I
Perdí mi camino
Perdí
mi camino, no supe amarte,
olvidé
invocar tu rostro entre las brumas
del
invierno gris
cuando
aparecían en tus ojos las galernas
y latieron
entonces los corazones prístinos
contra
el mundo
mientras fluían
las lágrimas
por
mi victoria perdida, por tu patético triunfo.
Pero
tú aún estás aquí
cuando
te canto en el portal
de la
mañana y acaricio tu memoria por la noche.
Tú
siempre has estado aquí cuando respiro
en tu
nombre de espliego cincelado
y
te siento detrás de una ventana sin cortinas.
El
mundo acaba olvidándolo todo
y
nosotros nos escondemos ante sus garras
y
nuestros corazones se convierten
en un torbellino de angustiosas direcciones,
pero
tu nombre unifica el interior de los recuerdos,
y
el mundo se levanta en su lugar
para
quererte
como si fueras mía porque te miras en mis espejos.
Bienaventurado
el que espera
en
las entrañas más entrañables del anhelo
que regresen los transeúntes de nuestra vida..
II
Sacerdotes
¿Quién
te cantará
un
poema de amor
cuando
al fin yo sea
el
señor de tu cuerpo,
de
tu pequeño templo
en
medio de la cruz
que
todos los profetas
hayan
ya profanado?
Marianne
Pero me
emocioné sinceramente,
de
una manera antigua que se me hizo extraña,
cuando
advertí en sus ojos
que
eras tú quien reías y llorabas, y llorabas
como
si volvieras
a
otros escenarios del recuerdo y arrancaras
a
Marianne de la suave marea que aún mece
su
isla… para
decirle adiós riendo entre lágrimas.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.