14 de abril de 2014
Esta
canción de Pink Floyd era la que más nos unía, quizás Star Man o Five Years de
Bowie estuvieran ahí, entre las nuestras. Pero era el talento como compositor
de Roger Waters, la voz de terciopelo de David Gilmour y el recuerdo del genial
y malogrado Syd Barrett los que hicieron posible esta canción que pasa por ser
una de las maravillas imperecederas del pop-rock.
A Roberto Alonso
(Roger Waters – David Gilmour)
¿Puede
ser tu amigo alguien con quien solo una vez te tomaste una copa y que, en buena
lógica, pertenecería al ámbito de los compañeros de trabajo o de los conocidos
que te caen bien? Hace una semana hubiera dicho que no, ahora pensando en lo
que una persona deja en ti, aunque ni siquiera lo hubiera pretendido, cambiaría
la respuesta. No puede ser sino un amigo alguien que te enseña a amar a Bach y
a Schubert en sus gigantescas dimensiones, que te deja algo de su erudición y
de su bagaje cultural, de su independencia, a pesar de sus
equivocaciones, que, aunque entre líneas y de una forma difusa, te habla del
sufrimiento y de que ha llegado a odiar Pequeña
serenata diurna, probablemente la canción que más amaba.
Roberto y yo teníamos muchos puntos en
común, empezamos muy pronto a trabajar en la misma empresa, aunque en distintas
ciudades, ambos estábamos ya casados y teníamos un niño, casi de la misma edad,
más o menos como nosotros mismos, ambos pasamos en circunstancias desfavorables
por la casa de putas de nuestros patronos, que, al fin y al
cabo, eran empleados públicos como nosotros, aunque no lo tenían muy claro. Las
encuestas indagaron en nuestras almas y nos enseñaron lo dura que es la vida de
aquél que trabaja por objetivos y depende del público, una pesadilla en sí
misma que se retuerce sin rumbo si le añadimos la estupidez de un jefe que se
cree demócrata porque deja de votar a sus empleados y moderno porque le gusta
Ricky Martin.
Los dos adorábamos la música, él
situaba la clásica varios peldaños por encima de la popular. Intenté
explicarle, en vano, que si Mozart hubiera nacido en nuestros días se llamaría
Paul McCartney y Bob Dylan sería Beethoven. Salvaba muy poco de estos tiempos
modernos, lo bueno fue que coincidíamos en nuestros gustos sobre la música del
momento. Pink Floyd y dos de sus cinco obras maestras los tenía en cuenta como
si se trataran de auténticas sinfonías; The Dark Side of the Moon (La cara
oculta de la Luna) y Wish you were here (Ojalá estuvieses aquí) eran situadas
en su mente dentro del terreno de lo imprescindible, el viaje al sonido que nos
recomendó cuando éramos muy jóvenes uno de los críticos del rock más
importantes que ha habido en España.
Vamos a imaginar que somos músicos y
que somos muy buenos, tocamos y componemos en esta banda. Él no podría haber
sido otro que Syd Barrett, yo tendría en Roger Waters el yugo que somete a mi
propia creatividad. Él ha decidido dar un carpetazo involuntario con todas sus
fuerzas y me deja un poco solo en la tarea de sacar la empresa adelante. Tres
años duros, muy duros con discos experimentales y confusos, y otros, además,
mediocres. El asunto empieza a aclararse con la ensoñadora y fascinante Echoes,
hay que dar el paso definitivo, dejamos de tocar en público para concentrarnos
en cuerpo y alma a ese proyecto. De repente, vuelve a aparecer Roberto, en esa
nostalgia, en esos sueños perdidos. Waters se saca de la manga Brain Damage
(Cerebro dañado) y lo fusiona magistralmente con Eclipse.
El grupo tarda dos años y medio en
publicar un nuevo álbum, en éste, el guiño antológico que hemos comentado es la
espina dorsal desde la que dimanan todas las pretensiones de ofrecer un
homenaje sincero y angustiado. La sinfonía de nuestros días es Shine on you crazy diamond ( me atreveré a traducirlo así; Brilla sobre ti un diamante
loco). Esta canción, la más trabajada y de más nítido sonido, iba a dar el
título al álbum, afortunadamente lo cambiaron por Wish you were here, Les adieux de todas las horas para los
amantes del genio malogrado del rock.
21-11-2014
Quizás, P., la muerte sea no sea una paradoja sino una metáfora de la vida, el
espejo en el que todos acabamos reflejándonos, solamente he escuchado dos o
tres veces la canción que más nos gustaba en común en los últimos días, pero he
repetido muchas veces en mi mente "Wish you were here. "
23-11-2012
La música fue el hilo conductor de casi toda nuestra relación. No
fue un capricho que intentara articular todo el poema sobre ella. No aparecen
compositores españoles de música clásica porque, erróneamente, no le gustaban.
De la otra música, como decía él, hice
referencias a Pink Floyd y a Georges Brassens, pero me olvidé de David Bowie y
su Ziggy Stardust.
Ya ves, Beatriz, he puesto "Wish
you were here" mientras te escribo y no solo por Roberto sino también por
Syd Barrett que fue quien inspiró esta canción por su deriva mental y
emocional. Leía durante aquellos días, en el prólogo que Antonio Tabucchi escribió
para "Fragmentos" de Marilyn Monroe, acerca del problema que
arrastran las personas sensibles e inteligentes para situarse en un mundo que
no es el suyo. Creo que en esto último situaría el paso de una noticia que me
afecta más conforme avanza el tiempo. Pretendí que todo lo que se decía en el
poema fuera cierto. Al final, nos queda la música.
