sábado, 16 de diciembre de 2017

Fabrizio De André - El poeta de los amores perdidos



Los recuerdos abrían las violetas
con nuestras palabras;
"No nos dejaremos nunca, nunca".

* * * * *

El amor que desgarra los cabellos
ahora se ha perdido,
no queda más que una caricia tibia
y un poco de ternura.

(Fabrizio De André – Canción del amor perdido)

“Nos enamorábamos con aquel acento apasionado y susurrante que imitábamos torpemente al oído de una niña obnubilada en una sala de fiesta oscurecida que había cambiado las películas de Ford por las canciones de Claudio Baglioni. Mientras fuera, en la calle, la Avenida de África se debatía entre el ruido de algún coche  y el silencio tenue de la luz de las farolas”.

Umberto Eco aconsejaba en un ensayo que, para hacer una tesis, lo más importante era centrarse en algo tan concreto que, a ser posible, pudiera permitir que uno fuera la mayor autoridad del mundo en el tema que tratara mientras lo desarrollaba o lo exponía. Tengo una edad, 58 años, en la que uno tiende a decirlo a la menor oportunidad por miedo a que lo encuadren con una generación a la que no pertenece y le antecedió, y uno aprende, mal que bien, a mirar con sinceridad y una cierta complicidad sus limitaciones; es muy difícil explicar que uno de adulto supo mirar atrás para intentar explicarse un poco aquello que le impresionó de niño.

Puedo hablar del Mayo francés, de la llegada del hombre a la Luna, de los asesinatos de John Kennedy y de Martin Luther King, de la Guerra del Vietnam… Pero sé muy bien que la mayoría de la gente de mi generación se ha olvidado de todo ello o se ha quedado con la imagen superflua que los identifica olvidando el aroma y la significación que estos acontecimientos tuvieron en su momento o en los años que les sucedieron.

         En el fondo no se ha cambiado tanto en cinco décadas, pero nos tenemos que ceñir a momentos concretos que para bien o para mal tuvieron una importancia capital, dependiendo de cada país y su circunstancia, en nuestro ámbito cultural, no debemos olvidar que no somos nosotros los que nos identificamos sino los que nos ven desde fuera y nos sienten distintos, y no andan equivocados ya que pertenecemos a la civilización de la duda que aún no ha florecido en los huertos orientales. 

         En España nos dolerá siempre, y algunos recordaremos con un halo místico de encanto la dulce locura de la adolescencia, encontrarnos con manifestaciones del espíritu de la Transición, propició que, incluso jóvenes con escasa titulación académica discutieran en los portales y en los jardines de Kafka, Unamuno o Hemingway, que se sintiera una satisfacción íntima por la concesión del Nobel a Vicente Aleixandre más allá de la órbita literaria, que se escuchara hablar, quizás por primera vez, de un monstruo belga que había elegido llegar al corazón de los Mares del Sur para llevar un poco de luz a su agonía, o que, al fin, pudieran verse en las pantallas películas que marcan para siempre como “El gran dictador”, “Viridiana” y “Por quién doblan las campanas”.
 
         Uno sufre cuando encuentra algo verdaderamente bueno y se le ha escapado cuando pudo haberlo vivido en su momento, a pesar de que piense que básicamente es el mismo que el nuestro, como diría Ismael Serrano ahora mueren en Siria los que morían en Bosnia.
 
         Fabrizio De André personifica mejor que nadie la frustración que tengo por no haber tenido los ojos más abiertos, la culpa pudo haber sido de él mismo que incluso propició en muchas de sus canciones que los italianos no pudieran entenderle ya que eligió el dialecto genovés como vehículo comunicativo; un hombre con una amplia perspectiva sobre el mundo había elegido centrar sus mensajes en la gente que le era más cercana. Puede que no haya intérprete más original de Dylan, Cohen o Brassens ni un trovador más herido y realista cuando hablaba de la pérdida del amor, ni un humanista tan comprometido como Pasolini; aún hoy se gritan eslóganes con algunos de sus versos más mordientes en las manifestaciones dentro de un concierto político tan desconcertante y agrio como el italiano.

(27 de julio de 2017)

jueves, 23 de noviembre de 2017

Amy Winehouse - I love you more than you'll ever know

 


Amy participaba de la misma soledad y el desapego de sí misma que hemos visto, a plena luz del día, en algunas estrellas.
(15 de julio de 2015)


Quizás quise reflejar, a través de su martirio inquebrantable, la soledad en una ciudad cualquiera que no puede acogernos y devora a los artistas que no quieren plegarse a los delirios de la fama. En este momento habría afrontado su muerte de otra forma, habría llorado simplemente por aquella niña triste y descontrolada con un talento enorme. 

El talento no justifica las salidas por la puerta de atrás, el caminar continuo por un cable sin red, no exime de culpa, pero, en su caso, el castigo fue excesivo como suele ser la norma cuando se trata a la bravura, tuvo que  vivir una temporada en el infierno antes de morir, atravesar un vagabundeo espiritual que le robó la sonrisa.

