Soy de izquierdas,
siempre lo he sido, supongo que cuando tomé cierta conciencia política en los años de la Transición reaccioné como Aureliano Buendía cuando llegó a la conclusión de que los de derechas hacían más trampas, siempre he tenido un gran interés en decirlo porque pensaba
que así me protegía en una ciudad con un poso de gloria reaccionaria y una
admiración ridícula hacia las celebraciones y los cantos castrenses. Voté a
Podemos en las primeras elecciones que se presentaron y escribí varios
artículos intentando explicar las razones por las que lo había hecho sin
ocultar mi entusiasmo casi adolescente hacia una opción diferente a nuestro bipartidismo
corrupto y empantanado en el marasmo ante el que Antonio Machado clamara sin ninguna
respuesta ni en su tiempo ni en el nuestro que, cada vez, estoy más convencido
de que es el mismo. Aparte de esto observo que tienen más pronunciamientos de cara a los espejos que intentando reflejar la realidad, que se centran en la estética exterior y dejan que se estructuren aleatoriamente los mecanismos que deben regir el funcionamiento de los órganos internos.
Mi motivo
principal para sentirme cansado y desencantado con Podemos tiene que ver con su
postura en la crisis amarga e incomprensible que pasamos en España con los nacionalismos periféricos
y, permíteme esta licencia, xenófobos, el resto de los españoles para la
mentalidad de los más radicales no solo nos convertimos en
extranjeros sino en hombres y mujeres con menos categoría; estuvimos
tanto tiempo juntos que hasta llegamos a amarnos en el crepúsculo de
los dioses que morían porque sufríamos la estulticia faraónica de los mismos
gobiernos. Otro motivo que me
atañe en la profundidad de los sentimientos es la postura entreguista que nunca
han llegado a desmentir con convicción hacia tu ciudad y la mía. Esta última
cuestión bastaría para mostrarme en contra de ellos aunque su programa me
pareciera muy bueno que no es el caso.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.