martes, 13 de junio de 2017

A Alberto Madariaga


así voy yo, borracho melancólico,
guitarrista lunático, poeta,
y pobre hombre en sueños,
siempre buscando a Dios entre la niebla.
(Antonio Machado)

Me gusta más ese Alberto que camina entre la duda y el miedo por los campos todavía no demasiado hollados de la creatividad de su juventud que ese otro que se pronuncia con seguridad y aplomo cuando con valentía y entusiasmo expresa sus inclinaciones ideológicas. Pienso que no debemos darle la espalda a la política pero desconfío de implicarnos demasiado en ella porque entonces el artista corre el riesgo de morir asfixiado por un mundo lleno de trampas e intereses que nos descubre lo más siniestro de la naturaleza humana. 



Los poetas estamos para expresar el misterio de un instante y luchar por hacerlo eterno aun sabiendo que podemos ser tan solo olvido y nada, expresarlo con belleza y vivir con pasión y sinceridad nuestras equivocaciones, intentar que otros labios tiemblen con nuestras canciones, distinguir con claridad los males de nuestro tiempo y denunciarlo es una obligación de las pocas que tenemos y debemos intentar llevar a cabo aun sabiendo que es una causa perdida; el mundo nunca ha escuchado a los poetas y, en nuestros días además, no los toma en serio, creo que no debemos hacer cábalas sobre el futuro porque no existe, ni formular unas soluciones a los problemas que se nos escapan sobre los tiempos venideros que acabarán siendo pasado para siempre. No tenemos alma de profeta; es el precio que tenemos que pagar por mirar frente a frente los misterios, somos ese albatros que se mueve como un ángel en las alturas y que no sabe interpretar la realidad como lo haría simplemente un hombre de la calle.  

Es cierto, Alberto, que es una obligación del filósofo intentar no equivocarse, ya dije alguna vez que la Filosofía es la marca distintiva de Occidente, aquello que logra enfrentar al hombre con su destino, que lo alerta de su fragilidad ante la muerte, que le hace imaginar un mundo mejor, explicar su definición y estructurarlo, aconsejarlo con vehemencia como una alternativa lógica a las imperfecciones que ve.

Creo que el marxismo ha sido determinante para las mejoras de los trabajadores en los países democráticos de Occidente, ya sabes que, exceptuando a Italia, nunca fueron muy numerosos los marxistas en estos países, aunque sí fueron intrépidos y decididos, en su contra estaría la facilidad con que se entregaban a la cerrazón mental y al fanatismo más intransigente. Pero no pienso que Marx señalara con el dedo a las víctimas, solo describía una sociedad mientras soñaba, él que siempre quiso escapar del idealismo actuó como si el hombre fuera bueno, justo y objetivo. como si pudiera desembarazarse de sí mismo y pudiera juzgar los acontecimientos tal como son y no como los ve. Aunque, con el dolor indescriptible que se siente cada vez que cae un Dios y esa caída se hace extensiva a los recuerdos, pienso que Lenin sí apretó el gatillo y fue implacable ya que su Revolución estaba por encima de la Muerte.

Como un jovencito que cree saberlo todo y apenas sabe nada, he aprendido a valorar a los filósofos por su calidad literaria, admiro a Platón porque aún hoy en día nos turba la belleza y la profundidad de sus Diálogos y entro en la agonía vital de Nietzsche con toda la morbidez que podamos hallar en contemplar la caída de un perdedor perdido e iluminado en la opacidad de un mundo rutinario y su vulgaridad. Creo que uno desde el idealismo y la búsqueda sincera de intentar demostrar la inmortalidad del alma y el otro desde el ataque visceral a todo lo que intentara mostrar la ideoneidad de un modelo y creara un cuerpo de doctrina irrefutable pero sin encontrar soluciones alternativas a lo que pretendía desenmascarar. Platón y Nietzsche tienen un hueco importante en lo que he podido escribir, aunque sea de forma vaga y confusa, sin que yo haya querido dar excesiva importancia a lo que decían, en un caso porque lo que soñaba uno es de sobras conocido y en el otro porque su genialidad, sometida a circunstancias específicas extremas, acabó estando solo al alcance de sí mismo y algunos elegidos, entre los que no me encuentro, sino a cómo lo expresaban porque la verdadera belleza tiene un valor incalculable en sí misma, justifica el pedestal inalcanzable de Darío por un poema o creer que hay algo eterno en una rima de Bécquer. Pero, a veces, ocurre que el poeta y el filósofo duermen en la misma persona, Platón utilizando la prosa y Nietzsche el verso vivieron la tensión de conjugar a ese hombre que describe lo posible con ese otro que busca lo imposible.

Me sorprendió leer a Marx, dista mucho de ser aburrido y su didactismo hace que se pueda caer con facilidad en sus planteamientos, pero el interés de lo que dijo no reside en su calidad literaria, no era poeta, sino en la adecuación pertinente a ese mundo occidental que se reconoce en unos cambios vertiginosos en los que era necesario defender la dignidad de la fuerza de trabajo, abrir un debate amargo sobre la injusticia de ser un desfavorecido.

Creo que, por esas paradojas que no se explican, Marx propició la creación de las clases medias y el ideario pequeño-burgués con sus minúsculas grandezas y sus inmensas miserias, que del arroyo y los suburbios muchos obreros accedieran a una vida cómoda y acabaran mirando con desprecio a aquellos que no consiguieron salir del lugar del que ellos mismos procedían.

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