jueves, 31 de agosto de 2017

Antonio Flores - Siete vidas





Antonio siempre tuvo que llevar al hombro, para los más escépticos que dudaban de su valía intrínseca como músico, las flores de su apellido. Su debut fue muy elogiado y obtuvo buenas ventas. "No dudaría", así se llamaba su primer disco grande, contenía la canción del mismo nombre que se convertiría en uno de los éxitos más sonados que consiguió en su carrera. Pero el segundo y tercero de sus elepés apenas tuvieron repercusión en su momento, y no dejó canciones que aparecieran en las listas o sonaran en la radio si exceptuamos la brillante y convincente versión de "Pongamos que hablo de Madrid" de Joaquín Sabina, aunque a raíz de su muerte alcanzaron un gran reconocimiento, sobre todo, entre los críticos que, al fin, se descubrían ante un músico que supo plasmar a unos niveles escalofriantes de realidad vivida la paradoja de un país y una ciudad que preconizaban el día más feliz de la Movida por haberse sacudido, en cierta forma, el tétrico espectro de una larga dictadura sombría,  y se encontró con el desenfreno errático de la noche más amarga que vivieron los poetas más sensibles.

Su obra maestra llegaría en 1994 y desde un primer momento fue reconocida como una de las joyas del pop-rock español. La confesional y apasionada "Siete vidas" pertenece a este trabajo que se convertiría en el último, una canción al alcance de muy pocos en la que supo definir el huracán sentimental de amante desquiciado en el que había derivado sus ansias involuntarias de tormenta.

Su vida estuvo, como la de algunos de los músicos más grandes de su generación, marcada por las drogas, a ellas, y a que derivó, quizás equivocadamente, su talento a varias incursiones en el mundo del cine, les debe que no se prodigara en exceso en la composición, aunque también de ellas, como buen artista que sabe crear a partir de sus experiencias, circunstancias y emociones, supo extraer canciones que se han convertido en un documento único y convincente por su cruda sinceridad sostenida por un personal lirismo desgarrado y la sombra de sus continuos viajes por el mundo de la frustración y del dolor en el que no quedaban ni gotas del placer de los primeros momentos. Reflejó, como un mártir urbano de un tiempo que debería haber sido despreocupado y dichoso, las contradicciones a las que lleva la tortuosa y atormentada convivencia entre las adicciones y el amor.

domingo, 27 de agosto de 2017

Himno

Y ahora, solo, triste, sin amor
voy del puerto hacia la niebla.

Me humillas como si de repente
te acordaras de que no soy el amigo
infatigable del viento
que murió en tus brazos y te llamaba,
como si hubieras enterrado en una flor 
los pétalos marchitos
y el sueño del poeta que adoraste en la alborada,
como si ondearas tu lúbrica bandera
diciendo que no puedo acariciar 
su aliento y sus mejillas
cuando despliega su emoción en ráfagas abiertas
y llega a tu recuerdo
y te ilumina,
como si me mintieras cada vez 
que me dices te quiero
y me llevaras como una carga de soledad y espinas
entonando el himno fugitivo
que nació entre tus manos y se perdió en el mástil
y ya no puede ser mío 
sino para la boca
que navega en tu tristeza y gobierna tus adentros. 

Rencor

Ni siquiera alguien como yo
podrá salir indemne del dolor que me causas,
cayeron otras torres sobre la soledad
del metro por la noche,
otros muros acogieron el amor que te daba
y guardan tu recuerdo como una flor que siente
en el papel que tiembla y busca tu candor.
Cambiaron los espejos del mar que nos miraba
y el aire no es azul
entre el himno de los coches
y el rumor del tabaco en labios juveniles
que nunca aprendieron 
a creer en el ayer y no creen en el mañana.

Y supe encajar los golpes en el ring de la vida,
refugiarme en tu rostro
ante la incomprensión del mundo enrevesado
de las rosas de plástico y las canciones fingidas
que atravesaban calles sin melodía y sin voz.

