Leonard Cohen se pone su traje
gastado y lo plancha, con la misma delicadeza que los sacerdotes profanan la
enseñanza de los profetas a la que reducen al rito, porque la vida le empuja a
hacer un ensayo general de su propia decadencia moral, para hablar con un tono
dolorido y asustado de la derrota incondicional y profunda contra el paso del
tiempo.
Como es su costumbre cuando quiere
llegar a cualquiera que desee tocar su frente arrugada, las llagas de su
costado, Cohen se rodea de palabras cotidianas, de imágenes cristalinas al
alcance de todos los oídos que quieran verlas y tocarlas.
Pero a través de su sencillez
expositiva y la claridad de su verbo crea un intrincado enigma que pone a
prueba nuestra capacidad de razonamiento para demostrar que desconocemos lo que
es de sobras conocido y a lo que no se ha hallado nunca una respuesta
convincente; ¿Adónde va el amor cuando muere? ¿Por qué seguimos cantándole como
si fuéramos un tenor tembloroso y perdido en los brazos del licor, arrinconado
entre la nocturnidad de una parranda[i] y
el dorado anonimato de los momentos que siempre se recuerdan porque en ellos
hemos logrado vida cuando nuestras aspiraciones (sexo, dinero y poder) eran
insignificantes?
Una trascendencia hiriente que
golpea los iconos de las equivocaciones recurrentes nos dirige a un paseo
inquietante y purulento por las sombras del resentimiento y del dolor.
Ya nunca será el muchacho que soñaba
a través de las canciones, nunca volverá a levantarse del suelo para transitar por un pedestal en el que no podrá creer cuando los astros se hayan apagado, después
de haber odiado de todo corazón aunque fuera una sola vez y un solo instante; es el único pecado
que cabe la posibilidad de que no tenga redención posible, ni siquiera basta el
amor por sí mismo para que sonriamos como un adolescente embarcado en un
romance placentero que no llegó a florecer pero dejó la frescura de su aroma,
la melodía de las canciones que escuchábamos para situar ese tiempo en la
memoria.
El cronista de los perdidos, el
poeta de los desamparados, el amante lacerado por las alambradas y sus coronas,
el hombre que tomó por la cintura a la tristeza para mostrarnos la injerencia
en nuestras vidas del monstruo de cemento enamorado del desamor cotidiano, ese
que ha creado los vestigios indelebles que surgieron del fracaso de las
revoluciones y la llegada de un consumismo voraz, superficial y desordenado
para alertarnos de la soledad de los mártires ante la incomprensión de los
verdugos cuyos rostros aparecen con regularidad en las portadas de los
periódicos como héroes implacables, ante las encrucijadas dolientes de la avenida del alma, la
fragilidad de los más grandes profetas ante un mundo que no ve aunque mira, que
no escucha porque la multitud se apoderó del desierto de la indiferencia y
grita más que los vientos del sur cuando cruzan el mar, ante la certeza empírica de que la muerte nos
encuentra siempre y la vida transcurre y pocas veces la hallamos para sentir
aquello que hay de eterno en la brevedad de las lamentaciones cuando son
verdaderas.
El poeta sabe pocas cosas, pero
expresa mejor que nadie la incompatibilidad entre la felicidad y la libertad,
el poeta es un albatros pero hay escribidores de versos que permiten burlarse
de Baudelaire[ii],
manchar la pureza melancólica del Darío[iii] más inspirado.
Pero apenas puede explicar, quizás
porque no tiene cabeza ni sentido[iv],
por qué busca la felicidad pero, en cambio, concentra todas su fuerzas en
perder una guerra cierta cuando lucha agónicamente por ser libre. Los alemanes
refiriéndose a los románticos de su país dirían que así de trágico es el
destino del poeta. Cohen camina en esa estela, sabe que el fracaso genera
angustia, pero también sabe que la gloria de los triunfadores es más amarga aún
cuando se gestionan mal las mieles, cuando nos embriagan los laureles con el
peor vino de mesa que siempre deja una resaca dolorida.
Pocas veces el señor de los
tristes se mostraría más turbio, pesimista y desesperado[v]. Pocas veces una estrella puede ser tan
injusta con las tinieblas de su propio resplandor. Pasarán muchos años para que
se comprenda que canciones de amor y de odio es un disco que podría haberse
escrito hace más de dos mil años, Catulo[vi] es testigo de ello, y también en un
futuro por muy lejano que fuere mientras el hombre sea capaz, a regañadientes,
de mirar, aunque sea de soslayo, sus propias entrañas y admitir que alguna
vez no fue bueno y que llevará esa cadena para siempre en su expediente.
Solo el amor permanece decía Violeta[vii] ¿y qué podemos
decir cuando, con cualquier excusa legítima o peregrina, preferimos la persistencia
del odio?
