Es triste que no vuelvas a mover los
vestigios
de apasionada luz que muere entre los álamos
camino
de la Huerta cada día
y
el cálido reflejo de unas manos abiertas
con
tu camisa blanca entre los pensamientos
que
arrastra la corriente del arroyo
aventando
las ramas oscuras del azul,
la
palabra que sufre los labios de los vientos,
la
humildad perturbable de la higuera,
a
dejarnos la imagen sentada y fugitiva de la muchacha gris
que gime la soledad del exiliado que nunca tuvo alas
y abre la crónica
nocturna del amor cada mañana en los desiertos
de almas que sonríen su amargura
al Poniente que la acecha cuando la tarde se apaga,
entristece y no llega a las orillas del templo
cuando muge en el Hacho la sirena
en la bruma de agosto que apareció en diciembre
donde una niña pena la copla del naufragio.
*** *** ***
Pienso que llevará la
sábana de un mártir
que no supo
morir entre los muertos
y vuelve a su tormento en
sus pupilas.
el grito de una hoguera que rompe los
vestigios
de la luz de los presos destrozados
que aparecen llorando en los
montes de Venus,
del drama de los atunes
que tiemblan en la bodega,
tienen el mismo nombre y
perdida en la emboscada la misma dirección
que grita Europa,
y la marea áspera se
adentra en la arena vencida,
en la Laja inundada
por la nube y el idilio de
un poeta innortado
que encumbró la memoria de
la lluvia en el agua
en la arena desierta de un verso postergado
en la arena desierta de un verso postergado
y el almacén de redes que
aprendió otros rezos
que arden y no iluminan,
y la sonrisa íntima que
añora su verdad en la fuente que calla
de un barrio moribundo
mientras las barcas buscan del monte la
bandera
que no tiene color y agita en los
periódicos los látigos del mundo,
un cementerio blanco por la rabia azotado,
por las lilas, la cal y la injusticia
que calman su quejío en los rostros perdidos de
la Fragua
del dios de los gitanos que llora en las llagas de la noche la agonía,
del dios de los gitanos que llora en las llagas de la noche la agonía,
la angustia del viajero que no halla los
lazos
que puedan amarrar las soledades
de los signos borrados por las rutas del
mar,
y la tollina gime las dagas del destierro
y el aullido de los puertos que mueren y
acorralan
la evocación sentida de los nichos sin
fecha,
de los santos de piedra que pasaron entre flores y lágrimas.
*de los santos de piedra que pasaron entre flores y lágrimas.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.