Ni siquiera yo, que fui el aroma
de la resistencia de los perdidos sin causa,
el alma del perdedor que no sabe rendirse
e insiste en evocar cada derrota,
que atravesé el desierto de tu indiferencia,
la cruz de aquellos ojos que suben el Calvario
y no pueden rezar con palabras que niegan
un pasado de flores que marchitó tu mano,
las garras de tu olvido para volver a amarme,
podré alzar los brazos
ante esa serpiente sonriente que me muerde
alentada por el veneno de tu rencor,
por el sabor lejano de la fruta que mordiste en secreto.


Terminó todo, después vendrá la noche
a despejar las sombras de los claros,
a enamorarse de la tristeza de los días dichosos. 



jueves, 24 de agosto de 2017

Jeff Buckley - Hallelujah




He estado aquí antes, pequeña,
conozco esta alcoba, he hollado sus caminos,
solía estar solo antes de encontrarte,
sobre un arco de mármol vislumbré tu bandera
pero el amor no es una marcha triunfal.
(Leonard Cohen – Aleluya)

Jeff Buckley solo publicó un disco en vida, Grace, aclamado por la crítica y por grandes nombres del mundo de la música, no tanto por el público aunque con el paso del tiempo haya logrado cifras respetables de venta. Era el año 1994, fue una aparición relativamente tardía y sorprendía que no se hubiera acelerado su lanzamiento por ninguna discográfica desde que en 1991 dejara a la audiencia en estado de trance con la interpretación de cuatro canciones, una de ellas a capella, durante un concierto en homenaje a su padre, el también cantante, Tim Buckley, muerto por sobredosis en 1974 cuando Jeff tenía 8 años, aunque casi nunca había convivido con él, pues lo abandonó cuando solo tenía unos meses. Este es un hecho que marcaría su personalidad tendente a un pesimismo lírico y profundo en sus letras, y su convencimiento de que aquellos que vivió fueron unos tiempos difíciles que habían consagrado a la soledad como una diosa implacable en el torbellino de unas comunicaciones vacías y sin alma, un momento en que las grandes empresas especulaban con el destino de millones de asalariados y una cortina oscura no dejaba que pasara la luz de las buenas intenciones.

Grace, considerado, desde el mismo momento de su publicación, una obra maestra deslumbrante desde un punto de vista cualitativo y emocional, contaba con composiciones propias en las que desarrollaba con entrega la amplia gama de su virtuosismo vocal con una gran variedad de registros usados con maestría y una precisión que hacía parecer innata su habilidad para pasar de graves a agudos sin solución de continuidad según lo requerían las palabras, y dos versiones[1]. Una faceta esta en la que se empleó con verdadera devoción y en la que conseguía que los oyentes se quedaran con la impresión de que las canciones elegidas habían encontrado su interpretación definitiva, que nadie podría igualarlas (ni siquiera Bob interpretó tan bien a Dylan) pues las abordaba  con fe, convencimiento y con sensibilidad, una virtud esta última que se nombra indefectiblemente como su característica más acusada y a la que no renunciaba a pesar de saber que era denostada en aquel momento tan prosaico y asertivo.

No incluyó ninguna de sus magníficas versiones de Dylan en el disco, pero sí la que le proporcionaría su mayor éxito y la que todos cantan aunque no conozcan al autor;  Hallelujah, publicada en 1984 por su compositor, Leonard Cohen. A pesar de su calidad y la celebridad del poeta no había llamado especialmente la atención del gran público, fue Buckley quien hizo que éste advirtiera que Cohen había añadido una nueva obra maestra a su cuenta repleta de pasiones y desengaños, quien la convirtió en el himno de la triste alegría que ha podido desplegar todo su significado entre el amor, la mística, las referencias bíblicas y el ansia indescriptible de inmortalidad; otros grandes cantantes la han elegido en momentos especialmente emotivos; el independiente y exquisito Rufus Wainright hizo una magnífica aunque no pudo quitarse de la mente el influjo sentimental de la memoria de Jeff, quizás la última a tener en cuenta sea la estremecedora de Chester Bennintong para ofrecer un sentido adiós a su amigo Chris Cornell en su funeral.

