domingo, 12 de mayo de 2019

Ya no puedo tener - 24 de marzo - V


Ya no puedo tener la luz de tus columnas, 
las ansias de vivir
en la huerta tapiada que destila su muerte,
la magia de tus piernas en mis manos,
el dulzor de sentir tu túnica sedienta
que vela en el milagro fervoroso del Puente
donde mustios padecen
los clavos de mis noches, la herida de los himnos
que ven correr las nubes que no vuelven al aire.

Regresa a tu retrato la cueva de los tiempos,
la sangre del poeta 
que recogió tu abrigo en las Puertas del Campo,
en el levante denso que azota las murallas,
en la tierra del dique que aprisionó tu huella
y el ramo de la aurora de un perdedor sin luna
que te sigue llamando desde la lejanía.

Los labios de un destino que nos tiende emboscadas
no saben desterrar
la llama del olvido que atraviesa la plaza
que nunca desvelamos en su fuente y sus flores
y hiela mi memoria entre los matorrales
que esparciste en aceras y en mi alma.

Se adentran en la isla los ecos de los pasos,
los folios afligidos que imprimen nuestros besos,
cubren las azucenas la mueca apasionada
de un instante de luz que se quedó dormido,
hiere la soledad en el foso angustiado
el llanto de la noche que hierve en tus tinieblas.

Tu mirada que sueña en un árbol vencido,
en la hiedra que cubre la Escuela de Comercio
va subiendo la cuesta de las hojas caídas 
y no quiere enterrar
un verso amortajado de Dylan que desgarra
las venas de la calle, el sol y mi recuerdo,
y muestra en las paredes de un antro tu sonrisa,
las palabras de antaño que nunca se han movido
y buscan un poema de amor entre la niebla,
la impronta de tu rostro en un papel mojado.




Ya no puedo tener la luz de tus columnas, 
las ansias de vivir
en la huerta tapiada que mueve los recuerdos,
la magia de mi mano en tu cadera,
el dulzor de sentir tu túnica rendida
velando en el prodigio fervoroso del Puente
donde padecen mustios 
los clavos de mis noches que tu espejo refleja, 
la herida de los himnos
que ven correr la nube que no vuelve a tu cielo.

Regresa a tu retrato la caverna del tiempo,
la sangre del poeta que recogió tu abrigo 
en las Puertas del Campo,
en el levante denso que azota las murallas
y muestra los destrozos de mis viejos naufragios,
en la tierra del dique que aprisionó tu huella
y no puede arrancarla de mi alma peregrina,
y el ramo de la aurora de un perdedor herido
que te sigue llamando 
desde la lejanía escabrosa del miedo.

Los labios de un destino que nos tiende emboscadas
no saben desterrar
la llama del olvido que atraviesa la plaza
que nunca desvelamos y fluye entre las fuentes
 y escondida en las horas permanece desierta
helando mi memoria entre los matorrales
que esparciste en la acera y en mi alma.

Se adentran en la isla los ecos de los pasos,
los folios afligidos que imprimen nuestros besos,
cubren las azucenas la mueca apasionada
de un instante de luz que se quedó dormido,
hiere la soledad en el foso angustiado
el llanto de la noche que hierve en tus tinieblas.

Tu mirada que sueña en un árbol vencido,
en la hiedra que cubre la Escuela de Comercio
va subiendo la cuesta de las hojas caídas 
y no quiere enterrar
un verso amortajado de Lorca que desgarra
las venas de la calle, del sol, de mi tristeza
y muestra en las paredes de un antro tu sonrisa,
las palabras de antaño que vuelven a la calle
y buscan un poema de amor entre la niebla,
la impronta de tu rostro en un papel mojado.

***
Ya no puedo tener la luz de tus columnas, 
las ansias de vivir
en la huerta tapiada que destila su muerte,
la magia de tus piernas en mis manos,
el dulzor de sentir tu túnica sedienta
que vela en el milagro fervoroso del Puente
donde mustios padecen
los clavos de mis noches, la herida de los himnos
que ven correr las nubes que no vuelven al aire.

Regresa a tu retrato la cueva de los tiempos,
la sangre del poeta 
que recogió tu abrigo en las Puertas del Campo,
en el levante denso que azota las murallas,
en la tierra del dique que aprisionó tu huella
y el ramo de la aurora de un perdedor sin luna
que te sigue llamando desde la lejanía.

Los labios de un destino que nos tiende emboscadas
no saben desterrar
la llama del olvido que atraviesa la plaza
que nunca desvelamos en su fuente y sus flores
y hiela mi memoria entre los matorrales
que esparciste en aceras y en mi alma.

Se adentran en la isla los ecos de los pasos,
los folios afligidos que imprimen nuestros besos,
cubren las azucenas la mueca apasionada
de un instante de luz que se quedó dormido,
hiere la soledad en el foso angustiado
el llanto de la noche que hierve en tus tinieblas.

