Llueve en la tarde clara que acaricia tu rostro,
en las calles vacías, en el bosque de piedra.
en las calles vacías, en el bosque de piedra.
Me ha herido tu amor y no puedo negarlo,
me duele hasta esta lluvia que no cae y se aleja.
(1998)
En esta primavera
de vientos que aprisionan un corazón ardiente
que nunca te ha olvidado
miro hacia los jardines y evoco tu fragancia
para seguir tirando de un carro ingobernable
al que me ató el destino entre el barro y los charcos
que hoy cubren los delirios de nuestra efervescencia.
En este pedestal de la memoria
que te espera sostenido en el acanto sin columnas
de las ruinas del templo levantado
por nuestra irreverencia
buscaría la herida del aura de una rosa
desprovista
del telúrico encanto de tu voz y tu silencio
para encontrarte,
moriría dichoso si arrancara
la sonrisa y el destello que tuviste algún día
en el despertar de los misterios,
en las calles de Hadú, en el Campillo1 abandonado.
En las reminiscencias del bosque de las hadas
que nunca aparecieron y sufren por tu ausencia
estás sola
con la sed de la magia que te incita
a soñar y abrazar el olivo trenzado
de los búhos que pasan silenciosos,
estás sola y esperando
la camioneta 2
que vaga sin destino
y
atraviesa mi barrio, al que ya
no le quedan
corazón ni mujeres
que hablen con la muerte y la
alejen del mástil
de los barcos anclados
en la noche sin luna 3.
Estoy solo
transitando las aceras de los desheredados,
buscando la redención de un músico en Hortaleza
en el himno que lleva a la revuelta de las flores;
tres minutos, unas palabras, una sonrisa
y la esperanza en el hombre aparece y emociona,
pero no estás aquí para verlo en mis ojos,
no estás para decirme que resista,
para sentir mi corazón como una llama al viento.
Porque seguimos caminando por las calles mojadas
de nuestros brotes verdes con el paso cambiado,
con las mismas ideas que nos llevan al ostracismo,
a la amenaza del destierro
de esta ciudad que adora el metal y las medallas
y altera con subtítulos la voz de los profetas,
con los besos y las caricias arrinconados en los portales,
con los claveles gritando su melancolía,
y no nos encontramos, no hallamos nuestra alma,
alguna vez la creímos eterna y luminosa,
pero agoniza en cada cruz de este sendero
que se nos hace tortuoso como el rostro de un ángel caído,
sombrío como un viernes en tu Gólgota de soledad asumida.
Y lloramos por dentro como un frente salvaje
de borrascas decembrinas en plena primavera,
escondidos en el rostro de un dios que no perdona,
que aprendió a disfrazarse un Martes de Carnaval
del que aún no ha regresado,
y el amor se convirtió en cenizas aquel día,
en alma viva el resentimiento,
el licor en la sangre de los bardos que lloran
cuando cantan lo que ven.
Sabiendo que repudias la primera promesa
que hiciste al Galileo cuando nadie te veía
solo por destronarme
de este flujo sin tregua que corre
hacia el acantilado de una fiesta sin gracia
cuando el mar nos inunda y se lleva
los restos del naufragio de la elegancia y la sonrisa,
mi corazón sufre, sufre porque niegas lo que amas.
Estás sola
en aquel salón de opalina y de deseo
que se muestra cansado
como un toro en el último tercio de las sombras,
con el jersey de hilo que se ajusta al recuerdo,
con las manos nerviosas que acarician la ternura,
con el pelo mojado que agita la emoción,
y nada te despierta al cambio que te grita
que luches contra los vientos de tu propia tempestad,
que lo que nace en ti va en contra de tu esencia,
que hieres lo que amas e indultas lo que hiere.
Porque tú, querida, más confusa que yo
con el ritmo de las horas y la caída de los astros,
lloras por el pasado, mides cada distancia,
desangras cada verso que no puedes tocar
y te evoca otro nombre, cuando todos son el tuyo
y todos los besos se dirigen a tu boca,
y yo no puedo contener la rabia de los hombres valientes
que luchan contra el muro de las incomprensiones,
pienso en Robert Jordan4 que espera el cierre
de la cortina y se enamora
del último aliento que mueve su esperanza
para darles un soplo de vida a los que ama
y a quienes portan su bandera aunque la desprecien,
en el último vuelo sin brújula de Antoine5
buscando al hombre libre en un sueño irrenunciable,
en el Amigo que mira por la ventana el paso de los niños
porque ya no puede seguirlo
aunque nunca llegue tarde a una cita
y recorra la Isla Verde6
con los remos astillados para seguir resistiendo
los golpes del destino al timón de su barca,
y en todo esfuerzo inútil ofrendado a la belleza del fracaso;
buscar la verdad, amar la poesía,
rendir culto a los muertos,
sentir la libertad como una llama viva,
cuando veo que abandonas lo que queda y añoras lo perdido,
y la sombra de los días se hace larga
como una noche infinita
y la vida me parece más oscura y vacía que la muerte.
1 Hadú (se pronuncia “Jadú”) y El Campillo son lugares de Ceuta.
2 Camioneta: Hasta hace poco era como se conocían en Ceuta a los autobuses.
3 En las supersticiones de los marineros ceutíes ver un pájaro blanco por la noche significaba la muerte de alguien, verlo en el mástil de tu barco, la tuya propia.
4 Robert Jordan: personaje central de la novela de Ernest Hemingway “Por quién doblan las campanas”
5 Antoine de Saint-Exupéry: escritor y aviador francés que murió en una expedición aérea durante la II Guerra Mundial
6 La Isla Verde: Algeciras
Quizás de este naufragio me quede con la cita que hago de un poema mío de 1998, es difícil explicar a alguien que no escriba el esfuerzo que puede costar dos o tres minutos de lectura cuando viene exigido por algo que no comprendes y a lo que sin embargo quieres dotar de una coherencia con respecto a tus exigencias sentimentales e ideológicas. Por esa razón me sentí tan bien cuando decidí que no lo tocaba más (no fue del todo cierto), a pesar de que escribirlo no fue precisamente una experiencia placentera.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.