Leonard
Cohen no estaba, en ese momento de su vida, después de dos obras deslumbrantes
y la inquietud desconcertante de quien vislumbra una edad en la que el chico de
oro siente miedo cada vez que mira los surcos de su rostro, palpa con los ojos
su piel envejecida en el espejo, cuando decide publicar, echando todavía un
vistazo al material acumulado durante años, un disco tan oscuro que solo sería
superado en sus ansias de tinieblas por las ruinas de Berlín[viii] que
vería la luz, por agarrarnos a un tópico, un par de años después para enfrentarse a una injusticia permanente.
Pero Cohen no quiere recrearse
en lo logrado, tiene una madurez insólita en el mundo de una música casi adolescente por entonces, ya que no pueden consolarle los beneficios de plástico gastado y la pérdida de caricias verdaderas inherentes a la fama mientras su juventud se consume sin
remedio y para siempre, sino perseguir lo perdido aunque sea en la agonía, y las
fuerzas le hayan abandonado.
Se había llenado de noche para buscar la luz a
través de la desesperación de las habitaciones que acogieron el deseo de unos
cuerpos exultantes y los recuerdos siempre gratificantes del comienzo de una pasión.
No nos podía hablar solo de amor porque había yacido en la cama con muchas mujeres de
las que apenas había conocido cómo llevaban el cabello y cómo desgastaban un
sujetador que no sostenía nada y lo inútil que son las suelas de los zapatos
cuando nos llevan al infierno de las grandes ciudades que gritan la opacidad y
la impotencia de los poetas callejeros a los que, probablemente, ni miraba cuando pasaba de largo ya que le asustaba pensar que ese destino, quizás, le había estado reservado mientras sonaba la campana. Pero se cruzó la muerte de un payaso melancólico en el camino. Ya no podría nunca más abrazar una guitarra española sin sentir escalofrío, ya tendría que hacer obligatoriamente su exégesis intransferible e inmensa del "Pequeño vals vienés".
No tendría que sonreír cuando alguien le dejara tres dólares en el sombrero cuando le ofreciera con la exclusividad del abandono el "Tennesee Waltz" que previamente le hubiera solicitado para hacer que corriera una lágrima por las mejillas de una novia de alquiler que aún soñara con vivir un gran amor aunque muriera.
[i] Like a bird on the wire / like a drunk in a
midnight choir / I have tried in my way to be free. Como un pájaro en los
cables / como un borracho en una ronda nocturna / he intentado ser libre a mi
manera.
[ii] El poeta es igual, allí sobre cubierta / sus
alas de gigante le impiden caminar. (Charles Baudelaire)
[iii] El dueño fui de mi jardín de sueño, / lleno de
rosas y de cisnes vagos; / el dueño de las tórtolas, el dueño /de góndolas y
liras en los lagos.. (Rubén Darío). El poeta hispano-nicaragüense fue una
buena persona que hizo cosas horribles que solo están al alcance de los
perversos, quizás fuera su admiración desmedida por Paul Verlaine a quien superó
de largo en eso de las rimas y de quien quedó lejos a la hora de esculpir
barbaridades.
Bardem
estuvo maravilloso cuando en “Lorca: Muerte de un poeta”, hizo que le brillaran
los ojos al poeta granadino al evocarle.
[iv] Siempre he pensado que el Espantapájaros del
Mago de Oz representa muy bien lo que significa ser poeta. Es algo parecido a
cuando Rubén Blades nos explica lo que hace falta para ser rumbero, eso es,
precisamente lo que le sobra al poeta aunque no sepa nunca el por qué. .
[v] Desde la pasión de Juana de Arco, a la muerte
traumática de una locura de Avalancha y la infidelidad, por desgracia frecuente,
entre amigos, Cohen nos muestra que no estaba dispuesto a hacer concesiones al
hombre que dormía con él, ese que le había llevado a desconfiar de todo,
empezando por el rostro que se burlaba de él cuando se miraba al espejo.
[vi] Es el
poeta romano que mejor supo cantar al amor.
[vii] Lo dijo Violeta Parra en “Volver a los
diecisiete”.
[viii] Berlín es el disco maldito por excelencia, demasiados inconvenientes
tuvo que superar su autor; Lou Reed para lograr su aparición, tuvo que recortar
dramáticamente la duración del proyecto. El cronista urbano siempre se sintió
triste por la incomprensión que se tuvo por toda su obra, especialmente por la
que le era más querida.
7 de junio de 2017
Me interesa Cohen desde siempre, y tu escrito lo engrandece.
ResponderEliminarMás que preguntarme ¿ "a dónde va el amor cuando muere"? -que yo creo que se queda en algún rinconcito de nosotros-, yo me pregunto ¿a dónde va la utopía cuando se nos ha muerto?.
Gracias, Enrique; nunca me dejas indiferente.
Un abrazo.
