miércoles, 31 de agosto de 2016

Colinas de la Almadraba



Despertando en el miedo de sentir lo perdido
evoco las colinas que recorrimos juntos.
Han pasado los años, parece que no somos
aquellos que se amaban y volaban cometas.

Los puertos se esfumaban 
densos como la niebla
en una calle angosta
y en la capa de Holmes.

La luz nos inundaba. Lejos, los edificios
perdían las ventanas, las puertas, los portales,
vagaba en los tejados
el último poema de tu amor que moría
al íntimo capricho que abrigaban tus ojos
y la tierra inflamaba las ansias del olvido,
tu pelo era una onda que perseguían mis manos
tu sonrisa una cruz,
tu cuerpo era el deseo disperso en los jazmines.



domingo, 28 de agosto de 2016

Un sueño que debería dejar de ser eterno

       

       Saint-Exupéry observaba la misma contradicción en la gente de su tiempo que nosotros observamos en la de nuestros días, podía sentirse más emocionada e implicada, a través del magnetismo de Gary Cooper, con la proyección de “Adiós a las armas” que con las imágenes en blanco y negro,  en un noticiario, que no reproducían el rojo de los tejados derruidos de los aviones asesinando el cielo de abril en Madrid. Casi nadie advertía en Francia que en España se jugaba infinitamente más de lo apostado, que había comunistas que le habían cogido gusto a que los santos salieran de paseo mientras Franco no dudaba, en nombre del Catolicismo, en sacrificar católicos si había probabilidades reales de matar a algún rojo por el camino.

    Es difícil comprender la futilidad con la que pasamos de llorar consternados, durante tres semanas, por un niño sirio muerto sobre la arena de la playa a no acordarnos de que debemos exigir algo a los de siempre para que deje de haber cementerios marinos.

       (Alexander Newquarter)

sábado, 27 de agosto de 2016

El último vuelo sin brújula de Antoine

  


            Setenta y dos años después de su desaparición, en su caso este tópico pierde su marcado sentido metafórico[i], Antoine de Saint-Exupéry está más vigente que nunca y ha alcanzado la categoría de los mitos más perdurables de nuestro tiempo. Como todos ellos sufre de un cierto arrinconamiento que lo sitúa en posiciones asumidas e inamovibles, de una forma u otra, en la memoria colectiva hasta el punto de que los trabajos minuciosos de sus estudiosos más pertinaces no han logrado echar abajo una serie de clichés que se tienen como ciertos por más que la verdad documentada nos diga, a las claras, otra cosa.

         Pero eso no debería producirnos asombro; Marilyn será siempre una rubia sensual y atractiva, poco menos que estúpida, sin que, casi nadie, se pase por sus escritos que testimonian una sensibilidad especial para la poesía, una compulsión por la lectura para superar las carencias culturales de su niñez que no fue una fábula de fuentes, para estar a la altura de sus amigos del Teatro del Método, y una tendencia obsesiva con el sentido de la vida que la llevó a reflexiones profundas e intrincadas sobre la soledad y la muerte.

         Saint-Exupéry no habría de ser distinto; el espíritu puro, ingenuo y melancólico de su personaje más emblemático, con quien se suele asociar al propio escritor cuando era niño, no ha facilitado que los mensajes extraídos de sus biografías más rigurosas hayan encontrado el eco necesario para que disfrutemos de su calidad como hombre que estaba muy por encima de la media a pesar de sus caídas, creo, sinceramente, que poco numerosas pero muy sonoras y con consecuencias más desagradables[ii] de lo que se pudiera pensar. "El pequeño príncipe" no comprende las preocupaciones sin sentido en la que malgastan el tiempo los adultos y la falta de ternura y atención que le dedican a las cosas verdaderamente importantes, aunque siente un respeto reverencial por un farolero que vive en un planeta donde siempre es de día porque cree que lo que hace es necesario y rechaza con estupor y tristeza el vacío existencial de un vanidoso. El escritor no solo sucumbió al atractivo de lo trivial y prescindible sino que le consagró un culto excesivo cuando se trataba de satisfacer sus inclinaciones hedonistas mientras descuidaba y ajaba, simplemente por matar el tiempo, el alma de la rosa.

