sábado, 16 de junio de 2018

Silvio Rodríguez - Medios de incomunicación



He estado al alcance de todos los bolsillos
porque no cuesta nada mirarse para adentro.
(Silvio Rodríguez)



No voy a decirte que cualquier tiempo pasado fue mejor, ya que no sería cierto, Hélène, ahí está la historia para recordárnoslo. Pero es cierto que este mundo nuestro, creo que empieza en los 60, tiene sus propios problemas específicos y los tópicos, quizás vigentes desde Horacio, ya no pueden ayudar a identificar los males para intentar erradicarlos si no es a través de buscarles una vuelta de tuerca que los adapte a los tiempos que vivimos. La Red no ha creado la inversión de valores pero es el instrumento que más ha ayudado a su expansión; todos podemos comprobar que una persona que parece culta es más querida que otra que realmente lo es, que un misántropo puede tener más de treinta amigos en una red social y una persona de buen trato en su vida cotidiana no será admitida de buen grado en la misma cuando suele conducirse con sinceridad. Es posible que la virtud esté mal vista.

***

Critico la sociedad que me ha tocado vivir con una visión panorámica, reconozco que puedo pecar de caer en la grandilocuencia como tantos otros salvadores del mundo que juegan en sus ratos libres a ejercer de Jeremías. No soy un franciscano, sé que pertenezco a la misma sociedad que critico, y que participo de los vicios más característicos de mi tiempo. Carezco de una conciencia selectiva que me acerque a los problemas de puerta en puerta, que me permita empatizar con las preocupaciones de todos los días como las que tú me cuentas, no quiero decir con ello que sea escapista, simplemente dirijo el objetivo de mi cámara hacia aquello en lo que pienso que tengo algo que decir, yo no podría ser Ken Loach pero es posible que pueda situarme en la huella de Igmar Bergman, uno no suele elegir lo que quiere ser muchas veces, son las circunstancias las que lo eligen a él.

***

En una sociedad desquiciada como la nuestra, en la que cualquier hijo de vecino tiene delirios de grandeza sin que quiera refrendar sus cualidades por el esfuerzo, la moderación, curioso, como en los tiempos de Montaigne, es un símbolo de valentía cuando debería serlo de equidad. Quizás nuestro problema actual no sea la evolución ¿hacia dónde? sino recuperar valores. Hoy día un profesor universitario puede ser una persona básicamente inculta, puede parecer que sea algo anecdótico, pero tiene su importancia; es la primera vez en nuestra historia contemporánea que los padres aman más la cultura que los hijos.


***




Es cierto, Hélène , que es necesario que nos quede una canción cuando algo importante se ha perdido. El lenguaje no llega a alcanzar del todo el lugar en donde habitan los sentimientos, es frecuente que cuando a través de la palabra queremos arreglar algo lo estropeemos, que usemos los recursos estilísticos no para buscar la verdad sino para intentar orientar con habilidad un discurso hacia donde nos interesa, pero hay algo que difícilmente engaña cuando escuchamos una canción, la que nos enseñaron nuestro padres, la que representaba a nuestro barrio, la que cantaba aquella a la que amábamos. Siempre recordaremos el tiempo de las cerezas, no tanto por lo que dice sino por lo que significa y lo que te hace sentir.






miércoles, 13 de junio de 2018

16 de julio





me dejas desterrado en el miedo y las sombras
a solas con el mar de dolor que me cubre
en esas olas negras que arrastran a la playa.

         (Las ramas de laurel)

En tu dolor me hieres, sin saber el motivo
castigas lo que amas en la ruta obstinada
del calderón que abraza tus orillas
y muere pensativo, varado en las arenas,
                                       provocas lo que sigue      
en el pasaje estrecho sombreando las flores
de tu vestido alegre que no llegó a a los claros
 en la fiesta de ayer,
caminas por el Cuadro abierto que engalana
la acera que retiene
un sitio sensitivo en la memoria
de la niña descalza que vuelve de la escuela
y se pierde en el aire con las rosas marchitas.

Despiertas en la calle como un árbol que sufre
y acoge su destino en la sombra exiliado,
como una enredadera que no alcanza los muros
de la noche vacía, de tu primer poema.

Eres alma de nube peregrina y cansada
como las remembranzas de un poeta apagado
que arroja la toalla de sangre en el camino
entre las Cuatro Higueras y una tumba encalada,
entre los pensamientos del arroyo
y el rostro amortajado de los sueños sentidos.

Vienes desde la muerte de una pasión lejana
que llenaron los pájaros que emigraban al Sur
y buscas la estación
que rompe el horizonte tenue de Cabo Negro,
así te desmadejas en folios y revistas
rotos por un deseo que te llama y te vive
en las fotografías sedientas de pasado
entre las escolleras de la fábrica
que no vuelve del sueño, que no torna a la vida
sobre la fuente intensa de tu boca
que canta su agonía y el alma del quejío
que lleva a la almadraba la herida de los mares,
la luz de la avenida entre los pasadizos
del templo desterrado que perdió la palabra
del galileo
y sufre en el calvario
de mujeres de negro con un himno en la frente
    que mueve la quietud de tu voz y el recuerdo.

domingo, 10 de junio de 2018

Punta Almina




Como una golondrina atrapada en las nubes,
que no puede volar y se apaga en el mástil
de una barca de muerte
cantando a la deriva mustia de su lamento.
(12 de diciembre)

