Quizás prosiga triste por haber olvidado
su sonrisa de otoño despejando la aurora.
Pero aún estaba empapado de España y lanzaba un disco en el que vibraba la memoria reciente, se titula "Alta sociedad", el mejor disco, para mí, de pop-rock de nuestro panorama lingüístico y emocional.
"Honestidad
brutal", el disco que le sigue, es un triple encerrado en dos cedés. Tiene canciones para todos
los gustos desde el pop delicioso, sentimental y derrotado de "Cuando te conocí" hasta la
pachanga en la que aparece el espíritu gambeteador de Diego iluminado por Boca y levantando la moral de un país que lo necesita porque, como España. carece de buenos políticos. Nosotros nos aferramos a la leyenda viva de Nadal, ellos al que, sin duda, hubiera sido el mejor futbolista de la historia de haber tenido una cabeza medianamente amueblada y no haber mediado una lesión evitable desde un punto de vista ético.
Creo
que, en conjunto, es una obra maestra en la que lloran los perdidos, una obra
que seguirá sonando cuando el tiempo nos olvide, la cumbre de una manera de
sentir peculiar preñada de Argentina y España al mismo tiempo, desde Leonardo
Favio hasta Los Brincos, desde Fito Páez a Joaquín Sabina, desde la tristeza
arrabalera de un tango hasta la altanería chulesca de un chotis. Quizás no
tenga la calidad resplandeciente de la alta suciedad que se mueve entre la huella
de Dylan y los Rollings hasta los aires de nuestra música tradicional y el
homenaje melancólico al intimismo.
Entre la
maraña de buenas canciones reunidas en los dos primeros discos de Andrés en
solitario siempre me decanté por esta canción, tenía motivos sobrados para
odiarla, me recordaba demasiado a la barca sin velas que empieza a desconfiar de la esperanza y se entrega al capricho sin norte de los vientos que fui en 1997, pienso que era una buena persona que buscándose
cometía delitos al alcance solo de los más perversos. Ya lo dicen los
ingleses cuando hablan de las servidumbres del vivir; el camino al Infierno
está pavimentado con buenas intenciones, y un corazón herido que busca la
reconciliación con la muerte, añadiría yo. Pero si te dicen que duermo de día,
es verdad.
Aquellos
ojos míos de 1998 aún no habían conocido a aquel maduro indecente que no tenía
sexo pero, como buen gitano que rompe todas sus camisas, tenía que cuidar una
reputación que ya no estaba en sus manos.
25 de junio de 2017
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.