Tus manos temblorosas
esgrimen el papel
donde Byron dibuja la
Hélade soñada,
y ya no quedan barcos para
buscar las islas.
Estamos de acuerdo en que debemos llevarnos lo vivido, que lo más grande
que hay no son las letras de cambio, en desuso hoy en día pero sustituidas por
unas cláusulas más implacables aún con su letra pequeña en la que se suele
decir que el diablo vendrá por tu alma teniendo al banco como intermediario,
que hipoteca es una palabra amarga en la que los trabajadores nos dejamos media
vida, que cuando habla el maestro del conceptismo urbano los parlanchines vacuos
callan y los chalados nos arrimamos para ver si se nos pega algo, tarea harto
difícil, ya que Joaquín estará en el barrio de las Letras cambiando ingenios
con Quevedo.
Esta joya no funcionó ni bien ni mal, no estamos en disposición de exigir
demasiado a un público acostumbrado a escuchar el sonido estruendoso de los
platillos cuando se le advierte que llegan los aplausos mientras suena la
ejecución rockera y farragosa de la maravillosa, dolorida e imperturbable princesa del recuerdo, cuando Madrid no era una fiesta y no quedaba cera para esculpir una herida más en lo perdido.
Pero mirad nombra a Brel y convierte a Amsterdam en una mujer que nunca
pasa por nuestra calle mientras se desabrocha el último botón de nuestra camisa y sonríe con malicia porque sabe que ha enterrado contra su pecho el candor de nuestra mirada más peregrina,
y se empapa del polvo de Desolation Row cuando Dylan sabía llorar y emocionaba
a pesar de las limitaciones de su voz, y eso me pone un montón, me la quedaría
solo por eso y tiene más, tiene poesía y
sentimiento, tiene crítica social y un estribillo derrotado que vence al
tiempo.
Un genio en el apogeo de la sonrisa irónica y amarga no exenta de ternura, un poeta sin más límites que su
propia imaginación, un músico que desaparece para entregarnos sus cenizas llenas de vida y sinceridad en un
urna que ama, como la mañana al sol, al ruiseñor nocturno de un jovencito inglés tísico
que agoniza en la Italia eterna que nos pertenece desde que vimos la luz.
¿Si me gusta Sabina? No os lo ibais a creer si dijera que no. Es el más
grande, con permiso de su primo el Nano. Serrat es demasiado grande, ya
peregriné al portal de sus primeros pasos, de su niñez breliana de soñador que
enamora a los vientos y, sin embargo, Joaquín ha ido con él de la mano, Serrat
ya no es Serrat, se dejó el corazón en Piel de Manzana, Joaquín dio lo mejor de
sí mismo cuando se adentraba peligrosamente en los cincuenta, cuando dejó de mirarse en el espejo y reservó el grito para aliviarse de un dolor de muelas.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.