         Tras la ruptura traumática con su primera novia, Louise de Vilmorin, provocada por la negación obsesiva y militante de los padres de ella a que se casara con un aviador expuesto a los peligros, se convirtió en un conquistador impenitente hasta el final de su vida sin que fuera un obstáculo su matrimonio con Consuelo Suncín, mujer independiente y de mentalidad avanzada que no dudó, con menos frecuencia de la que se suele comentar, en pagarle con la misma moneda.

         La sencillez, más aparente que real, con la que nos transmitió sus preocupaciones y la belleza trascendente que desplegó en sus frases y aforismos han logrado que sea el filósofo que más ha conectado con el sentir popular, cuando ni siquiera lo era, pues no tenía un corpus de doctrina extenso y articulado; Ciudadela, que, por esos caprichos insondables del destino podría convertirse con el pasar del tiempo en su obra más estudiada y perdurable[iii], corrobora la impresión que, a día de hoy, se tiene con respecto a ella y que suele orientarse a indicar que Saint-Exupéry se involucró con persistencia en una empresa que no era su camino, hallado felizmente en otras vías y en otras encrucijadas. Su proyecto más ambicioso y el que le ocuparía, con diferencia, más tiempo, se convertiría, con su publicación en 1948, cuando ya había muerto, en el único fracaso crítico con sus novelas[iv]. Pero es indudable que llevado por una sensibilidad moderna, fuera de toda duda, involucra como nadie al lector en sus planteamientos y le facilita compartir sus puntos de vista logrando plenamente impresionar con sus máximas que se repiten como ejemplo de lo que importa verdaderamente en la vida en los ambientes más diversos y entre la gente más variopinta, aportando además al receptor el convencimiento absoluto de que sabe lo que quería decir... y Ciudadela está plagada de reflexiones que presentan el perfil de verdades irrefutables aunque, en realidad, sea arduo discernir con claridad  las líneas concretas  de su significado.


         Es innegable que no existe autor que haya aportado tantas citas memorables a la memoria colectiva, pero se vio desbordado a la hora de abordar unas ideas que, como en su admirado Platón, penetraran en los aspectos más generales de la vida y los estructurara con respecto al hombre y a la sociedad, aquí tenemos la paradoja de que el aristocrático y conservador ateniense quiso encontrar lo que era posible entre las cosas que no existen para revestirlo de inmortalidad y el demócrata noble que surgió de su amistad sincera con Léon Werth se concentró en la realidad de los sueños para hacernos partícipes del milagro de la vida.

 
            Creo que el azar nos privó de un encuentro que hubiera ayudado a superar la angustia, la pérdida de valores y la desgana vital de la post-guerra, Camus, el más idealista y humilde de los existencialistas, llegaría a planteamientos cercanos a Saint-Exupéry partiendo de una base radicalmente distinta, para Camus Dios no era una preocupación sino un problema, por Dios matan los hombres, hablaba de mantener la dignidad en la indefensión ante la muerte y de llegar a ese trance apoyándonos en la moral para encontrar la satisfacción en hacer todo el bien posible, en reconciliar al hombre con su civilización.

            El fracaso de Saint-Exupéry como pensador es intrascendente, es algo que en sí mismo solo buscó en Ciudadela, ya que encontró en la Filosofía, en cierta forma sin pretenderlo,  uno de los aspectos más relevantes y originales de su narrativa y se convierte junto a Voltaire, Unamuno y Erasmo, entre otros, en uno de los autores que ha sabido transmitir más su esencia sin que el lector sea consciente de que está filosofando cuando repite absorto que lo esencial es invisible a los ojos, liberándole de la carga que supone afrontar esta disciplina con la idea de que pertenece a los privilegiados, a las personas con capacidad de abstracción consolidada firmemente por una sólida formación de años y reflexiones.

