sábado, 4 de marzo de 2017

Carlos Cano - La reina de los mares.


Dicen que estoy acabado
desde que tu amor me falta,
será que se han olvidado 
que soy de los que se arrancan
que el gallo cuando es buen gallo
en cualquier palenque canta.
(Carlos Cano - La reina de los mares)

A Nano.

       Un hombre puede sentirse ciudadano del mundo y extranjero en su ciudad.

        Paso de la depresión a la euforia como pasa el niño de la risa al llanto o el héroe de la gloria al olvido. No soy un niño ni un héroe, no me mortifica la muerte de la eterna juventud ni me embriaga el perfume de la gloria futura, como buen deportista de los tiempos de leyenda arranco, como aquel portugués, en las primeras rampas sin poder controlar las pájaras como los que corren con un pulsómetro en la cabeza, buscando la gesta de resistir los vientos contrarios, no podía imaginar lo doloroso que puede llegar a ser que te arrase la brisa de tu barrio. Esto lo podría haber escrito Joaquim Agostinho refiriéndose a alguien que le recordara a él.

       Carlos Cano tenía tanto encanto que la gente lo quería aunque dijera verdades como puñales y sonreía siempre aunque le quitara el sueño el destino de Andalucía en la España del progreso y los nacionalismos. Sin olvidar su Granada con Federico perdido, tenía dos debilidades reconocidas; la Habana vieja donde Silvio hacía cantar amor a los soñadores y el barrio La Viña gaditano donde los niños nacen con careta para reírse del paro que azota a sus padres que aun así no pierden la guasa. Carlos se fue cuando aún tenía mucho que darnos, nos dejó el coraje de Diamantino, el amor desgraciado de María, el exilio del alma de Miguel de Molina y el dolor de las madres locas de la Plaza de Mayo cuando aún no flirteaban con Herri Batasuna.

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.