miércoles, 26 de septiembre de 2018

Memorias de Hydra - 1964





                              Pero  me emocioné sinceramente, 
de una manera antigua que se me hizo extraña,
cuando advertí en sus ojos 

que eras tú quien reías  y llorabas, y llorabas 
como si volvieras 
a otros escenarios del recuerdo 
y arrancaras a Marianne 
de la suave marea que aún mece su isla 
          para decirle adiós riendo entre lágrimas.          


            La eternidad del amor dura lo que un recuerdo cuando todo se ha perdido,  cuando agonizan las calles atormentadas de Hydra y se apagan las farolas porque se levantan los postes con la lentitud del abandono y no hay sueño que anide en los cables o se arrastre por la tierra que sigue esperando su pavimento y sus aceras. Una canción permanece mientras haya alguien que quiera escucharla, un salmo si lo escribe un refugiado en unos labios que mantengan la ruptura de su promesa o un templo con tus mórbidas columnas que haya querido ser profanado con toda su alma y se sostiene en la luz crepuscular mientras se derrumba para acariciar sus ruinas en la oscura colina por la que nunca caminaron los dioses.

*** ***   ***

         Aquí estoy, yendo de las flores al silencio capturado por el instante de una fotografía que olvidó, al revelarse, que tú no estabas, en las ramas de la inconsciencia advertida sin saber descender al suelo de tu enigma telúrico que aún juega con la golondrina que se adentró en el cielo oculto por la niebla que derramaste en el último tugurio del puerto donde soñaba una guitarra mientras la vida se detenía para escucharte y contemplar las sienes de tu olvido. Aquí estoy con un lápiz y un sombrero, esperando que llegue la magia al papel, desierto, sin espejo ni destino, navegando en la resaca que me dejó la marca permanente de tu piel en los pasillos, edificando un sentido rítmico con acordes que pasaron por mis manos y no pudimos pronunciarlos mientras cantabas el himno que atenuaba nuestra culpa por haber dado la espalda a los edificios que alentaban el aullido que había salido a la calle y llevaban escrito en sus paredes la rabia de haber dejado escapar los poemas perdidos en las manifestaciones.

***   ***   ***

         Soy yo quien enciende un cigarrillo en una habitación cerrada para pergeñar en el humo el primer sentimiento que desencadene en un poema sin luz que termine en tus brazos para desterrar el miedo, quien transita ansioso por los caminos abiertos en el desfiladero de  tu memoria adolescente, quien no podrá sentir nunca más la tristeza de tus ojos de levante altivo mientras te refugias en los espigones de los besos para que no sea borrado tu nombre de las piedras por el tiempo y el mar, soy quien sobrevuela la belleza resplandeciente de tu rostro cuando amanece confuso y maquillado en la cabecera de la cama que algunas noches y tantas mañanas se adueñó de nuestros cuerpos, quien huye del amor porque desea sentirlo siempre como si acabáramos de conocernos cada vez que nos miramos, y nunca hubiera escuchado el latido nervioso y penetrante de tu pecho, la libertad gritando en tus entrañas, ahora que ya no sientes resquemor por las cartas que nunca me escribiste, que dejo que se apague mi desesperación en las serpientes de tierra que recorríamos entre el licor, los candelabros y el rumor de los embarcaderos que aún lloran sobre las palabras que sostenían tu camisa y perseguían tu huella,  que ya no saben en qué cajón guardé la cinta de tu pelo, el candor de tu vestido de los viernes, que vagan por la orilla de la ensenada que se pierde dos veces al día atravesada  por la voracidad de la canción de las mareas,  que ya no saben cómo era tu acento ni pronuncian en tu mirada el nombre de la isla, ni la ternura de la tarde en que nos encontramos y tú te habías entregado a la amargura de una lágrima.