Es tan corto el amor y tan largo el olvido.
(Pablo Neruda)
Leonard Cohen decía en uno de sus poemas más enigmáticos que
hablaba de silencio porque sabía mucho de silencios y le entregaba como regalo a su
amante de turno un poema que había surgido de las entrañas de una época determinada de su vida, del misterio silente que
habita en la brevedad sin límites de la vida de una rosa.
Cohen, todos los hombres no somos iguales, con un pesimismo que nada tiene que ver con el corrosivo y fatalista de Philip Larkin ni con el irónico y tierno de José Emilio Pacheco muestra, en su derrota ante el mundo, las ansias de vivir aunque no crea en el heroísmo permanente de los vencidos en las Termópilas, de abrir los ojos y respirar la melancolía decadente de quien piensa que no le quedan flores con las que oponerse a la intransigencia del olvido, al hecho largamente comprobado de que, con el paso del tiempo, una amante puede cambiar de nombre y un amigo convertirse en un desconocido.
Cohen, todos los hombres no somos iguales, con un pesimismo que nada tiene que ver con el corrosivo y fatalista de Philip Larkin ni con el irónico y tierno de José Emilio Pacheco muestra, en su derrota ante el mundo, las ansias de vivir aunque no crea en el heroísmo permanente de los vencidos en las Termópilas, de abrir los ojos y respirar la melancolía decadente de quien piensa que no le quedan flores con las que oponerse a la intransigencia del olvido, al hecho largamente comprobado de que, con el paso del tiempo, una amante puede cambiar de nombre y un amigo convertirse en un desconocido.
Nunca sabré por qué surgieron aquellas palabras que
dejé entre tu pecho y tu mirada y sé que
no habrás olvidado, Laura; no eran hermosas, no eran hondas; ya sabes que, en
estos días, me desenvuelvo en la
magnitud perversa y extrema de los
pequeños detalles que me hacen distinguir el valor de las personas que nos
rodean y envejecen con nosotros y a las que apreciamos con sinceridad pues van clavados en nuestra misma cruz, en las pequeñas cosas que nos hacen reír y llorar
como si fuéramos el sueño interrumpido de una película que nunca se rodó, de un
niño que no nació y aún llora en nuestras entrañas, de una muñeca de cera que se aproxima al Infierno porque se equivocó de camino. Esas
palabras huyeron de mi alma antes de llegar a ti, simplemente pretendían conjurar la tristeza de la muerte
a través de la profundidad y la belleza que caben en un río otoñal seco y tortuoso que
inunda la alegría de vivir cuando solo nos queda la sonrisa para seguir
adelante.
Ya sabes Laura, que cualquiera hubiera podido afirmar con
amargura y resignación que la muerte está al final de todo, pero lo dijo
Jacques Brel que, a pesar de bajar los brazos ante lo inevitable y arrojar la toalla adonde nadie puede recogerla mecida por los vientos adulterados de los Mares del Sur, pertenecía a
la raza de los irreductibles y es posible que recibiera a la Parca sin aceptar
el destino de todos los hombres, el sueño infinito de la nada.
Nadie supo llevar al público a su terreno como el Grand Jacques, nadie logró el perdón cristiano después de que sus muecas y su grito criticaran abiertamente la ridícula autosatisfacción de aquellos que habían corrido a comprar las entradas para gozar de su histrionismo, su sinceridad y entrega desde la primera fila. No hace falta más que mirarse hacia dentro para advertir las limitaciones de los otros, empezar a conocer al hombre que va muriendo con nosotros. ¿Por qué tan poca gente lo hace? ¿Por qué hablamos de eternidad cuando nos aferramos a los bienes efímeros de este mundo y engañamos a nuestros hermanos para recibir en herencia lo que no puede aprehenderse?
Nadie supo llevar al público a su terreno como el Grand Jacques, nadie logró el perdón cristiano después de que sus muecas y su grito criticaran abiertamente la ridícula autosatisfacción de aquellos que habían corrido a comprar las entradas para gozar de su histrionismo, su sinceridad y entrega desde la primera fila. No hace falta más que mirarse hacia dentro para advertir las limitaciones de los otros, empezar a conocer al hombre que va muriendo con nosotros. ¿Por qué tan poca gente lo hace? ¿Por qué hablamos de eternidad cuando nos aferramos a los bienes efímeros de este mundo y engañamos a nuestros hermanos para recibir en herencia lo que no puede aprehenderse?
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.