            Para el hombre de la calle la Filosofía es una tarea muy dura que le crea un desasosiego con sus tratados, plagados de un léxico y unos conceptos exigentes, que se les representan como ladrillos incapaces de edificar una torre de luz sobre las ruinas de una civilización que avanza, sobre la soledad del pensamiento ¿Encontró Nietzsche ese faro? Murió en las tinieblas... y posiblemente fue una de las personas más inteligentes que ha existido.

         Tenemos que admitir que la Filosofía, puede que el factor más decisivo de nuestra forma de sentir e interpretar el mundo, se encuentra totalmente desplazada entre los gustos generales de estos tiempos confusos. Se constata que hay personas que se confiesan marxistas que nunca han leído "El Capital" o "El Manifiesto comunista" y otras que se arrojan a los brazos de una ideología sin tener un conocimiento aceptable de lo que significa realmente aunque se emocionen con los ritos y participen fervorosamente en la parafernalia. Aquí llegamos a la conclusión, lo comprobaron con dolor quienes pudieron convivir de forma natural con otras culturas, como Orwell, de que la Filosofía, cada vez con menos estudiantes y lectores específicos, es el hecho diferencial más importante que ha posibilitado nuestra diversidad y la creación del estado laico con la liberación del yugo opresivo de la religión establecida y organizada para satisfacer a los órganos del poder y beneficiarse de sus privilegios, es la marca más característica de Occidente con sus miserias y sus grandezas. No ha sido suficiente para que dejemos de ser injustos, pero sí ha posibilitado desarrollar un espíritu crítico para denunciar la iniquidad y un marco que hace posible exponer, mal que bien, nuestras quejas y desarrollar la imaginación para estructurar y proponer alternativas más equitativas que están en la mente de cualquier ciudadano.

         Saint-Exupéry era de familia aristocrática, su madre supo conciliar con cierta armonía y sin grandes contradicciones su calidad de noble arruinada, su sensibilidad artística, y una liberalidad[v] muy acusada y extraña en el estrato social al que pertenecía, con un ferviente catolicismo que hubiera querido inculcar a su hijo, pero no pudo y Antoine, se movió entre el descreimiento y el agnosticismo en su juventud. Esto es algo que hay que decir con ciertas reservas pues, hasta el final de su vida, no estuvo absolutamente interesado en la religión y no solía manifestarse sobre ella, le daba un tratamiento similar al de la política, pero siendo consciente de que no se podía vivir sin ellas. Estaba centrado en buscar al hombre, dándole a la acción un papel preferente en la definición de sus virtudes como Hombre. Manifestaba un desapego evidente por la retórica, a la que veía como un instrumento eficaz para ocultar o modificar la verdad[vi], prefería juzgar y ser juzgado por los actos y no por las palabras. Este punto no gustaba mucho a algunos intelectuales de su tiempo que no dudaron en hablar de él como un hombre en el que prevalecía la apetencia por la acción, y lo alejaban de paso de su mundo para acercarlo al del fascismo a través de una de las pautas de comportamiento más socorridas que tenían éstos, para oponerse a la razón que esta ideología perniciosa ponía en práctica convirtiéndola en un culto a la violencia y en luchar contra los que diferían o eran distintos en vez  de buscar  la superación de uno mismo.

         Coincidiendo con la obra que marca el inicio de su madurez personal y literaria, "Tierra de los hombres" publicada en 1939, consolida su acercamiento al Humanismo e irá evolucionando para encontrar una síntesis original y afortunada entre la vertiente laica y la tradición cristiana de esta forma de entender la vida. No faltó quien dijera, a raíz de ello, que era un cristiano sin Cristo para matizar lo cerca que estaba su moral de la verdadera doctrina cristiana en un hombre con una marcada irreligiosidad o un místico sin Dios para resaltar su admiración por aquellos que buscaban el espíritu a través de la vida monacal, a pesar de que nunca aceptó la presencia de Dios como una realidad trascendente y no concebía el sacrificio si no era el paso necesario para alcanzar una meta.

