sábado, 24 de junio de 2017

Andrés Calamaro - No son horas


Quizás prosiga triste por haber olvidado
su sonrisa de otoño despejando la aurora.

Aquellos suspiros, aquellas ilusiones rotas de 1998, se habían apoderado de mí logrando que me sintiera viejo con apenas 38 años. Por entonces había aprendido a sufrir en el Paraíso y a gozar en el Infierno y Andrés Calamaro ya volvía a tener los ojos ciegos de los sentimientos orientados hacia su Argentina natal y quería, a regañadientes, dejar de ser el profeta de la muerte para volver a mirar desde su piso de Madrid las direcciones del olvido y a la novia que nunca tuvo pero que se apoderaba del recuerdo más querido

       Pero aún estaba empapado de España y lanzaba un disco en el que vibraba la memoria reciente, se titula "Alta sociedad", el mejor disco, para mí, de pop-rock de nuestro panorama lingüístico y emocional.

"Honestidad brutal", el disco que le sigue, es un triple encerrado en dos cedés. Tiene canciones para todos los gustos desde el pop delicioso, sentimental y derrotado de "Cuando te conocí" hasta la pachanga en la que aparece el espíritu gambeteador de Diego iluminado por Boca y levantando la moral de un país que lo necesita porque, como España. carece de buenos políticos. Nosotros nos aferramos a la leyenda viva de Nadal, ellos al que, sin duda, hubiera sido el mejor futbolista de la historia de haber tenido una cabeza medianamente amueblada y no haber mediado una lesión evitable desde un punto de vista ético.

         Creo que, en conjunto, es una obra maestra en la que lloran los perdidos, una obra que seguirá sonando cuando el tiempo nos olvide, la cumbre de una manera de sentir peculiar preñada de Argentina y España al mismo tiempo, desde Leonardo Favio hasta Los Brincos, desde Fito Páez a Joaquín Sabina, desde la tristeza arrabalera de un tango hasta la altanería chulesca de un chotis. Quizás no tenga la calidad resplandeciente de la alta suciedad que se mueve entre la huella de Dylan y los Rollings hasta los aires de nuestra música tradicional y el homenaje melancólico al intimismo.


Entre la maraña de buenas canciones reunidas en los dos primeros discos de Andrés en solitario siempre me decanté por esta canción, tenía motivos sobrados para odiarla, me recordaba demasiado a la barca sin velas que empieza a desconfiar de la esperanza y se entrega al capricho sin norte de los vientos que fui en 1997, pienso que era una buena persona que buscándose cometía delitos al alcance solo de los más perversos.  Ya lo dicen los ingleses cuando hablan de las servidumbres del vivir; el camino al Infierno está pavimentado con buenas intenciones, y un corazón herido que busca la reconciliación con la muerte, añadiría yo. Pero si te dicen que duermo de día, es verdad. 

Aquellos ojos míos de 1998 aún no habían conocido a aquel maduro indecente que no tenía sexo pero, como buen gitano que rompe todas sus camisas, tenía que cuidar una reputación que ya no estaba en sus manos.


25 de junio de 2017

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.