sábado, 13 de diciembre de 2014

Camarón





       Puedo imitar a Raymond Chandler cuando hablo de Camarón y buscar adjetivos indescisfrables en mi frente calenturienta y extraña en la rutina de profeta que no habla ni conoce a Dios; Hipnótico, mórbido, subversivo, cariñoso, irregular, cobarde en algunas de las grandes las grandes ocasiones, como Curro o De Paula, perdido de negra luna, aunque ya impregnado hasta los huesos de duende, grandísimo, hiriente, genial, aquí acaba todo, humano, frágil y desprotegido en todos sus excesos. Ya me rompí una camisa por él el otro día, no es broma, a mi mujer no le hizo ninguna gracia que la manchara de óxido para justificar la rotura, pero estas sevillanas flamencas lo merecen y ahora me romperé otra por sus Bulerías en el Olympia, ya me tienen los alambres temblando sobre el recuerdo de la mirada de Cohen. 



      El flamenco es muy grande y sigue sin Antonio Mairena, sin Manolo Caracol y el Camarón que sufre y nos deleita arrancándonos un toque discreto de sadismo para que nos entendamos en el universo del quejío, para mí el más grande, aunque llegué demasiado tarde al flamenco de mi infancia. Tan popular como Manolo, tan instruido en la cultura de la vida de su pueblo como Antonio, tan variado como este y Fosforito, pocos palos le quedaron por tocar, y el más valiente al afrontar con convencimiento nuevos caminos.




       Le acompaña a la guitarra un tal Paco de Lucía, al que visito cada vez que voy a Algeciras donde intento evitar a Almanzor, ese algecireño que fustigaba como nadie a los cristianos, en uno de los vídeos, en el otro hace un todo con él, a pesar de que me dicen que no es un gran guitarrista, su amigo del alma y de las juergas, Tomatito. No le ataco aunque no tenga recursos para defenderlo; es posible que quien me lo dijo se guiara por el pecado que más se ajusta a nuestra idiosincracia. 

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.