 (24 de septiembre de 2015)

Hemos perdido a una cantante irrepetible sin darnos cuenta apenas, sin que pudiéramos ni quisiéramos evitarlo, sin que nos asomáramos a su abismo aunque solo fuera por un atisbo aletargado de la desesperanza humana acorde con nuestro tiempo, tenía un corazón que no le pertenecía, ni siquiera ella misma sabía lo que buscaba, siempre cantaba a un amor herido, sufría por el abandono o por  la entrega a la rutina mientras los tontos hablaban en la calle sin decir nada mientras pasaban los tranvías que nunca se llaman deseo.
(21 de noviembre de 2015)


martes, 14 de noviembre de 2017

Jacques Brel - Orly



 

 Pocas veces había sido Brel tan interminablemente triste, repite sin cesar que la vida no regala nada, y hace sentir que el final de un gran amor tiene sensaciones que lo equiparan en su tragedia con la muerte, esa que ya jugaba con él hasta helarle la sonrisa.


Puede que Orly sea la canción más conocida del mítico álbum “Les Marquises”, un gran hito para el público francófono por ser el último que grabara un retirado y misterioso Brel, por el número anticipado de copias vendidas, por la calidad que se le reconoció una vez salió al mercado. Siendo Orly una gran canción hemos de admitir que le salieron rivales colosales en el mismo disco, entre ellas la inmortal "Ver a un amigo llorar".

El aeropuerto parisino es el marco que eligió para demostrarnos el momento en que una pareja, mientras pasan hombres y mujeres ocupados en sus propios pensamientos, salta en pedazos, quizás por celos, por desamor o por hastío, son tan delgados que no pueden ser deshonestos, llega a decir, narrando en primera persona, centrándolos en el objetivo de sus ojos entre más de dos mil personas que pasan.

 Hay quien afirma que esta canción es una réplica acerba y paródica a la vitalista y despreocupada “Un domingo en Orly” de Gilbert Bécaud, de hecho hay un verso que hace referencia a ello y nombra a su colega desde la amargura que transita por su pecho que no desde el sarcasmo. Porque creo que Brel buscaba algo sustancialmente más profundo en el momento que empezaba a bajar los brazos y a componer canciones con una morosidad en absoluto acorde con su carácter impulsivo. Se acabaron los tiempos en que se reía de su propio final aunque reconociera el miedo cuando presentía el instante único, ese en que decía que la vida solo tiene dos fechas, en que dormir es morir un poco si no se sueña.

Víctor Jara - Neruda - Ya parte el galgo terrible



“Un obrero sin trabajo, no importa que sea o no sea marxista, no importa que sea o no sea cristiano, no importa que no tenga ideología política, es un hombre que tiene derecho al trabajo y debemos dárselo nosotros”.

(Salvador Allende)


Aquí en España, Allende es venerado en círculos, cada vez más pequeños,  por lo que hizo y más aún por lo que pretendía hacer. Me emocionan algunas cosas que propuso,  algunas medidas que tomó; la nacionalización del cobre, para acabar con la especulación sangrante que perjudicaba a todos de una compañía estadounidense está en el origen de su indirecta condena a muerte.

Allende, a pesar de pactar con ellos en las elecciones de 1970, mostraba una izquierda lejos del mesianismo dogmático de un comunismo sediento de revancha que perdía sus justificaciones cuando proponían como modelo a seguir los de la tierra de promisión y sus métodos coercitivos e irrebatibles, a pesar de que luchaban, en muchos casos, contra democracias corruptas o dictaduras encubiertas.

lunes, 13 de noviembre de 2017

Lluis Llach - Laura



Estamos de acuerdo, Juanlu, en lo fundamental; Lluis Lach es un gilipollas, un xenófobo y un supremacista. Es cierto que, como artista, queda muy por debajo de Serrat, lo que es lógico teniendo en cuenta la envergadura de las alas del noi del Poble Sec. Pero hubo un par de años que estuvo con él en las alturas, precisamente los años en que lo conocí y publicó "Viatge a Ítaca" y "Campanades a morts". Era un ídolo para esos muchachos españoles que tanto llegaría a despreciar; “L’estaca” era un himno que buscaba la libertad, “Silenci” una exquisita canción de culto y resistencia con la mirada.

Ya sabes que no es frecuente que un artista sea mala persona, suelen estar demasiado pagados de sí mismos para pensar que pueden hacer daño a los otros, pero ocurre. El ejemplo más ilustrativo que nos ponen es el de Elia Kazan, quizás el mejor director americano de los 50, delató a sus antiguos compañeros de partido durante la Caza de brujas. Quiso quitarse el peso de la culpa rodando, ni más ni menos, "La ley del silencio", pero el daño ya estaba hecho y algunas carreras destrozadas. Desde luego que Lluis Llach no puede competir con él como artista, pero como delator le gana, su repulsa a lo que cree diferente nos salpica a millones de españoles, y a millones que, además, son tan catalanes como él, por mucho que le pese. 

“Laura” es una canción con un profundo y ensoñador sabor mediterráneo en la que nos demuestra que la amistad puede ser tan hermosa como el amor, cuando solo nos queda dar aliento, cuando se atraviesan juntos las tormentas. Una joya perdida y única que desconocen demasiados españoles.