Tu mirada que sueña en un árbol vencido,
en la hiedra que cubre la Escuela de Comercio
va subiendo la cuesta de las hojas caídas 
y no quiere enterrar
un verso amortajado de Dylan que desgarra
las venas de la calle, el sol y mi recuerdo,
y muestra en las paredes de un antro tu sonrisa,
las palabras de antaño que nunca se han movido
y buscan un poema de amor entre la niebla,
la impronta de tu rostro en un papel mojado.

1

Ya no puedo tener la luz de tus columnas, 
las ansias de vivir
en la huerta tapiada que mueve los recuerdos
de una niña asustada que persigue sus pasos,
la magia de mi orgullo en tus caderas,
el dulzor de sentir tu túnica caída
velando en el prodigio fervoroso del Puente
donde padecen mustios 
los clavos de mis noches que tu espejo refleja, 
la herida de los salmos
que ven correr la nube que no vuelve a tu cielo.

2

Regresa a tu retrato la caverna del tiempo,
la sangre del poeta que recogió tu abrigo 
en las Puertas del Campo,
en el levante denso que azota las murallas
y muestra los destrozos de mis viejos naufragios,
en la tierra del mar y de los espigones 
que aprisionan la huella de tu aliento
que no puedo arrancar de mi alma peregrina.

Resiste en mi dolor
 el ramo de la aurora esparcido en tu rostro,
el bosque de silencio de un perdedor oscuro
que te sigue alumbrando 
desde la lejanía escabrosa del miedo
donde llora el ciprés negro de mi esperanza.

3

Los labios de un destino que nos tiende emboscadas
no saben desterrar
la llama del olvido que atraviesa la plaza
que nunca desvelamos en su antiguo esplendor
y fluye entre las fuentes,
escondida en las horas permanece desierta
helando mi memoria entre los matorrales
que esparciste en la acera y en los cables.

Se adentran en la isla los ecos de los pasos,
los folios afligidos que imprimen nuestros besos,
cubren las azucenas la mueca apasionada
de un instante de luz que se quedó en el aire
y llega a tus rodillas postradas en la arena.

Hiere la soledad la barca del silencio
en el foso angustiado que perdió tu sonrisa
y empuja hacia tu muro
el llanto de la noche que hierve en las tinieblas.

4

Tu mirada que sueña en un árbol vencido,
en la hiedra que cubre la Escuela de Comercio
va subiendo la cuesta de las hojas caídas 
y no quiere enterrar
un verso amortajado que desgarra
las venas de la calle, del sol, de mi tristeza
y muestra en las paredes de un antro tu sonrisa,
las palabras de antaño que vuelven a la playa
y buscan un poema de amor entre la niebla,
la impronta de tu rostro en un cuaderno 
frágil y humedecido 
que se queda en tus ojos y se pierde en tus manos.

***



1
Ya no puedo tener la luz de tus columnas, 
las ansias de vivir
en la huerta tapiada que mueve los recuerdos
de una niña asustada que persigue sus pasos,
la magia de mi orgullo en tus caderas,
el dulzor de sentir tu túnica caída
velando en el prodigio fervoroso del Puente
donde padecen mustios 
los clavos de mis noches que tu espejo refleja, 
la herida de los salmos
que ven correr la nube que no vuelve a tu cielo.

2

Regresa a tu retrato la caverna del tiempo,
la sangre del poeta que recogió tu abrigo 
en las Puertas del Campo,
en el levante denso que azota las murallas
y muestra los destrozos de mis viejos naufragios,
en la tierra del mar y de los espigones 
que aprisionan la huella de tu aliento
que no puedo arrancar de mi alma peregrina.

Resiste en mi dolor
 el ramo de la aurora esparcido en tu rostro,
el bosque de silencio de un perdedor oscuro
que te sigue alumbrando 
desde la lejanía escabrosa del miedo
donde llora el ciprés negro de mi esperanza.

3

Los labios de un destino que nos tiende emboscadas
no saben desterrar
la llama del olvido que atraviesa la plaza
que nunca desvelamos en su antiguo esplendor
y fluye entre las fuentes,
escondida en las horas permanece desierta
helando mi memoria entre los matorrales
que esparciste en la acera y en los cables.

Se adentran en la isla los ecos de los pasos,
los folios afligidos que imprimen nuestros besos,
cubren las azucenas la mueca apasionada
de un instante de luz que se quedó en el aire
y llega a tus rodillas postradas en la arena.

Hiere la soledad la barca del silencio
en el foso angustiado que perdió tu sonrisa
y empuja hacia tu muro
el llanto de la noche que hierve en las tinieblas.

4

Tus anhelos que sueñan en un árbol vencido,
en la hiedra que cubre la Escuela de Comercio
van subiendo la cuesta de las hojas perdidas 
y no quiero enterrar
un beso amortajado que desgarra
las venas de la calle, el mar en mi tristeza
y muestra en las paredes de un antro tu sonrisa,
las palabras de antaño que mueren en a la playa
escribiendo un poema de amor entre la niebla,
la impronta de tu rostro en un cuaderno 
frágil y humedecido 
que se queda en tus ojos y pierde tu mirada.




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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.