Siempre arrastré las llagas de tu culpa
y sufrí por las cartas perdidas que no llegué a leer,
por las llamadas
que no pude escuchar mientras te maldecía,
mientras me acorralaban la ausencia y tu vestido
en una sala oscura que nunca frecuentaste,
que acogía la ansiedad, el miedo y el abandono
y amarga me miraba
como si fuera un hijo de las sombras
atrapado en el fulgor hiriente de un recuerdo
que nunca permitiste
que descansara en el temblor de mi almohada.
atrapado en el fulgor hiriente de un recuerdo
que nunca permitiste
que descansara en el temblor de mi almohada.
Lloré por el rechazo que cubría mi rostro
y ahondaba en los rincones
del velo de la luna
que ardía en los espejos de una alcoba sin puerta,
del velo de la luna
que ardía en los espejos de una alcoba sin puerta,
en la espina de miel ensangrentada
de tus gélidas manos
en los días más grises
de tus gélidas manos
en los días más grises
que desfilaban huecos por las enredaderas
que nunca atravesaste con soltura,
por los escaparates
rotos que me mostraste
en la noche del dolor que mordía las sábanas,
desgarraba mi orgullo y se hundía en mi pecho.
que nunca atravesaste con soltura,
por los escaparates
rotos que me mostraste
en la noche del dolor que mordía las sábanas,
desgarraba mi orgullo y se hundía en mi pecho.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.