          Aparece Dios, pero su visión es sumamente original; es su presencia en la vida, en tanto la importancia que tiene en el comportamiento de los hombres y no su existencia, en la que nunca dejará de dudar, la que hará que otorgue a Dios una atención profunda que nunca antes le había dedicado. Pero siempre pensó, incluso en los momentos que estuvo más alejado de él, que no había que matar a Dios en tanto que hay tantas personas que creen en él y lo sienten, y es un hecho que modifica la trayectoria vital y las costumbres.
                     
            Pero siguió volcado  decididamente en el Hombre y, para entonces, ya no había duda, entre sus detractores, en el carácter universal de esta búsqueda, superado felizmente el elitismo de los héroes que se podía observar en la obra más lograda de sus primeros años "Vuelo nocturno", y los puntos que compartía con el pensamiento de Nietzsche, el superhombre de éste no tenía sitio en las ideas de Saint-Exupéry, su aspiración para llegar al Hombre por medio de las ansias de superación se encontraba en cualquier hombre que supiera despertar y, a través del esfuerzo y con los instrumentos adecuados para desarrollar sus capacidades, descubriera un nuevo papel con el que servir a la comunidad que se convertiría en el fin último de la existencia.

         Aunque fuera ateo, algo no muy probable, cuando se casó en 1931, mucho antes de que la presencia del pensamiento de Dios cobrara importancia en su obra, quedó claro, su valiente moderación era proverbial, que no participaba del espíritu iconoclasta de esta tendencia en aquellos años cuando se mostraba un resentimiento muy grande hacia la Iglesia por el daño que había hecho y se ejecutaba a Dios simbólicamente en las plazas de Moscú, lugar de referencia obligada para aquellos que habían dejado de creer en Dios, y aun así querían aniquilar la nada. No tuvo inconveniente en contraer matrimonio religioso un día después del civil. Podemos deducir que lo hizo para  ofrecerle a su madre una satisfacción inesperada. Marie, una mujer admirable, aceptó la boda sin provocar dramas ni tensiones, al percibir la determinación de su hijo, y no quiso insistir, antes de la celebración, en la fama de licenciosa que, justamente, precedía a Consuelo Suncín. En un ejercicio de integridad y entereza zanjó las controversias con sus hijas diciendo que la veía bien ya que era la mujer que Antoine había elegido. Una de las correspondencias más largas que se recuerdan es testigo de la importancia que esta mujer discreta y con unos valores intrínsecos incuestionables tuvo en la formación de su hijo.




I El cuerpo de Saint-Exupéry nunca ha sido encontrado, sin embargo existe una versión bastante creíble de las causa de su muerte; La declaración de un antiguo periodista llamado Horst Ripper, que sirvió en la II Guerra Mundial como piloto, venía a desvelar el misterio en 2008, cuando ya contaba 88 años, confesó que él había abatido a Saint-Exupéry y que en el momento de hacerlo no sabía que la víctima de su certero ataque había sido el gran escritor a quien admiraba y que no llevaba más arma que su cámara fotográfica, que empezó a sospecharlo con el paso de los años. No lo confesó en cuanto fue consciente de ello porque sentía vergüenza y arrepentimiento. Quizás porque sea más sugerente y atractivo mantener el misterio esta confesión no ha sido aceptada como concluyente.

II La más notoria fue durante su exilio en los Estados Unidos (31 de diciembre de 1940- 15 de abril de 1943) cuando fue acusado por los partidarios del general de Gaulle de mantener contactos serios con el Régimen de Vichy. Significó un suplicio en el momento determinado en que le llegaba y llegó a abandonarse al alcohol.

II No dudaría un solo instante de la extraordinaria formación filosófica de Saint-Exupéry.

III Los críticos solo admiten como novelas las dos primeras que publicó Saint-Exupéry; "Correo Sur" y "Vuelo nocturno". Lo normal es que hablen de ensayos, en unos casos; "Tierra de los hombres" solo hasta cierto punto, ya que abundan los artículos periodísticos, y "Carta a un rehén" en mayor grado a pesar de su carácter epistolar y, en otros, de obras inclasificables; "Piloto de guerra", "El pequeño príncipe" y "Ciudadela".

