Decir adiós es triste, pero es más triste aún no saber
decirlo cuando los hados han decidido que debes hacerlo. No creo en los dioses
pero pienso que el destino es lo que pasó y tantas veces no fue.
Cecilia
como todas las personas importantes a las que no quería parecerse tenía varios
nombres pero como Pessoa solo tuvo cuatro o cinco heterónimos bien perfilados,
artísticamente definidos. La mayoría de la gente solo tiene uno o dos nombres y
no los suele soportar aunque lo defiendan con un orgullo ciego que nos da la
medida de su egocentrismo, de su amor propio como diría mi madre y corroboraría
mi abuela.
No
tuvo tiempo de matar, como deseaba, por culpa de un estúpido accidente, a la
niña que se llamaba Evangelina Sobredo, aunque mantuvo gustosa a la Eva que
firmaba sus canciones.
La
mayoría de los españoles recuerda a la hija de un diplomático por una canción
agradable y tierna que, desde mi rincón de cómico disidente, no alcanza a ver,
ni de lejos, sus mejores canciones. Eso sí, es una canción muy buena con un estribillo estremecedor, pero le falta la carga de profundidad de sus críticas cotidianas más mordaces.
Déjame
escuchar las palabras de amor
que
no supieron aflorar desde tu silencio
en
las horas más tristes, cuando más las necesitaba,
los
poemas abandonados en la calle
por
donde nadie pasa en estos días,
déjame
recordarte por encima de todos los fracasos
en
el último templo que quede de la arrogancia ante la vida,
en
tu primer deseo perdido entre los árboles,
en
la carta apasionada de un muchacho confundido
que
nunca te olvidó y vive entre los muertos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.