Ahora vienes a mi mente
en este recuerdo de
luna y de pena,
en este sendero de
tumbas que buscan los suspiros
en los miedos de la
infancia que se agita
en el pasillo de
flores y guirnaldas
cuando te entregaste a
Cristo por primera vez.
Si tuviera sólo un
sueño
le pondría el color
del vestido que llevabas
la última vez que
paseaste junto al mar
entre los calendarios
del muelle derruido,
entre las mariposas y
las cenizas tiernas,
aunque no lo recuerde
y sufra la falta
y arda cada noche que
llore por tu ausencia.
El camino es largo
para comprender el miedo,
muy hondo para medir
el dolor
y el viento de
Poniente que refresca los montes
y mece las higueras
me lleva hacia el
ocaso
donde caían los
jilgueros que buscaban el sur en el otoño.
(9 de julio de 2015)
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.