miércoles, 11 de marzo de 2020

Muchacha del recuerdo

Anochece en mi rostro 
cuando pasa por la alfombra de tu calle
la muchacha de ayer que todavía te busca,
lleva al cuello tu cruz,
brilla en el recuerdo donde apenas sonreías
y envía pétalos de ensueño a los claveles
de un mañana
enclavado en una estatua que guarda una mirada
de amor hacia los tristes
a pesar de los fusiles, el mostaza y las cadenas
que no pueden devastar la palabra
de los santos descreídos
que emergen de las brumas cada día
para seguir viviendo la fe en nuestra sangre.
 
***   ***   ***
 
Anochece en mi rostro 
cuando pasa por la alfombra de tu calle
la muchacha de ayer que todavía te busca,
lleva al cuello tu cruz,
tortura tu vestido cansado de los lunes,
brilla en el recuerdo donde apenas sonreías
y emite pétalos de ensueño a los claveles
de un futuro
enclavado en una estatua que siente un latido
de amor hacia los tristes
a pesar de los fusiles, el mostaza y las cadenas
que no pueden devastar el mensaje
de los santos descreídos
que emergen de las brumas cada noche
para seguir viviendo la fe en nuestra sangre.


Nocturno en la escollera




Me dejó solo con mi triunfo y su muerte.
(José Emilio Pacheco)

El ayer que proyecta su sombra en el futuro
empaña las vidrieras
y destroza los labios yertos sobre las algas
que anhelan que regresen
los amores perdidos en nuestras tempestades,
los besos que cayeron en los labios cerrados
de los viejos fantasmas que lloran en la esquina.

I

En las imágenes que se cubren ante mis ojos,
en los recovecos de la brisa que no tengo y nunca se ha perdido,
en el camino sinuoso donde dejaste la lluvia y hundiste los deseos
mi amor se desespera
como un caballo que gime en la cuchara de madera que lo arrastra
a la soledad de la neblina que no quiere leer las sombras que te escribo
en los arbustos que resisten en el desierto
y funden en una lágrima
el discurso sin voz de las antorchas
cuando aparecen las cadenas perversas de algodón
sobre el paisaje roto, hueco y acordonado
que contagia el gris a los ojos que sufren en los párpados de las arenas.

II

Busco ese algo que perdí y nunca tuve,
una canción que me llegó adentro navegando en el flujo de las venas
de una memoria ausente, apartada y deprimida,
busco la poesía que los dioses me entregaron y no pude atravesar
en el desván sin puertas de un vestigio inerte, seco y amortajado
para dejar que mi barca se hunda en la melancolía de las sirenas
que perdieron las ansias viajeras de tu canto
y me alejo del hombre que cruzaba la avenida con la luz en el costado,
en las vetas azules de la sangre derramada sobre las azucenas
que levantaste con el perfil de tu mano y un pañuelo afligido
en los hilos sedientos de caricias de tu jersey de plumas apenado.

III

Tu corazón un sueño sin latido,
mi alma la ilusión de una quimera,
por la cuesta del Gallo van penando como una lumbre oscura
que alienta la mirada del sol entre las nubes
con la nostalgia ardiente que se adueñó de
los roces peregrinos de tu gesto,
con la alondra que sufre la muerte del mañana
y muestra en la tristeza mórbida de su vuelo
la gracia de una sonrisa que sufre en la cadencia de los brazos
que imprimieron
la arcilla de tu huella en el destierro del mar de mi alegría.

Ahora tiemblo como un romance abortado en la alborada,
como si no volviera la risa a los hondos veneros
de tu boca,
como si las
antenas, el mundo, los milagros,
 la noche y las revistas
cubrieran mi cintura y no quisieran verme,
y los pájaros aullaran encadenados a los espinos
que rasgaron tu falda plisada en la amargura sentida
de la frontera imprecisa
 entre tu voz, mi alma y tu silencio.

IV

Aquí, donde rompo las canciones que mostramos en las esquinas
y solo queda un grito que empaña las paredes con un resplandor de tierra,
sufro como un pastor que no eligió su paso y no encuentra sus montes,
como un árbol que llora en los bordes del camino.

Te veré alguna vez cuando la golondrina ahogue su amargura en el polvo
de un salón mortecino agazapado en la oscuridad de una lira,
cuando la alambrada se abra a una bandera que represente a los perdidos,
cuando no hayas muerto
en la misma manzana que muerde
las llamas del Paraíso,
la piedra helada que arde en las entrañas del Infierno.

