En tus ojos, madre,
aprendí a ver el mundo
de los justos
que los míos me negaban
pero yo sé que existe
porque está en tu corazón.
Cristo vive en tu palabra
aunque haya muerto
y los sacerdotes lo recuerden
todos los días desde el púlpito
mientras beben de su sangre
y desgarran su cuerpo en la boca.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.