Pienso que tu pregunta, Fanny, es complicada de formular cuanto más de encontrarle una respuesta, el Cohen que preferimos muchos; el de su tardío comienzo en el mundo de la música, es un hombre formado que ha perdido la ingenuidad de sus sueños de juventud por el camino de su experiencia propia. Al contrario que sus colegas estadounidenses mira a la vieja Europa, se identifica con su decadencia espiritual y bebe con amargura el fracaso de sus revoluciones a uno y otro lado del telón. Cohen llega a la conclusión de que carece de fórmulas conocidas para articular un mundo justo, en vez de eso indaga en las distancias cortas e intenta escuchar al hombre que mejor puede hablarle del declive de una civilización, aunque no llegue a conocerle como quisiera por más que lleve su traje y su sombrero, y escribe versos subjetivos sobre la amistad o el amor, o la presencia inquietante de la muerte sobre cualquier acto de creación. Después de todo el artista no ha tenido nunca una relación amable con la profecía, ya está el pensador para enunciarlas, el político para ejecutarlas y el hombre de la calle para sufrirlas preguntándose si no la ha entendido bien o si los profetas no han sido bien interpretados. Cohen, a pesar de Dylan, ha comprendido que la misión del poeta no es arreglar el mundo teorizando posibles formas de gobierno sino denunciar los síntomas de nuestras equivocaciones, sabe que no le harán caso, que incluso habrá a quien se le escape unas risitas cuando mencione su pesimismo como si fuera una patología inherente a su personalidad taciturna y herida, no viendo que se enfrenta a él con sus mismas armas y en su terreno; mirarte al espejo cuando tienes una cierta edad y decir lo que ves en tu perfil menos favorecido cuando acabas de levantarte no es la única forma de superar un problema, pero sí la más sincera y efectiva.
EliminarUn abrazo, Fanny, muchas veces pienso en ti y doy las gracias de que seas una soñadora deliciosa. Pienso en los años de la Transición y me emociono cuando recuerdo el teatro en la calle, el cine en las residencias juveniles, cuando la poesía no provocaba risitas sino respeto y admiración incluso en aquellos que no la entendían.
Da gusto escucharte, Enrique. Tu respuesta supera en mucho mi sencillo comentario y me amplía horizontes.
ResponderEliminarGracias por pensarme "soñadora deliciosa".Tus poemas forman parte de mis sueños. Me hace soñadora saber que existen hombres como tú. Gracias.
Un abrazo.
No conozco ni tu cara ni tu voz, Fanny, pero a mí me has ayudado mucho, me has escuchado cuando tenía ganas de hablar aunque probablemente, es mi costumbre, no supiera muy bien lo que decía. Hiciste, por ejemplo, que tomara una conciencia plena de la dimensión terrible de los inmigrantes muertos en la playa del Tarajal, me has mostrado la hermosura de un tiempo en que los poetas eran queridos. Creo que tus comentarios no solo son hermosos sino que hacen que una persona pueda ser mejor.
EliminarUn abrazo.
Fui como un perro cariñoso que encuentra a su amo entre las copas de cristal de su bohemia con una resaca dolorida y una orquídea tatuada en su cerebro exhalando el recuerdo del pesimismo desencantado de Bogart.
EliminarAsí me gustaría seguir siendo hasta la muerte, pero me perdí por bajar varios tonos para llegar a todos los oídos.
Comprendo que tengo mucho resentimiento, que éste habita en una nube de cenizas que me impido cotejar los pecados de mi mundo. Pero no envidio ni odio, no sufro por los logros ni por la falta de amor que disfrutan por la caída en el olvido de un poeta, me concentro en el hombre que vive conmigo y tengo miedo de caer en los abismos de su desesperación ante la fragilidad ante el destino, ante la paradoja eterna de llamar vida a la muerte.
Me fascina todo lo que has puesto, no conozco a vida de Leonard Cohen hasta estos extremos ( algo sé, algo he leído sobre él ). Hay personas que te hacen volver la mirada atrás ante una canción, su voz, su letra, no son indiferentes. Creo que sabes mucho más de lo que relatas. Me ha encantado leerte.
ResponderEliminarUn saludo
Esta interpretación, si se quiere decir así, de una de sus canciones míticas no iba a escapar al hecho de que es, simplemente, un punto de vista, aunque, a través de su más hiriente y sencillo significado, intentara glosar las inquietudes y los miedos del cantante en toda una época, finales de los 60 y principios de los 70, sin duda la más gloriosa desde un punto de vista creativo y una de las más desconcertantes como artista y en el plano personal, en ella quedó Marianne, su amante más conocida, aprisionada en el recuerdo de Hydra, aunque nunca perdiera contacto con ella cuando ya no se encontraba en la isla, su proyecto de abandonar los conciertos tras la gira por Israel en 1972, y el murmullo de sus escarceos amorosos en el mundillo de la música y del arte.
EliminarGracias, Soledad, siempre es interesante hablar de Leonard Cohen.