Jeff Buckley murió ahogado en el río Wolf a su paso por Memphis adonde se había desplazado para grabar su segundo disco, solo tenía treinta años. Parece ser que pagó caro su atrevimiento al sumergirse en el río vestido y con botas, en lo que no era más que un juego en un instante de euforia. Sus seguidores sostienen que su trastorno bipolar, confesado poco antes, habría estado en el origen de ello, una fase de manía habría propiciado su temeridad, ese momento en que no se percibe el peligro, en el que cualquier obstáculo, por muy difícil que sea, parece fácil de superar.   




[1] La otra versión es Lilac wine, una canción situada en la zona tibia dentro del repertorio de Nina Simone por su falta de profundidad que Jeff supo elevar sacando un partido sorprendente a la calidad impresionante de su voz.

domingo, 20 de agosto de 2017

Estopa - Ya no me acuerdo




Esta mañana 
ya no me acordaba 
cómo tocaban mis dedos 
esa guitarra que era 
para mí tu cuerpo, 
ya no me acordaba lo que sentía 
cuando acariciaba tu pelo 

Ya no me acuerdo 
si tus ojos eran marrones o negros 
como la noche o como el día 
que dejamos de vernos

No recuerdo el día, el mes, ni siquiera el año, pero sí la emoción que sentí la primera vez que escuché esta canción y el lugar; en el marco de las Murallas Reales y con el aliento del mar y del viento, seguramente, de Levante, que no pudieron acallar la sensación de que escuchaba algo perdurable en aquellos versos sencillos y profundos.

Los hermanos Muñoz estuvieron soberbios en la única actuación en la que podido disfrutar de su presencia, desgranaron el disco que acababan de publicar entonces; Allenrok y dieron un amplio repaso por todas las canciones que el público esperaba escuchar.

Me encontré de sopetón con "Ya no me acuerdo", no la conocía y, desde un primer momento supe que recurriría a ella cada vez que quisiera extraer una sonrisa de la melancolía, intentar comprender las paradojas del amor que no se olvida aunque no se recuerde. A través de ella me acerqué a la aventura de unos muchachos de barrio que nunca lo olvidaban ni en la temática ni en su orgullo y que llevaban el de San Ildefonso en cada representación, en cada gesto, en cada palabra que no se podía decir de otra manera; la Barcelona mestiza y convincente corría a la par de otros lugares de España que, probablemente, no habían visto nunca pero con los que conectaban a través de la música y de los sentimientos. No solo eran la rumba y el  rock que se apoderaron de su primer y, con justicia, celebrado disco, mostraron una madurez y un eclecticismo profundos que no correspondían con sus pocos años. David, el tímido, tomó el papel de su hermano como compositor para marcarse una canción de las que hacen época.


martes, 15 de agosto de 2017

Leonard Cohen - Dance me to the end of love



Leonardo Cohen murió hace apenas unos meses, aún se puede aspirar una declaración de amor entre la maraña de anotaciones repletas de líneas entrecortadas que extienden sus hilos brillantes en un magistral poema apagado, entre las memorias de un amante afligido que nunca paseara por el otro lado del Infierno para que podamos navegar en un susurro en los dominios de la noche en una tenue taberna de la isla, bosquejar una reseña en la revista del corazón guardado en una repisa polvorienta o aprender de los fracasos en las puertas ardientes del Paraíso en las que muere la pasión.

En el fondo mantuvo una plenitud creativa de vanguardia porque nunca estuvo, aun cuando escribía siguiendo modelos clásicos, por detrás de su tiempo hasta poco antes de enfrentarse con su figura, su rostro, su último latido, cuando hablaba de cansancio y resignación. La muerte nos unifica y el amor nunca deja que permanezca callado en su tumba lo que no ha llegado a convertirse en recuerdo porque nunca se ha confesado o admitido. El sentimiento más veraz y obstinado es el desamor porque nunca muere mientras los amores acaban un día. 

