Y aquí estoy ahora
esperando a nadie,
esperando a
nadie... mi dulce Princesa.
Llegó, no vio absolutamente nada (escuchen el álbum en la calle donde se
encuentra perdida esta canción) y se fue, pero nos dejó su Nocturno de
Princesa. No sé si se refiere a la avenida algo desangelada de Madrid o a la
calle, creo, de Buenos Aires.
Este rockero con zapatos de gamuza azul es la prueba irrefutable de que la
combinación Argentina - Madrid es una de las más poderosas, fecundas,
nostálgicas, perdidas y lacrimógenas que haya dado la música en toda su
extensión.
Entristecí, casi hasta la desesperación, cuando me enteré de los resultados
de la encuesta previa a la final del mundial; ¡casi el setenta por ciento de
los españoles deseaban que ganaran los nibelungos! Yo hubiera querido con toda
mi alma que ganara Argentina, aunque no fuera justo por el juego, no hubiera
sido así viendo lo que vimos. Somos tan iguales (ellos con su sangre italiana y
su pequeña y orgullosa representación indígena, con el vasco Don Ata a la
cabeza, nosotros con la francesa y nuestros gitanos universales, me lo dice
Camarón) que algo me habría tocado en ese triunfo. Pero de sobras conocemos
como se llevan de bien algunos hermanos; los Davies y los Gallagher, son un
ejemplo demasiado explícito y violento cuando no utilizaban las guitarras para
el noble y exquisito fin para el que fueron concebidas.
Deliciosa y perniciosa en su empeño por querernos hacer a todos ciudadanos
de una realidad cosmopolita que se busca en unas raíces aún por brotar y
desarrollarse, con una nostalgia mórbida y placentera del futuro que
pasó, sería una buena forma de definir esta antológica canción sin romper
un solo acorde, sin hollar las aceras de una avenida que he conocido apenas
transitada por adolescentes y un mendigo que dormía en la calle con tal de no
perder su independencia. ¡Qué tiemble, Elvis, los castellanohablantes tuvimos
un efímero rey que se quedó en Madrid para siempre!
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.