V

Aún espero que vuelva tu nombre entre la yedra
de la casa encalada,
tu corazón al puerto que moría con los mitos
de tu imagen transida
sobre la carretera de las calas dolientes,
de tu
sombra en los labios que aguardan la palabra
que sigue en el recuerdo como si fuera tuya
y siempre inundará las garras del olvido.


VI

Hay una estatua de cera en el patio que aún te espera
en la cortina transparente de luz al mediodía,
hay un libro caído donde se yergue un sueño interminable,
un ciprés con un recuerdo en sus raíces enredado,
un cuarto oscuro donde asusta la nada y la muerte
se adueña de mi rostro
cuando te alejas de mí y no miras la cuerda
que se ha roto y me desgarra la frente y la garganta.

Versión 11 de marzo de 2020.

martes, 3 de marzo de 2020

Nuevo bosque de Brent


Sigo siendo ese río fundido con la piedra
cuando el amor me hiere y no puedo arrancarte.
(No hablaré de poesía)

Cuando llega la sombra a tu rostro de cera
tus manos se retiran torpes a tu cuaderno
donde dejaste hundida 
la palabra borrosa de un encanto
que desconcierta el ritmo de los ramajes huecos
donde van los acordes 
de la alcoba sin llave que yace en la floresta
donde tiembla la niña que llora en el recuerdo
con tu sonrisa oscura y pensativa.

La libertad enhebra sin saber las razones
el velo luminoso de una herida 
que grita en tu mirada
 con un himno que cierra las ansias de tu vuelo,
con banderas hundidas que devoran el mástil,
los lienzos, los perfiles y los acantilados
del bardo miserable 
marcado por los labios que abren una gacela.

El amante que esboza tu olvido en una sábana
esparce los fragmentos sentidos de tu angustia
por el Bosque de Brent
con la vida y el sueño que no dejaron huella,
con el verbo asustado que ha perdido tu nombre
y penetra en la brisa amarga de los puertos
cuando vuelven las barcas que nunca llegarán, 
que plegaron las lonas que surcan el pasado
y el lazo de tu blusa dormido en la escollera
de los puentes perdidos y encallados 
en la caricia blanca de los parques de ayer
donde yacen los lirios que llevaron tu firma
y cubren los carteles
los poemas que sufren el canto de las fuentes,
la inmensidad del mar que cabe en una lágrima.














Es cierto que no vuelve lo que nunca pasó
y siempre se hace tarde cuando el alma se agrieta
y se va la esperanza
en la mirada oscura que mueve tu recuerdo,
en la alcoba que tiembla la cortina adornada
con un verso de amor que se enfrenta a la muerte.

Cubre la libertad las alas de tu herida,
el velo de una lágrima
 con un himno callado que destierra
las velas de tu vuelo
con banderas perdidas que devoran el mástil,
los lienzos y el retrato del pintor miserable 
marcado por los labios que muerden una estrofa
en los acantilados,
del poeta que muestra tu rostro en una sábana
al despertar del sueño que nunca tuvo pulso
con un aullido seco, un llanto desgarrado
que ya no tiene rima
ni conoce la brisa amarga de los puertos
cuando vuelven los barcos que surcan el pasado 
y nunca llegarán
al lazo de tu blusa tendido en la escollera,
a los puentes derruidos de tus brazos,
a las caricias ciegas y a los parques
donde yacen los lirios que llevaban tu nombre,
la palabra que llora la herida de los besos,
la inmensidad del mar que cabe en una lágrima.

No volverás


Y durante un instante, en su rumor,
regresa el sonido del primer poema
de una vida
como una música lejana que se apaga en la noche.

(Constantino Cavafis - Voces - Versión: F.E. León)

***   ***   ***

Es cierto que no vuelve lo que nunca pasó
y siempre se hace tarde cuando el alma se agrieta
y se va la esperanza
como una mariposa que atraviesa las nubes
y empapa la tristeza de su vientre
en la presencia oscura que guarda los rescoldos
de un deseo ferviente que resiste en la sangre.

No volverás, lo sé, pero te espero al alba
con la flor en los labios
de la mirada quieta en la eterna sonrisa
de una estrella fugaz
que caerá en tu olvido cuando hierva el recuerdo.