A Cecilia.
Soy yo quien no habla, no ríe, quien se enamora,
soy yo quien va vestido de payaso profundo,
quien araña en la noche de las paredes del puerto
las palabras perdidas.
(Nocturno del puerto - 1983)
Si no fuera porque he pecado
y no me arrepiento.
(Eva Sobredo)
El
pequeño Nicolás nunca llegó a comprender porque su mamá estaba tan nerviosa la
primera vez que, bien peinado y con una mochila casi vacía a la espalda, fue al
cole, ni por qué le preparaba un bocadillo si no tenía hambre después de desayunar y lo envolvía como si se tratara de una obra de arte que se habría que exponer a
los ojos de la señorita y, menos aún,
que le pusiera un uniforme si el servicio militar había dejado de ser
obligatorio porque ya no había guerras en nuestro mundo, aunque, un señor con
bigotes y repeinado hasta cuando jugaba al squash, había leído a Gorila y se acordaba de Juana de Arco cada
vez que le hablaban de la gloria de los mártires y se empeñara en que había que ayudar a los amigos a que destruyeran las armas de destrucción masivas, y sustituir la palabra
asesinar a población civil inocente por los inevitables daños colaterales, mientras un país de locos (la pequeña aldea gala) se sentía por primera vez unido para decirle: ¡ No a la guerra!
El pequeño Nicolás
entendía cada vez menos el mundo de los mayores y había encontrado a
su novia ideal en un país tan alejado como Argentina, el problema de Mafalda
era más terrible ya que la pequeña impertinente entendía muy bien la doble
moral de los adultos.
A ciertas edades tres años de diferencia suele ser casi toda una vida. Nicolás nació el mismo día que cumplía siete años, solo sabe llorar por su pequeño mundo, pero es tan tierno. ¿Para qué sirve algo que no tiene medida?
La inconsciencia pueril y deliciosamente irónica de René había posibilitado que Nicolás aprendiera a leer con las primeras guías de teléfono a la edad que sus amigos ya conocían el Catecismo y supieran rezar a un Dios al que había que temer porque vivir es pecar y solo un profeta, al que casi nadie escucha, nos hablara del perdón.
La inconsciencia pueril y deliciosamente irónica de René había posibilitado que Nicolás aprendiera a leer con las primeras guías de teléfono a la edad que sus amigos ya conocían el Catecismo y supieran rezar a un Dios al que había que temer porque vivir es pecar y solo un profeta, al que casi nadie escucha, nos hablara del perdón.
25 de junio de 2017
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.