[v] Saint-Exupéry es un ejemplo con su conducta de que tenía superado o, más bien, nunca había sentido, el exclusivismo, el clasismo y el antisemitismo que eran unas características muy acusadas entre la decadente aristocracia francesa.

[vi]No podía evitar pensar con desagrado y temor en el histrionismo iluminado de Hitler o en la grandilocuencia vacua y efectista que Mussolini exhibía al evocar el mito del Imperio romano.



viernes, 26 de agosto de 2016

Sobre la amistad y la religión en la sociedad post-consumista.


    

      

Todas las decepciones caben en una lágrima. La vulgaridad unifica, el amor sigue buscando agónicamente su camino pero los edificios interrumpen su paso en la ciudad que ha perdido el culto a la ternura y al arte que nos ayudaban a morir de pie cuando solo quedaba el orgullo de haber vivido, ya no lloramos por un pájaro muerto, ya no soñamos con un gran amor, el tiempo nos ha quitado las maletas de la mano y el carnet del bolsillo de la camisa. Hay un silencio de sombras en el sol ardiente del verano y no llega el tren de la tarde que sale cada mañana. Adoramos a un dios implacable que nos amarra a nuestro deseo de poseer lo inaprensible, a una forma de vida donde se apaga la música mientras la escriben los locos en el muro de una fábrica de cera. Es un dios más tiránico, más severo que el de siempre, porque existe, lo veo en los ojos de la gente que me cruzo mientras voy a una calle cuyo nombre no recuerdo habitada siempre por desconocidos, en la lengua que no se pregunta, siquiera, sobre el sexo de los ángeles.

miércoles, 24 de agosto de 2016

Un nido de víboras.

        

        El exilio americano de Saint-Exupéry pasa por ser la etapa más sombría y confusa de su vida, una encrucijada de sentimientos le sometió a las pruebas más exigentes y penosas, el hombre que había preconizado la culminación personal a través de la superación de los obstáculos se vio acorralado por la magnitud de lo que estaba en juego; ni más ni menos que la convivencia de todo un país que había claudicado moralmente ante las exigencias implacables de la guerra.

Era un hombre de apenas cuarenta años, pero estaba muy mermado físicamente por los muchos accidentes que habían jalonado su trayectoria como piloto. Le dolía la mandíbula, tenía tan lastimada la espalda que era incapaz, como se demostraría en su posterior incorporación al combate en el Norte de África, de enfundarse sin ayuda el equipo de piloto, sufría insomnio y vértigo, tenía catorce fracturas, algunas de ellas mal resueltas, daba síntomas visibles de estar un poco cansado de su proyecto más ambicioso como escritor, la deslumbrante para algunos y obtusa y pretenciosa, para muchos otros, "Ciudadela[i]". Cada vez estaba más convencido de que era un sueño imposible de la misma magnitud que el que arrastraría a Orson Welles[ii] veinte años más tarde cuando perseguía traducir en imágenes el mensaje sublime del "Quijote". Preguntado, por los allegados que conocían el proyecto, por la fecha de su publicación solía contestar con amarga ironía que "Ciudadela" sería una obra póstuma, hasta tal punto estaba convencido de que nunca la consideraría terminada por muchos años que viviera.

        Saint-Exupéry llegó solo a Nueva York, y ahí permanecería casi todo el tiempo, sin llegar a congeniar con la numerosa colonia francesa[iii] en la que, a grandes rasgos, observaba la misma división que había dejado atrás, pero aún más carente de sentido[iv], ni con los neoyorquinos de quienes le separaba el abismo del idioma.

Visitaría dos veces Los Ángeles para reunirse con el gran director de cine Jean Renoir[v], se habían conocido en el Siboney, el barco que llevó a ambos a la otra orilla, y se mostró apasionado con la propuesta que le hizo de adaptar un guion de "Tierra de los hombres" y llevarla a la pantalla. Apartaron el proyecto ante la vulgaridad  y la falta de sensibilidad artística del productor con el que habían contactado que todo lo sometía a los condicionamientos comerciales. 

