Profeta
y trovador que deslizara
la última canción de un tiempo en otros labios.
(Pequeño
poemario de San Amaro – 1997)
Bob
Dylan no es Dios, pero debemos admitir que en su época dorada, esa que va del
"Freewheelin’" al "Desire", hubo momentos de plenitud en
los que parecía que tuviera comunicación directa con él. Una década prodigiosa
que duró 13 años (1963-1976), con algún descalabro muy sonado - aún no se explica que pintara tan mal su autorretrato - que hizo pensar a
más de uno que la opacidad anónima de Robert Zimmerman había deslumbrado a la
brillantez caótica de Bob Dylan que se empeñó en demostrar, con poco respeto hacia sus detractores, que no era así aunque
tuviera que dejarse la sangre en los caminos y despertar a los demonios del deseo.
"Mr
Tambourine Man" nos lo recuerda cuando se yergue con orgullo, aunque se pase la vida dando
tumbos por el suelo. Los alucinógenos transitan por unas palabras confusas que
se nos escapan como si Bob fuera un mal poeta cuyas metáforas surgieran por azar y no pudiera descifrarlas después de haberlas leído. Pero no importa porque son resplandecientes
como el sol de julio cuando quema sin piedad la otra orilla de una playa, son
profundas como el grito de rabia de un profeta que apenas se lava porque sufre
depresiones.
Pero el arte
no está para dar lecciones magistrales, indicar un camino o reflejar una verdad que quizás no exista,
sino para perseguir la belleza que nos haga sentir y despertar la conciencia y el orgullo de
ser hombres a pesar de nuestras miserias, de pertenecer a una civilización que hace aguas por todas partes y, aun así, es la mejor de todas las conocidas.
Es demasiado duro lidiar con una resaca, lo digo por lo que me
ha contado Recordar de primera mano, haber pasado la noche en un Paraíso que no vuelve
la espalda al pecado de la resurrección y, casi sin dormir, despertar en un Purgatorio perdido en la
tristeza donde todas las calles parecen la misma, pero donde todos los hombres al fin somos iguales, por haber dilapidado nuestros sueños buscando un placer que nunca acabamos encontrando del todo.
Mr Tambourine man es una canción en la que hurgarán
los doctores de un futuro que, como el nuestro, nunca será cierto cuando se
intente interpretar la deriva de nuestras emociones, el jovenzuelo irreverente
de Minnesota estaba alcanzando la gloria por saber mostrar las llagas
encostradas de un Infierno edificado sobre las columnas ruinosas de un talento interminable y una visión panorámica del declive de un imperio que no contaba con la vieja Europa, aunque solo fuese para que le llevara las maletas, ni siquiera durante la invasión británica, de la que solo miraban, con excepciones impactantes como la de los Velvet Underground, su aspecto exterior, no miraba el resplandor de las heridas, aunque sufriera en sus propios muchachos victorias luctuosas como el Desembarco de Normandía.
Dicen los sabios, a este tipo de personas nunca se les
debe hacer caso, no suelen saber nada, que, cuando los Byrds cogieron las
riendas del señor de la pandereta con un delicioso ritmo entre el folk y el pop
y una conjunción insuperable en sus prístinas armonías vocales, se convierte
en una de las mejores canciones de la historia y que supera en mucho a la
interpretación de Dylan.
Yo no estoy de acuerdo aunque pienso que es solo por llevar la contraria, es mi costumbre y, a mi edad, es muy difícil aprender a hablar, porque pienso que los californianos hicieron algunas concesiones que empañan un poco su leyenda, ya que es algo que nunca se debe esperar de un artista; respetaron, un poco adocenados aunque se rehicieran más adelante, la regla no pactada de una duración en torno a los tres minutos eliminando para ello estrofas llenas de significado dentro de una canción que apenas tiene sentido, me parece suficiente, pero por encima de todo es porque Dylan me emociona más, a pesar de que los críticos, otros que tampoco saben muchas cosas, siempre pensaron que la voz herida y angustiada de Dylan chirriaba en sus oídos como el llanto de un animal cuando se está muriendo, que no pasaría por ella a la historia, ni falta que le hacía; Dios estuvo de su lado hasta 1976, después un cortocircuito. que aún no ha sabido reparar, a pesar de algunos discos interesantes.
Yo no estoy de acuerdo aunque pienso que es solo por llevar la contraria, es mi costumbre y, a mi edad, es muy difícil aprender a hablar, porque pienso que los californianos hicieron algunas concesiones que empañan un poco su leyenda, ya que es algo que nunca se debe esperar de un artista; respetaron, un poco adocenados aunque se rehicieran más adelante, la regla no pactada de una duración en torno a los tres minutos eliminando para ello estrofas llenas de significado dentro de una canción que apenas tiene sentido, me parece suficiente, pero por encima de todo es porque Dylan me emociona más, a pesar de que los críticos, otros que tampoco saben muchas cosas, siempre pensaron que la voz herida y angustiada de Dylan chirriaba en sus oídos como el llanto de un animal cuando se está muriendo, que no pasaría por ella a la historia, ni falta que le hacía; Dios estuvo de su lado hasta 1976, después un cortocircuito. que aún no ha sabido reparar, a pesar de algunos discos interesantes.
Quizás la versión de los Byrds fue un intento de embellecer una canción que no necesitaba ninguna capa de pintura con fines comerciales.
ResponderEliminarTodavía sigue siendo un misterio para mí lo que hizo que Dylan se olvidase de ese joven Robert Zimmerman que asombró al mundo entero.
Algo mágico, algo de conexión con Dios, como bien dices, habitaba en él cuando causó un impacto tan grande en los Beatles después de conocerlo.
¿Quién quiere tener una voz bella cuando se escriben canciones así? Pensaría un joven Joaquin cuando escuchaba a Dylan y a Cohen a través de las ondas radiofónicas transatlánticas.
Siempre es un placer leer reflexiones como esta, Francisco.
Creo,Juan Carlos,que ambas versiones son antológicas, que la de los Byrds habría sido mejor aún sin meter las tijeras. Pero eso es algo que pensamos siempre algunos, sabemos que nunca veremos la Cleopatra que soñó Mankiewicz, tampoco sabremos cómo habría reaccionado el público ante una canción que le requeriera la atención durante seis minutos de poesía densa y con un marcado acento literario. Se que dirán que nosotros, los melómanos amateurs, nos damos muchos humos. Ya que estamos metidos en esto, demos nuestra opinión, hemos vivido demasiado tiempo con la de los otros y, casi siempre,era interesada.
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