21-12-2012
Me llama la atención, M., que hayas
definido el poema como "Elegía" y efectivamente lo es, la razón es
que lo publiqué hace unas tres semanas en un Foro, en el que hay una calidad
inusual para este tipo de asociaciones, y mi sorpresa fue que, en las pocas y
muy buenas críticas que tuvo, (pasó casi desapercibido) nadie mencionó esa
palabra. En algunos casos no me queda la menor duda de que sabían que lo es y
no era necesario mencionar lo obvio, pero en otros no estoy tan seguro, eso me
hizo leer varias veces el poema para ver hasta que punto podía no explicar con
claridad el asunto. Me alegro de que lo hayas visto tan claro.
21-12-2012
Gracias, J., siempre llena de
satisfacción que alguien a quien no conoces se acerque a tus poemas y deje
constancia de ello. Es un poema para el que se me hace difícil encontrar las
palabras para mostrar el agradecimiento que, sin duda, merecéis. En este caso,
me hubiera perdonado a mí mismo que no saliera bien; sé que habrá quien lo vea
así, pero nunca que no hubiera puesto todo de mi parte para que así fuera.
A Roberto Alonso
What have we found?
The same old fears
Wish you were here1
The same old fears
Wish you were here1
(Roger Waters – David Gilmour)
¿Qué hemos hallado?
Los mismos miedos de
siempre.
¡Ojalá estuvieses aquí!
Adiós,
esta música celta se ahoga
sin latido, sin gaita que despierte
en los recovecos que ha dejado tu figura,
tan olvidada de ti mismo que recurre
al ensayo de un adagio enrevesado
que se pierde en el aire, su vereda,
para no tocar las manos que lo arrancan.
No quisiste ver el mar antes de la alborada,
este mar que saluda desde ventanas grises sin pañuelos,
desde la melodía sin ritmo de las olas
que hacen que te recuerde la guitarra sin cuerdas
que tocaste cuando llevabas el pelo largo,
creías que te llamabas David Gilmour
y cantabas con voz de terciopelo emocionada
“Ojalá estuvieras aquí”.
Has de mantener alta la frente cuando cruces
el bulevar sin gloria que erosiona con sus garras el olvido,
cuando apures el vaso que te lleve hacia las sombras,
cuando habites en el lugar tenebroso
donde Hades domina
al fondo de la escalera sin barandas
donde acaban el dolor y los recuerdos.
Adiós, tenaz compañero que apenas los nombrabas
cuando en tus entrañas se desangraba tu suerte
por haber errado el rumbo
en la ciudad de los milagros,
cuando Beethoven gemía sintiendo un claro de luna
y tus ojos se empañaban de la melancolía
que nunca encontró tus labios, ni acarició tus manos,
y todo se desterraba hacia dentro
cuando un fallo del sistema te absorbía la mañana.
Adiós, quizás las penumbras no sean tan oscuras,
quizás se calme el viento, triunfe la Primavera,
y un ruiseñor de luz se adueñe de tu noche
para seguir cantando donde reina el silencio.
Si la música suena en el país de los tristes
adonde fue expulsada para enjugar una lágrima,
donde otra muerte asombre con sus curvas de ninfa
y su túnica abra con un sarcasmo hiriente,
entonces, quizá entonces
reclames el aliento, las ganas, la sonrisa
que tomar no quisiste
cuando estabas a tiempo
de comprar un billete para el viaje a Viena
donde suena la flauta mágica y ensoñadora
de un Mozart prodigioso que en su delirio te saluda.
sin latido, sin gaita que despierte
en los recovecos que ha dejado tu figura,
tan olvidada de ti mismo que recurre
al ensayo de un adagio enrevesado
que se pierde en el aire, su vereda,
para no tocar las manos que lo arrancan.
No quisiste ver el mar antes de la alborada,
este mar que saluda desde ventanas grises sin pañuelos,
desde la melodía sin ritmo de las olas
que hacen que te recuerde la guitarra sin cuerdas
que tocaste cuando llevabas el pelo largo,
creías que te llamabas David Gilmour
y cantabas con voz de terciopelo emocionada
“Ojalá estuvieras aquí”.
Has de mantener alta la frente cuando cruces
el bulevar sin gloria que erosiona con sus garras el olvido,
cuando apures el vaso que te lleve hacia las sombras,
cuando habites en el lugar tenebroso
donde Hades domina
al fondo de la escalera sin barandas
donde acaban el dolor y los recuerdos.
Adiós, tenaz compañero que apenas los nombrabas
cuando en tus entrañas se desangraba tu suerte
por haber errado el rumbo
en la ciudad de los milagros,
cuando Beethoven gemía sintiendo un claro de luna
y tus ojos se empañaban de la melancolía
que nunca encontró tus labios, ni acarició tus manos,
y todo se desterraba hacia dentro
cuando un fallo del sistema te absorbía la mañana.
Adiós, quizás las penumbras no sean tan oscuras,
quizás se calme el viento, triunfe la Primavera,
y un ruiseñor de luz se adueñe de tu noche
para seguir cantando donde reina el silencio.
Si la música suena en el país de los tristes
adonde fue expulsada para enjugar una lágrima,
donde otra muerte asombre con sus curvas de ninfa
y su túnica abra con un sarcasmo hiriente,
entonces, quizá entonces
reclames el aliento, las ganas, la sonrisa
que tomar no quisiste
cuando estabas a tiempo
de comprar un billete para el viaje a Viena
donde suena la flauta mágica y ensoñadora
de un Mozart prodigioso que en su delirio te saluda.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.