         Las cartas que me enviaste ya no llevaban mi dirección, no llegué a leerlas porque el amor que proclamaban ya no podía tocarme, porque hay puertas abiertas que no dejan pasar el aire, sueños tan caprichosos como una golondrina que cambia en los cielos sin pausa su destino, actitudes sinceras que nunca son aconsejables si se ejercitan sin escudo, sin armadura y sin memoria. En este lugar donde te rondaba apareció el musgo de las incomprensiones que no quisiste romper, tus cartas aparecieron después de haber sido leídas por gente curiosa y respetable que deseaba alegrarse de tu fragilidad en las tinieblas o reírse de tu virtud luminosa, nadie quiso mirar en tus espejos donde resplandecía la azucena doliente que moraba en los jardines del amor y del deseo y no una tarjeta serigrafiada con un impersonal te quiero que no sería leído cuando se deshiciera entre pétalos marchitos como un beso de luz que se apagó en el olvido. 

Leonard Cohen - The letters (Nunca me llegaron las cartas de amor que no escribiste)



La eternidad del amor dura lo que un recuerdo, el recuerdo lo que una vida, una canción permanece mientras haya alguien que quiera escucharla, unos labios que mantengan su promesa, un templo que haya querido ser profanado con toda su alma…

Aquí estoy, de rama en rama sin saber descender al suelo de tu enigma telúrico en el cielo, desierto y sin destino, edificando un sentido rítmico con palabras. Soy yo quien enciende un cigarro en una habitación cerrada para pergeñar en el humo el primer verso que desencadene en un poema sin luz que termine en tus brazos, quien transita ansioso por los caminos abiertos de tu memoria, quien no podrá sentir nunca más la tristeza de tus ojos de levante altivo mientras te refugies en el dique de los besos para que no sea borrado por el tiempo y el agua, quien sobrevuela la belleza mórbida de tu cuerpo cuando amanece confuso y maquillado en la cabecera de tu cama, quien huye del amor porque desea sentirlo siempre como si acabáramos de conocernos y nunca hubiera escuchado el latido de tu pecho, la libertad gritando en tus entrañas.


viernes, 4 de agosto de 2017

La niebla





Después del silencio se derrama tu voz
en una canción alegre hundida en la tristeza ,
no queda una elegía que haga renacer
los sentimientos rotos, no queda una palabra
para evocar las notas transidas de dolor,
de puente,  de excesos, de corazón, de manos, 
de orgullo y agonía.
                                                          
En el martirio de tus dudas te sumerges
en ese mar de ginebra que se agita sin norte
en la mano que tiembla en el cristal,
en los labios pintados que procesionan en el pasillo.

El amor no aparece con su sonrisa extraña
rellenando los huecos de unos párpados que lloran
mientras el mundo se inclina en otra dirección
que no tiende sus lazos,
que no retienes, se difumina y te abandona.

Vives el desconcierto, flirteas con las pastillas,
mueres en la amargura con el tono marchito
de quien siente que su tren se perdió en alguna parte
en los raíles sin espejo de una metáfora sentida
donde yacen los versos de luz
que huyeron hacia el oeste donde duermen los dioses
que abrazan el ocaso,
y una sombra que estrecha su figura contra tu cabeza
  susurra lo cerca que se halla la salida.

¡No sé ya cuántas veces te busqué en el murmullo
del parque por la noche,
cantante callejera en la soledad de la isla,
ni  cuántas recité a Ginsberg acariciando
 su aullido iconoclasta,
 la ternura de tu rostro de ninfa enajenada!

Ahora miro tu cuerpo abandonado en la niebla
que desprendían aquellos ojos cerrados al mañana.

(14 de junio de 2015)