A una pequeña Tabletita de todo corazón, murió hace mucho tiempo sin saber por qué. Hay quien muere para vagar en el olvido y quien lo hace para vivir siempre en el recuerdo y mantener despierta la presencia de la adolescente que fue. Entiendo su melancolía herida cada vez que el sol se pierde detrás de nuestras montañas.
Destronar
al Principito significa coronar con espinas al Pequeño príncipe que solo tiene
una rosa que no le pertenece ya que ella está dominada por la presunción y la egolatría, es arrogante porque en el fondo tiene miedo y busca desesperadamente que alguien se lo lleve, quiere ser protegida por aquel a quien trata con soberbia y desconsideración. Aparenta, como suele ser habitual entre los mayores, una fortaleza que no tiene.
Detrás de este niño tierno y melancólico, pero con la
impertinencia de quien se niega a cumplir los protocolos y las liturgias del
mundo de los adultos, hay un hombre que siente que se derrumban los pilares de
unos tiempos que detesta pero ama porque son los suyos, un cristiano que,
desde una nefasta experiencia en un colegio jesuita en plena adolescencia,
nunca creyó en la divinidad de Cristo, pero le amaba y seguía su huella.
¿Está
Saint-Exupéry, cuando era niño, detrás del personaje principal? Nunca lo
sabremos. Consuelo Suncín es la rosa que nace en el país de los volcanes,
Sylvia Reinhardt es el zorro desprovisto de su astucia que le hace en extremo vulnerable porque está entregado al
amor y exterioriza sus síntomas, Marie es la estrella a la que rezamos y cubre los temores con su manto y
su sonrisa. Las tres están admitidas con una claridad meridiana en el devenir
del cuento, con la intromisión de Denis de Rougemont para sustituir a la
muchacha neoyorquina que, a partir de Antoine quedó tan impresionada por la personalidad de aquel niño que nunca quiso crecer, decidió terminar con su vida de divorciada liberal e independiente y casarse hasta la muerte.
Pero
el pequeño príncipe no podrá ser desentrañado, era demasiado bueno para ser él
mismo; demasiado plebeyo para ser aristócrata, demasiado demócrata para ser
republicano. Cabe la posibilidad de que sea la persona a la que más admiraba;
León Werth que, entre Cristo, Moisés y el Hombre, probablemente nunca fue niño
y nos regaló el milagro de un pacifista que se apunta a la guerra conmocionado
por el asesinato del socialista Jaurès. ¿Por qué han matado a Jaurès? se
preguntaría 63 años después Brel atónito y sin poder hallar una respuesta.
Antoine pudo haberlo tenido claro;
había que crear un niño para consolar de una pérdida irreparable al humanista
que mejor concilió al creador con la criatura. Ni siquiera Unamuno en la agonía
de su vitalismo irracional, lastrado, como buen vasco, por el Catolicismo de su
niñez y primera juventud, llegó a ver el amor como algo hermoso en sí mismo,
algo hermoso e indefinible que puede prescindir de la presencia de Dios, la que
negaba su pensamiento y buscaba desesperadamente su sentimiento.
Léon
Werth creía en el Hombre, en el creador y no en la criatura. Nadie mejor que
este hombre valiente, piadoso y comprometido incluso con aquellos que no
pertenecían a su ámbito religioso, étnico o literario, un hombre cuyo corazón
no se endureció a pesar de los vientos contrarios que aún hoy han hecho que sea
un desconocido a pesar del valor incalculable de su vida y de su obra. Hay
motivos, por lo tanto para pensar que Léon Werth esté detrás de un mito
imperecedero; un pequeño niño tan tierno y deslumbrante en su prístina
humildad, un tanto afectada por la inocente impertinencia de quienes quieren
saberlo todo y no tienen por arma más que la pregunta, que ha hecho que un mundo poco inclinado a querer descifrar el lenguaje de las flores escuche a su rosa y se enamore de ella. Un niño que nunca habría
de crecer y se ha instalado en la imaginación incluso de aquellos que no saben leer
porque descodifican las letras
siguiendo con los ojos cerrados lo que les enseñaron porque, como yo, han
aprendido a hablar sin saber lo que dicen.
20 de marzo de 2017
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.