Una incursión en Quebec, en mayo de 1942, acompañado ya por Consuelo Suncín, su esposa,  para dar unas conferencias, tuvo connotaciones desagradables y algo que debía durar unos días se prolongó durante cinco semanas ya que tuvieron problemas con los visados, probablemente provocados por exiliados franceses influyentes que presionaron a las autoridades norteamericanas para que encontraran alguna irregularidad. Llegó a haber sospechas serias de que fuera un espía a cargo de Vichy.

El incidente que habría de tener unas repercusiones más negativas sobre el delicado estado anímico en el que se encontraba estuvo relacionado con la falta de química evidente que tenía con el general de Gaulle y que se manifestó desde los primeros contactos cuando éste le animaba desde Londres a que se uniera a la única resistencia francesa mínimamente organizada. Saint-Exupéry rechazó sus ofrecimientos despertando en de Gaulle su perfil más vengativo e intolerante ya que no habría de olvidar esta afrenta ni cuando su rival había muerto y la guerra terminado. Las declaraciones de Saint-Exupéry sobre de Gaulle no fueron muchas, pero sí rotundas acerca de lo que pensaba de él, decía que pretendía ser un césar francés, que le recordaba a Franco[vi] en tanto que militar, autoritario y enemigo de la libertad y, casi al final, cuando los gaullistas se habían cebado con él y lo habían descentrado, lo ponía casi a la misma altura que Hitler, en una apreciación hiperbólica y desafortunada.

El que podemos considerar el error más apreciable de su vida pública iba a facilitar la labor de sus enemigos: su extraño y, hasta cierto punto, ambiguo punto de vista sobre el régimen de Vichy y el viejo mariscal Pétain.  Conocedor de primera mano de la indefensión absoluta del ejército francés ante los alemanes, acogió como necesaria la firma del armisticio, lo contrario solo podía conducir a una carnicería sin precedentes, y respetó al arbitrario militar que reunía todos los poderes en su persona y, más aún, ante la desaparición en el proceso de la derrota de la III República, consideraba como legítimo al “Estado francés” que se había creado en una zona que nunca sería libre y que mimetizaría, hasta unos límites insospechados, su sintonía con los nazis imitándoles en los crímenes y en las deportaciones. Aunque no compartiera sus ideas y no las soportara otorgaba a Pétain la responsabilidad de la persistencia de Francia como nación, pero el edificio que conservaba su existencia se había levantado sobre los cimientos de la injusticia y la persecución de todo aquel que fuera distinto[vii].

Saint-Exupéry se desmarcó[viii] amargamente de Vichy cuando se eligió a Pierre Laval[ix], el mejor amigo de los alemanes, como Presidente del Consejo. Cuenta Philippe Lançon en el excelente artículo titulado “El exilio americano de Saint-Exupéry” que, encontrándose en un café de Vichy, en diciembre de 1940, donde tramitaba su visado, entró Pierre Laval y no pudo reprimir decir en voz alta; “Aquí tenemos a quien está vendiendo Francia”. Al advertir su inconsciencia y calibrar las dimensiones del problema en el que se había metido, solo pudo añadir, dándolo todo por perdido; “Bueno, ahora que hemos dicho lo suficiente para que mañana nos fusilen al amanecer, vayamos a pasear.”. Drieu La Rochelle, un escritor que había abrazado el nazismo y al que conocía desde que ambos colaboraran en la revista Marianne, le ayudó a gestionar su visado y a que llegara sin problemas a Paris, primer paso para llegar a los Estados Unidos.

