I
Te fuiste
Federico una noche de agosto
con un maestro de
escuela y con dos banderilleros
con los ojos de aceituna
y negra y roja bandera.
y negra y roja bandera.
Para hablar a los rostros de tu cálida tristeza,
de tu fresca
alegría
para que te
consuelen en la muerte que llevas,
con la sombra de
Ignacio que gime en los olivos,
para que te recuerden los trinos del amor
al que otros
escupen y apuñalan a los ojos
en el agua
cristalina y pura de la Vega.
Para que se
marchen los comisarios viejos
de la sonrisa
exacta que caminan con sus cruces
y esgrimen en el
aire sus látigos del orden
que gobierna la
muerte en la esquina del recuerdo.
26 de junio de 2017
II
Hay un jardín
que muere en el patio de la ausencia
donde canta el
jilguero que lloraba sin luz
en lo
turbio y estrecho de una infancia que vuelve
y no encuentra
palabras para explicar tu canto,
y entre
escombros agolpados contra un muro
la tristeza se
esfuerza
por ofrecer su
lecho de raíces a unas plantas de Oriente
que no verán el
camino de sus primeros pasos nunca más
como tus
ojos, en un barranco donde no habita una estrella
que los guíe,
oscuros,
deslavazados, apasionados, muertos,
en el
libro amarillo que mostrara tu hondura
ante mi asombro
de niño,
en la palabra de
amor que desplegó tu boca hacia los tristes,
hacia los que
nacieron arrodillados
ante el peso
infinito de un estigma invisible,
hacia los que
tienen hambre de que las amapolas
vuelvan a los
montes derruidos que imploran su dolor de tierra,
la melancolía de
su ocaso
que nadie mirará
mientras tiemblen los dioses
entre las
sábanas blancas tendidas en un mísero cordel
y la canción que hiere en las tinieblas
de las cinco de la tarde.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.