martes, 30 de diciembre de 2014

Joaquín Sabina - Peces de ciudad. Una obra maestra.


       


Tus manos temblorosas esgrimen el papel
donde Byron dibuja la Hélade soñada,
                   y ya no quedan barcos para buscar las islas.            

           Estamos de acuerdo en que debemos llevarnos lo vivido, que lo más grande que hay no son las letras de cambio, en desuso hoy en día pero sustituidas por unas cláusulas más implacables aún con su letra pequeña en la que se suele decir que el diablo vendrá por tu alma teniendo al banco como intermediario, que hipoteca es una palabra amarga en la que los trabajadores nos dejamos media vida, que cuando habla el maestro del conceptismo urbano los parlanchines vacuos callan y los chalados nos arrimamos para ver si se nos pega algo, tarea harto difícil, ya que Joaquín estará en el barrio de las Letras cambiando ingenios con Quevedo.
  
Esta joya no funcionó ni bien ni mal, no estamos en disposición de exigir demasiado a un público acostumbrado a escuchar el sonido estruendoso de los platillos cuando se le advierte que llegan los aplausos mientras suena la ejecución rockera y farragosa de la maravillosa, dolorida e imperturbable princesa del recuerdo, cuando Madrid no era una fiesta y no quedaba cera para esculpir una herida más en lo perdido.

Pero mirad nombra a Brel y convierte a Amsterdam en una mujer que nunca pasa por nuestra calle mientras se desabrocha el último botón de nuestra camisa y sonríe con malicia porque sabe que ha enterrado contra su pecho el candor de nuestra mirada más peregrina, y se empapa del polvo de Desolation Row cuando Dylan sabía llorar y emocionaba a pesar de las limitaciones de su voz, y eso me pone un montón, me la quedaría solo por eso y tiene  más, tiene poesía y sentimiento, tiene crítica social y un estribillo derrotado que vence al tiempo.

Un genio en el apogeo de la sonrisa irónica y amarga no exenta de ternura, un poeta sin más límites que su propia imaginación, un músico que desaparece para entregarnos sus cenizas llenas de vida y sinceridad en un urna que ama, como la mañana al sol, al ruiseñor nocturno de un jovencito inglés tísico que agoniza en la Italia eterna que nos pertenece desde que vimos la luz.

¿Si me gusta Sabina? No os lo ibais a creer si dijera que no. Es el más grande, con permiso de su primo el Nano. Serrat es demasiado grande, ya peregriné al portal de sus primeros pasos, de su niñez breliana de soñador que enamora a los vientos y, sin embargo, Joaquín ha ido con él de la mano, Serrat ya no es Serrat, se dejó el corazón en Piel de Manzana, Joaquín dio lo mejor de sí mismo cuando se adentraba peligrosamente en los cincuenta, cuando dejó de mirarse en el espejo y reservó el grito para aliviarse de un dolor de muelas.


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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.