Déjame escapar de esa realidad que quema y no se aparta
de aquel día luminoso que se vistió de gris,
de aquellos ojos que derramaron
una lágrima,
de la tristeza que se agolpa en los muros,
decían los periódicos que una equilibrista cayó al vacío
y no volvió a intentar el más difícil todavía.
Tendría que haberla amado aunque no me dejara
ni me conociera,
que haber llorado por una canción confusa,
despertado en una voz hiriente que sufría,
olvidado el sentido sin tregua de la muerte.
(El día que cayó la equilibrista)
Cecilia como todas las personas importantes a las que no
quería parecerse tenía varios nombres, pero como Pessoa, solo tuvo
cuatro o cinco heterónimos bien perfilados, artísticamente definidos, con una
disparidad de pensamiento y de sentimiento tal que habían
configurado unas marcadas diferencias de carácter en la misma persona. La
mayoría de la gente solo tiene uno o dos nombres y no los suele soportar aunque
los defiendan con un orgullo ciego cuando se sienten atacados por cualquier
trivialidad, lo que nos da la medida de su egocentrismo, de su amor propio como
diría mi madre y corroboraría mi abuela.
No tuvo tiempo de matar, como deseaba fervientemente, por
culpa de un estúpido accidente de tráfico, a la niña que se llamaba
Evangelina Sobredo y creía en un Dios severo al que rezaba cada
noche antes de cerrar los ojos con más miedo que devoción, con más desconfianza
por su omnipotencia que respeto venerable por su mirada comprensiva e
indulgente. Pero como reconoce en “Cuando era pequeña” pudo ser feliz a pesar
de la oposición de Dios y las costumbres incompatibles con las ansias de
libertad de su espíritu libre.
Pero mantuvo gustosa a la Eva que firmaba sus canciones y
tenía el mismo apellido que la niña que se entregó a Cristo cuando hizo la comunión,
aquella que dominaba el inglés a consecuencia de viajar constantemente por el
mundo a causa del oficio de su padre; compuso y cantó varias canciones en este
idioma, particularmente pienso que se encuentran entre lo menos brillante de su
autora, su primer álbum habría sido mejor si todas las canciones hubieran sido
cantadas en castellano.
La mayoría de los españoles recuerda a la hija de diplomático
por una canción agradable y tierna que, desde mi rincón, poco dado a rendirle
culto a la seriedad solemne de la clase acomodada de la España provinciana de
aquellos días, no alcanza a ver, ni de lejos, la excelencia de sus mejores
canciones, a pesar de ser una buena canción.
Un ramito de violetas no tiene la profundidad terrible de la
apología del suicidio consentido, como diría Manuel Machado “que la vida se dé
la pena de matarme” ante la constatación de que las personas
sensibles apenas pueden hablar con el ruido de la vida cotidiana ya que apenas
quedan sentimentales para compartir las emociones en "Si no fuera
porque", la melancolía de un examen de conciencia exigente de "Con
los ojos en paz" en la que pone en duda el trágico destino de la
moral del poeta cuando se pliega a la vulgaridad y los halagos sustentados en
las buenas costumbres o la tristeza nostálgica ante la muerte de un amor
porque la evolución vital de los amantes les ha convertido en dos desconocidos
de "Tuvimos algo tan bello", en fin, el nihilismo rebelde, delicado y
sentimental de "Nada de nada". Ésta última fue la primera canción que
escuché de Cecilia, fue en el Siete Colinas y era dentro de un documental que
durante media hora repasaba el panorama musical de la música española del
momento, llamada ligera con poca consideración. Había excelentes canciones,
pero ninguna me gustó tanto como la de Cecilia, nombre que adoptó como homenaje
a Simon y Garfunkel.
Pero tiene, apenas compuso canciones de las que no se
pueda destacar algo, la rebeldía paradójica de quien acepta interpretar su
papel en la vida, mientras roba a ratos perdidos la oportunidad de soñar que le
ha puesto delante de los ojos un destino anónimo que se acuerda de los tiernos
que llevarán a la fosa sus costumbres sostenidas por un entorno asfixiante que
se opone a la alegría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.