Laura A. M.
Martes Santo de 1997
Cae Jesús en la que fue nuestra avenida,
amas a otra, lo sé,
sufro en silencio
sin derramar esta perla
de puñal acristalado en el muro
donde olvidaste representar
la máscara de tus dudas.
Ya no soy joven y tienes una amante
que nunca podrá darte
este gramo de amor que se me ahoga
en el pensamiento único que tengo,
eres tú mi vida y eres
el advenimiento de mi muerte.
¡Qué triste fue la ajorca
que me regaló mi hermano,
con el rojo coral y el albo oro
de nuestros primeros besos
cuando yo te alumbraba!
¡Qué amargos los requiebros
cuando van a otro oído burlón
y pasajero!
El Cristo se levanta,
cuesta arriba y silente,
no llega una saeta
para aliviarle en el dolor más profundo
en su bendito rostro amoratado.
Pero mi corazón no puede,
no ha podido seguir.
Por tu culpa, Amigo,
se desgañita y muere
y sigue en su Calvario
con la carga de tres hijos que me dejas
y por quienes sonrío aú en las sombras
de la máscara de tu herida.
Se parecen tanto a ti,
Amado que te vas,
Amante que me pierdes.
Amado que me pierdes.
amas a otra, lo sé,
sufro en silencio
sin derramar esta perla
de puñal acristalado en el muro
donde olvidaste representar
la máscara de tus dudas.
Ya no soy joven y tienes una amante
que nunca podrá darte
este gramo de amor que se me ahoga
en el pensamiento único que tengo,
eres tú mi vida y eres
el advenimiento de mi muerte.
¡Qué triste fue la ajorca
que me regaló mi hermano,
con el rojo coral y el albo oro
de nuestros primeros besos
cuando yo te alumbraba!
¡Qué amargos los requiebros
cuando van a otro oído burlón
y pasajero!
El Cristo se levanta,
cuesta arriba y silente,
no llega una saeta
para aliviarle en el dolor más profundo
en su bendito rostro amoratado.
Pero mi corazón no puede,
no ha podido seguir.
Por tu culpa, Amigo,
se desgañita y muere
y sigue en su Calvario
con la carga de tres hijos que me dejas
y por quienes sonrío aú en las sombras
de la máscara de tu herida.
Se parecen tanto a ti,
Amado que te vas,
Amante que me pierdes.
Amado que me pierdes.
Non Potevo.
No he podido arrancarte de mi pecho,
no he podido desterrar tus palabras,
no puedo olvidar tus ojos,
ni he podido sonreír a la mañana
desde que cayó la noche oscura
sobre mi alma ajada.
Tiemblo cuando te miro
y mi voz enamorada
se pierde hacia adentro
sin decir nada...
no he podido desterrar tus palabras,
no puedo olvidar tus ojos,
ni he podido sonreír a la mañana
desde que cayó la noche oscura
sobre mi alma ajada.
Tiemblo cuando te miro
y mi voz enamorada
se pierde hacia adentro
sin decir nada...
Mi soledad
El murmullo del viento que ronda la ventana
rompe el silencio de la calle vacía
y acerca a mis labios sones olvidados,
cantos de luna, ebria de soledad,
sones trasnochados
pintados en la noche, sin luz ni armonía,
recorriendo calles sin sueños, casas vacías.
Soledad de árboles sin ramas, de muros
enredados en la neblina,
en callejones oscuros,
sin luz, sin esperanza, sin vida.
Coronas sin laureles, ríos de sombras,
amaneceres de insomnio en la noche oscura
donde laten palabras olvidadas y perdidas,
confundidas y atrapadas en la bruma,
en la mente extraña que no siente,
que no vive, que agoniza sola.
Así es mi soledad, fiel compañera
de mis huesos y mis heridas,
de mis sueños perdidos en la aurora
en el anochecer de los montes,
en el estanque azul de la mañana.
En esos montes del recuerdo. Sólo
en tardes azules de estío
y en crudas mañanas de invierno
arde aún con fe, con amor y con luz
tu cuerpo junto al mío.
F. Enrique.
Mi soledad
Mi polvo no está en el aire,
ni en la palabra
que amargamente
se enamoró de tu boca.
¿Cómo era mi soledad antes de que estuvieras
navegando en mi errática
pronunciación
del letargo?
La vi sobre mis hombros,
en mis manos,
la vi en el sudario
que esperaba la sombra del dolor,
aquella sombra
que se enamoró de mí,
que nunca me dejaba...
Mi soledad vestida en un suspiro
cautivo, interminable.
Mi soledad masacrada por discrepancias antiguas
que a comprender no alcanzo,
que no hablan, que no gritan, que no entienden.
¿Cómo era mi soledad antes del día que fueras
al río sin retorno de la ropa desterrada
en el armario sin fondo que escondía tus anhelos,
a la madrugada de los ojos sin máscara y sin dueño
que lloran y aún te buscan
en las ruinas imborrables de tu adiós a las muñecas?
Mi polvo no está en el aire,
no está en tus pensamientos
ni está en las escaleras abiertas de tu casa,
que está en los candelabros donde murió el olvido
que abrió los entresijos sin rumbo de tu risa.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.