Ya en Nueva York, en 1942, una distinción que le había otorgado el régimen de Vichy ante su estupor y que no tardó en rechazar volvía a situarlo en el centro de la tormenta. Los gaullistas solo entendían que se perteneciera a una de las dos opciones más representativas que ofrecía Francia; "si no estabas con ellos, estabas con Vichy y, por lo tanto, contra ellos". Y no se preocuparon mucho por llegar al fondo del asunto, ni donde debían situarse los amantes de la libertad que, forzosamente, no estarían con ninguno de ellos. No les interesaba, la calumnia hacía daño que era el principal objetivo. Había que  desacreditarle por todos los medios aunque fuera utilizando pretextos que faltaran a la verdad. A consecuencia de unos ataques despiadados en los que se le acusaba de los hechos más inverosímiles, acabó cediendo a la bebida y se empapó de una melancolía mórbida que le hizo perder su habilidad proverbial para relacionarse. Entre la tensión continua de su matrimonio con Consuelo, las visitas de su amante Nelly de Vogüé que le presionaba para que rompiera con su mujer de una vez, apareció la joven periodista Sylvia Hamilton que se enamoró de él en una conferencia mientras le pedía a un amigo que tradujera lo que decía. Sylvia fue ese rayo de luz que le ayudó a levantarse, aunque la despertaba intempestivamente a cualquier hora de la madrugada solicitándole cualquier licor y algo de comer, entre otras cosas.

        Archivos desvelados recientemente, sitúan a Saint-Exupéry, con el beneplácito del gobierno norteamericano, como alternativa a De Gaulle para sustituirle como cabeza visible de la Resistencia. No parece que tuviera mucha consistencia esta propuesta dada la inclinación natural que tenía a sentirse libre y su repulsa a los compromisos clientelistas tan difíciles de evitar en la progresión hacia el poder. El rechazo de buena parte de los franceses con quienes compartía el exilio y de los intelectuales, tanto de izquierdas como de derechas, hubiera hecho lo posible para no respetar  su elección.

        La historia nos enseña que los filósofos nunca han sabido manejar los hilos de la política y fallaban estrepitosamente cuando se trataba de trasladar sus teorías a un marco real, ni siquiera el más grande de todos, el que supo articular casi todas las formas posibles de gobierno, nos estamos refiriendo, por supuesto, a Platón, escapó de ello, teniendo unas experiencias lamentables con los tiranos de Siracusa. 

        Insistimos en que, Saint-Exupéry no era pragmático, sino idealista, con todas las puntualizaciones que se quiera[x], y no supo ganarse el aprecio de la colonia francesa porque desaprobaba el comportamiento de la mayoría de ellos y lo dotaba de coherencia[xi] con su actitud, la sinceridad que empezó a exhibir con su comportamiento indiferente y retraído que le provocaba un malestar inexplicable y una tristeza confusa antes de embarcar en Lisboa; no dejaba escapar oportunidad de mostrar su rechazo, de ahí su fracaso como resistente; no fue decisivo en que los Estados Unidos entraran en guerra[xii] y no fue capaz de aglutinar en torno suyo a sus compatriotas influyentes. Queda en los archivos, pero nunca fue una propuesta con visos de llevarse a cabo la que le ofreció el gobierno americano. El éxito como escritor a escala mundial que supuso esta etapa quedó totalmente oscurecido por su fracaso como resistente.

Saint-Exupéry, a raíz de este episodio, vivió los momentos más angustiosos, probablemente, de su vida, los serios problemas con la bebida de los que ya hemos hablado fueron una consecuencia dramática de ello, y el silencio que se enseñoreó del hombre que nunca dejaba de hablar.

Pero el panorama se le iba aclarando algo, casi al final, empezaba a conectar con los norteamericanos que tanto admiraban su obra, sobre todo los jóvenes con su entusiasmo prístino le aclamaban en sus conferencias como si fuera una estrella de la canción, y sonreía cuando valoraba seriamente la posibilidad de volver a la guerra que tanto odiaba y aportar su entrega para colaborar, como el hombre de acción que era, en acabar con ella.





[i] Ciudadela se publicaría en 1948, sería la amante más constante de su vida, Nelly de Vogúé, quien facilitaría el material que él le había entregado. A pesar de su carácter de obra incompleta, "Ciudadela" aporta ella sola casi tantas páginas como el resto de su obra junta. Aunque no falta quien la califique como su obra maestra, lo cierto es que pasa por ser el único fracaso de crítica de Saint-Exupéry e incluso algunos de sus seguidores más recalcitrantes no acaban de verla a la altura de "Tierra de los hombres" o "Piloto de guerra", achacándolo, principalmente, a una desafortunada ordenación del contenido del manuscrito y la indefinición de su mensaje moral y filosófico aprisionado en la ampulosidad y una ausencia de la sencillez prístina que impregnara otras obras suyas como "El pequeño príncipe". 

