Fui como un perro cariñoso, tierno y travieso que encuentra
a su dueño entre las copas de cristal de su bohemia con una resaca dolorida y
una orquídea tatuada en su cerebro exhalando la fragancia mórbida del pesimismo
desencantado de Bogart cuando no puede cerrar los ojos para vivir el sueño
eterno.
Como ese perro que amaría a su dueño aunque lo maltratara me gustaría seguir siendo hasta la muerte, pero me perdí por bajar varios peldaños mi tono natural para llegar a todos los oídos, para entrar en una complicidad tierna y piadosa con la gente entre la que me he criado, ejercer, al fin, de local, yo que siempre juego en campo contrario simplemente por matar el tiempo como Georges decía que era la norma de Saturno.
Comprendo que tengo mucho resentimiento porque como todo pequeño burgués culpo a los otros por lo perdido, que éste habita en
una nube de cenizas que me impide disfrutar de los pecados de mi mundo, abrir
las puertas de la pequeña capilla marinera de Todos los Santos para cerciorarme de que Dios no
está allí entre el Vía Crucis de las paredes que recuerda las caídas del Hombre .
Pero no envidio ni odio, no sufro por los logros de algunos ni por la
falta de amor de aquellos que experimentan un orgasmo por la indefensión ante el olvido
de un poeta.
He aprendido, forzado por los sacerdotes y sus arengas vacuas y subversivas, a desear concentrarme en el hombre que vive conmigo y tengo miedo de caer
en los abismos de su desesperación ante la fragilidad y la
incertidumbre que le corroen las entrañas cuando comprueba que no hay nada
cierto ante la paradoja eterna de llamar vida a la muerte.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.