martes, 26 de mayo de 2020

En el bosque de Brent



Sigo siendo ese río fundido con la piedra
cuando el amor me hiere y no puedo arrancarte.
(No hablaré de poesía)


Cuando llega la sombra a tu rostro de cera
tus manos se retraen torpes en el cuaderno
donde dejaste hundida 
la mirada borrosa de un poema 
que desconcierta el ritmo de los ramajes huecos
donde van los acordes de guitarra
con la sonrisa oscura y pensativa 
de la alcoba sin llave que muere en la floresta
donde tiembla la niña que llora en tu recuerdo.

La libertad enhebra sin saber las razones
el velo de una herida en tu regazo
 con un himno que cierra la pluma de tu vuelo,
con banderas hundidas que devoran el mástil,
los lienzos, los perfiles y los acantilados
del pintor miserable 
marcado por los labios que abren una gacela,
por la gris gravedad de un desierto sentido.

El bardo que dibuja tu olvido en una sábana
esparce los fragmentos sentidos de tu angustia
en el Bosque de Brent
con la risa y el sueño que no tuvieron rastro
y un grito desgarrado que ya no tiene rima
y penetra en la brisa amarga de los puertos
cuando vuelven los barcos que nunca llegarán, 
que plegaron las velas que surcan el pasado
y el lazo de tu blusa que duerme en la escollera
de los puentes perdidos, 
en la caricia blanca de los parques de ayer
donde yacen los lirios que llevaron tu nombre,
y cubren los carteles
las palabras que sufren el canto de las fuentes,
la inmensidad del mar que cabe en una lágrima.

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.