[ii] Orson Welles llegó a escribir un guion de “El pequeño príncipe”, proyecto que, como tantos otros, no pudo llevar a cabo por falta de financiación.

[iii] Se calcula que había más de 20.000 franceses entre Nueva York y Los Ángeles.

[iv] La mayoría había aprovechado su situación económica para escapar de la guerra sin preocuparse demasiado por los compatriotas que sufrían en Francia y llevaban un ritmo de vida lujoso y disipado que no quería saber nada de lo que ocurría en su país.

[v] Siendo Francia un país que ha dado cineastas de gran valía no resulta fácil decantarse por uno de ellos. Somos muchos los que pensamos que no hay ninguno como Jean Renoir. Tiene en “La gran ilusión” uno de los alegatos más tiernos y terribles contra la guerra, casi a la altura de la mejor película antimilitarista de la historia; “Senderos de gloria” de Stanley Kubrick. 

[vi] Vamos a admitir lo positivo que hay en que no le gustara De Gaulle pero una gran parte de los españoles no hubiera dudado en cambiarlo por Franco. Por lo tanto, o bien desconocía la barbarie vengativa que, en esos mismos momentos, Franco estaba cometiendo o pensaba que de Gaulle era peor de lo que se acabó demostrando.

[vii] Un ejemplo más de que no se debe generalizar lo hallamos en una información confirmada de que había muchos vichystas que eran conservadores y tradicionalistas pero no comulgaban con los nazis y los identificaban como el mayor enemigo.

[viii] No quisiera confundir, Saint-Exupéry no estuvo con Vichy ni un solo momento, y era consciente de la dureza inflexible y desconsiderada que Pétain había heredado del Estado Mayor Militar francés que ganó la I Primera Guerra mundial y se había sustentado en los mismos principios que primaban la disciplina y un sostenimiento esperpéntico del honor sobre la verdad y la piedad en el affaire Dreyfus, cuya defensa apasionada llevada a cabo por Émile Zola provocaría la caída de la II República y la liberación de un inocente.

[ix] Lo más sorprendente de esta historia es que Saint-Exupéry, ya en 1943, volvía a mostrar respeto, eso sí con excesivos reparos y matizaciones, por la figura de Pétain, con la que no congeniaba en absoluto, pensando que había salvado los muebles y seguía insistiendo en la perversa de Laval, que, tras un paréntesis fuera del gobierno, había vuelto, impuesto por los alemanes para inaugurar el período más trágico de Vichy, con deportaciones masivas de judíos y comunistas. Es evidente que Laval era la figura más siniestra de aquella locura, en su horror, inclasificable, pero estaba claro que Pétain tenía una responsabilidad directa e inexcusable en aquel crimen.

[x] Saint-Exupéry tenía una admiración sin límites por Platón, comprendía pero no compartía su idea de unos arquetipos perfectos e inmutables. Incluso evolucionó hacia un relativismo con un hondo sustrato democrático que se oponía al de la aristocracia moral de los mejores de Platón. Podríamos calificarle, sin temor a equivocarnos, como el más realista entre los idealistas.

[xi] Fue muy duro con sus comentarios, se refería a sus compatriotas exiliados como moradores de un avispero y, en los momentos de mayor tensión, elevó el listón para convertirlos en los moradores de un nido de víboras. No era una forma muy afortunada de hacer campaña.

[xii] Hay que admitir que participar en una guerra  tiene muchas implicaciones morales. Estados Unidos perdió, no en el mismo grado que Alemania, Francia o el Reino Unido, una juventud brillante y prometedora durante la I Guerra Mundial y no se decidía a emprender otra contienda por la insistencia en la locura de los europeos, solo una provocación directa podía provocarlo. Así fue, el ataque sorpresa japonés a Pearl Harbour, el 7 de diciembre de 1941, cambiaría el curso de la historia con la entrada de Estados Unidos en la guerra.