 en la clausura de un verso que nunca se abrió paso entre las huellas que se hunden
 en los caminos nerviosos del agua, 
 en el lamento insostenible
que cubre las veredas constantes de los recuerdos
que nunca se han marchado de tu orilla, 
que atraviesan la mente,
se detienen en el candor eterno que acoge 
tu impulso más venerado
y se enamoran de la tristeza profunda que brilla en tu mirada.