Estos cauces que
ves amoratados
y de amarillo cieno revestidos,
eran la flor azul de los sentidos,
que hoy descubre sus pétalos ajados.
y de amarillo cieno revestidos,
eran la flor azul de los sentidos,
que hoy descubre sus pétalos ajados.
Besos verdes de aguja en todos lados
hieren la trabazón de los tejidos
y denuncian los brazos resentidos,
la enigmática piel de los drogados.
Las que llevaban vida y alimento
son tibias cobras de veneno breve,
blanco caballo con la sien de nieve.
Trotando corazón y sentimiento
que por las aguas de la sangre vierte
con rápido caudal la lenta muerte.
El poeta
es ese viejo pescador solitario que lleva ochenta y tantos días sin pescar un solo pez y del que todos piensan que su aventura se ha acabado, pero él
sale cada mañana con la esperanza de atrapar ese emperador cuyo tamaño y
bravura en la lucha por su vida le otorgue la única victoria posible para mitigar el peso de la sombra de un vencido. Los que pierden no pueden quejarse, como
decía el pragmatismo de los romanos, pero sí pueden demostrar lo injusta que
puede ser una derrota, que las garras de la indiferencia no pueden arañar el
orgullo de haberse hecho lo que era necesario para evitarla.
Fernando
Merlo fue un poeta transgresor y valiente que encontraría ese pez al final de
su vida de la forma más inesperada, viendo su trayectoria con las formas hasta
entonces; un soneto con regusto clásico de factura impecable que, como en estos
casos, es un regalo sonoro para los oídos; eso sí con una temática realista y
demoledora, era heroinómano y, como en el resto de su poesía, insiste en la
presencia de la muerte en esa nieve, un terreno propicio para acabar con los
sueños que alentaba en los primeros escarceos de un amor que mata. No tenía ni
treinta años cuando fue encontrado muerto detrás del túnel con una aguja
clavada en su brazo. A buen seguro, hubiera conseguido conciliar le estética
que perseguía con el fondo en el que insistía con devoción de haber vivido más, de habernos
mostrado la angustia de un perdido en plena madurez, en la reconciliación con
la existencia a pesar de su falta de sentido.
Fernando
Merlo encontró en la poesía el instrumento preciso con el que explayar su
originalidad, sus dudas, su talento y la agonía vitalista reflejada en su
obsesión por la muerte, por el miedo que sentía cada vez que castigaba su propio cuerpo, el alma de su resistencia, la gloria de un poeta que proyectaba sus laureles hacia el futuro.
Un poema para meditar y aprender. Qué pena morir sin tener que morir y con treinta años. Me estremeció el poema, Francisco. Muchas gracias por tu trabajo.
ResponderEliminarMe gusta, Vicente, enseñar las cartas que voy encontrando, a veces por azar, y me parecen interesantes, pero ya sabes, la mayoría de las personas que escriben poesía no la leen. Pienso que este soneto es el mejor poema de Fernando Merlo, no conecté con la modernidad de su poesía, pero creo que "A mis venas" es digno de tenerse en cuenta tanto por su valor literario cómo por el intenso drama humano que refleja con realismo y crudeza.
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