La llave del cante le hizo honor a este flamenco peculiar y gitano de hondas raíces, con regusto en su porte a señorito payo orientándose el sombrero. En el bando nacional durante la guerra, se vio obligado a cantar cara al sol por alegrías.
Gran amante del arte y de su pueblo, desgraciado y ambulante en la España que se encontró antes y después de la derrota de todos los españoles, esa que había engendrado una riña a garrotazos. Los que no lo reconocieron y suspiraban, sin saberlo, por el alma de Antonio Machado y, aquellos que pensaban en la gloria del triunfo de los santos cuando había arrasado el templo que los sustentaba, aquella que había llegado a matar a católicos para preservar el catolicismo.
Don Antonio es al cante lo que Lope a las rimas; culto y popular, profundo y festero, ligero y hondo; no hubo palo que se le resistiera, no había cante perdido que no intentara encontrar con la paciencia de un sabio que sabe que el tiempo está de su lado y el entusiasmo juvenil de un estudiante de arte preconciliar. Cantaba con el dominio prestigitador de la capa de Curro en sus puertas grandes, dejaba suelto al toro que se le arrimaba con malas intenciones y lo indultaba con elegancia y maestría porque no merecía morir.
El flamenco expiraba con sus últimas palabras pero es tan fuerte, tan enraizado que siguió con el gitano rubio, el Cigala y tantos otros. Eso sí, con permiso de Don Manuel y algún otro, es el más grande.
Gran amante del arte y de su pueblo, desgraciado y ambulante en la España que se encontró antes y después de la derrota de todos los españoles, esa que había engendrado una riña a garrotazos. Los que no lo reconocieron y suspiraban, sin saberlo, por el alma de Antonio Machado y, aquellos que pensaban en la gloria del triunfo de los santos cuando había arrasado el templo que los sustentaba, aquella que había llegado a matar a católicos para preservar el catolicismo.
Don Antonio es al cante lo que Lope a las rimas; culto y popular, profundo y festero, ligero y hondo; no hubo palo que se le resistiera, no había cante perdido que no intentara encontrar con la paciencia de un sabio que sabe que el tiempo está de su lado y el entusiasmo juvenil de un estudiante de arte preconciliar. Cantaba con el dominio prestigitador de la capa de Curro en sus puertas grandes, dejaba suelto al toro que se le arrimaba con malas intenciones y lo indultaba con elegancia y maestría porque no merecía morir.
El flamenco expiraba con sus últimas palabras pero es tan fuerte, tan enraizado que siguió con el gitano rubio, el Cigala y tantos otros. Eso sí, con permiso de Don Manuel y algún otro, es el más grande.
(1 de enero de 2015)
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.