He querido abrazarte en el último estadio
de la canción lejana del olvido que vuelve,
ofrecerte las ruinas que resisten las olas
del muchacho innortado que acarició las cuerdas
de tu voz fugitiva, de tu cabello al viento
y las grietas intactas de tu alma
sin rumbo que detuvo la imagen de una nube
con las alas quebradas por los aires del Sur 
y el halo de la noche
que tuve tu sonrisa cerca de la Sirena,
que vuelve de las sombras y arrincona el sudario
del rostro adolescente
que añora el sueño breve que duerme en la quimera
y destierra los mares del deseo
a la estrella que gime en un jardín cerrado,
a las piedras que sufren la furia de las aguas,
y halla su desmesura en la medida
de la cinta de raso que aprisionó tus piernas,
en el botón de nácar que despejó tu blusa
entre los crisantemos violetas de un naufragio  
y el llanto atormentado de una sirena cautiva.


sábado, 9 de junio de 2018

Vista del Estrecho



Un himno del Estrecho en la vidriera
ha empapado mis ojos con las piedras del arco
que sostiene los hilos      
de la playa que siente tu bandera cubierta
por los acantilados de aquella soledad
que nunca te ha olvidado
y dormita en el rostro de tu alcoba perdida
con la fragilidad apasionada
que no puede esquivar las garras del destino
que araña los espejos destrozando las olas
yertas sobre la arena que anhela que regresen
los héroes vencidos por nuestra tempestad,
los besos que cayeron con los labios errantes
de los viejos fantasmas
en la párvula cala de lazos añorados
por rumores, ensueños y escudos abatidos,
por palabras sonrientes que mueren en el mar.

Atardecer en la Playa Blanca




Se fueron los veleros y aún te estoy esperando
en el silencio gris de la espesura,
tanto tiempo en mis labios y no tengo tu nombre
en esta soledad
que castiga las horas que surcan la Bahía,
y apaga la memoria que no tuvimos nunca
de un tiempo perseguido,
de fuego aletargado que te busca muriendo
en la lóbrega Fragua de mi infancia,
en los caminos huecos de la Vía y del Puente
que acarició la huella del payaso afligido
que ronda por tu calle con la guardia bajada
y un rostro amoratado que los golpes no siente.

Y la Laja se hunde en la orilla
ebria del cementerio de los montes
con su rumor de espinas que vierte los escombros
persiguiendo el vestigio de un testamento amargo
y el corazón sombrío se adormece en tus manos
y regresa a la Vía trémula por tu ausencia,
cegada por el brillo de tu aroma
cubierta de cenizas que no saben rendirse
en la lengua del bardo que canta a la tristeza,
herida de azucenas que te aguardan
en el recuerdo grave entre la blanca sombra
que guarda tus secretos
en mares que no vuelven a besarse y se cruzan
como si regresaran a la muerte del aire.

Tu mirada y la mía solas en Punta Blanca
esparcen por sus venas una herida de amor
y se llaman sonriendo con un gesto angustiado
porque apagan sus velas, abren en una esquina
la oscuridad del triunfo, la luz de la derrota.


domingo, 3 de junio de 2018

Joaquín Sabina - Postdata



Porque voy caminando sin rumbo hacia tus brazos
y no tengo palabras
hermosas que ofrecerte,
he perdido el pudor de admitir mis errores,

apagado la llama que brotaba en mis labios
ahora que las llagas del pecado se muestran.

       Creo que en la poesía, como en tantas otras cosas de la vida, se trata de tomar decisiones, y uno no sabe nunca si ha tomado la adecuada. Apenas he disfrutado escribiendo, eran nubes de verano que descargaron algún poema y en mi ciudad que no es mía hay agostos que se olvidan de sus gotas nocturnas y refrescantes. Tuve que decantarme entre la poesía y los poetas. No fue fácil pues no supe, sigo sin saberlo, donde está la frontera entre la una y los otros. Mal que bien he comprendido que la poesía no es un fin sino un medio, que su inutilidad es necesaria para que el pobre no pierda la sonrisa aunque no quiera saber de dónde viene, si sonríe para demostrar que vive y devuelva los golpes siempre a Viridiana, nunca a aquellos que provocan y alimentan la pobreza, que la tiranía de la lógica nos ha quitado la razón, que Descartes no ha pasado a la historia por tener un estilo hermoso o haber encontrado a Dios, que un pueblo puede vivir, en la indeterminación que nos castiga, sin políticos pero no sin un poeta. Esto último y las limitaciones morales de nuestros representantes hicieron que me abrazara a la metáfora; he aprendido a ver imágenes con los ojos cerrados.


       Evidentemente nunca me he detenido a pensar lo que pienso, de haberlo hecho no hubiera escrito poesía, me habría dedicado a actividades interesantes como salvar a España sin prescindir de algunos de sus hijos, como despertar a Ceuta de la pesadilla de una oligarquía que saluda y sonríe mientras su cobardía y mantener sus privilegios nos llevan a la muerte mientras a ellos les espera, para mostrar el milagro de la resurrección, una casa al otro lado de este Estrecho tan largo que nos separa del resto de los españoles. Elegimos a los verdugos, nos quejamos de que utilicen la hoguera para apagar nuestro ardor. Al final estamos solos con el rumor del arroyo y la tierra de nuestros mayores que lloraban por alegrías.