No guardaste el libro de latín que aparecía
en mi nombre dibujado, donde los besos volaban
y la muerte de un gorrión mataba tu sonrisa,
donde latía un tembloroso y solitario poema
de tinta enamorada
que resistía en la esquina la agresividad de los segundos
esperando que los golpes se olvidaran de su rostro
y sonaran las cuerdas del final de los asaltos
con el halo redentor de una campana
que detuviera la tortura
de un amor extinguido junto a los baños árabes
de un siglo de martirio prorrogado
por el silencio de la catedral cuando se marchaban los muertos,
cuando volvía la noche de la humedad a los estancos
que no vendían canciones,
a las estatuas de Carrara que perdieron su placa
y no sabían a qué dios invocar
para calentar las piedras que caminan`por el paseo de la Marina,
para detener la imagen
del dramatismo atormentado de un rodense desconocido
en el dolor de un púgil cuando se hunde
en la soledad y la agonía de unos ojos hinchados en la niebla.
***
No guardaste el libro de latín que aparecía
en mi nombre dibujado
con un tembloroso y solitario corazón
de tinta desgastada que resistía en la esquina
la agresividad de los segundos
esperando que los golpes se olvidaran de su rostro
y sonara entre las cuerdas el final de los combates,
el halo redentor de una campana en la tortura,
de un amor extinguido junto a los baños árabes,
de un siglo de martirio prorrogado
en el silencio de la catedral cuando se marchaban los muertos,
en las estatuas Carrara cuando pierden la etiqueta,
en el dolor de un púgil cuando se hunde
en la soledad y la agonía de sus ojos en la niebla.
***
No guardaste el libro de latín que aparecía
en mi nombre dibujado, donde venían los besos
y se iban los pajarillos,
donde latía un tembloroso y solitario corazón
de tinta enamorada que resistía en la esquina
la agresividad de los segundos
esperando que los golpes se olvidaran de su rostro
y sonara entre las cuerdas el final de los asaltos,
el halo redentor de una campana
que detuviera la tortura,
de un amor extinguido junto a los baños árabes
de un siglo de martirio prorrogado
por el silencio de la catedral cuando se marchan los muertos,
cuando vuelve la noche del silencio a los estancos
a las estatuas de Carrara que perdieron su etiqueta
y no saben a qué dios deben invocar
para calentar las piedras del paseo de la Marina,
para detener la imagen
del dramatismo patético y atormentado de un rodense desconocido
en el dolor de un púgil cuando se hunde
en la soledad y la agonía de unos ojos hinchados en la niebla.
***
***
No guardaste el libro de latín que llevaba tu firma
con mi nombre dibujado en la muñeca
que dejaste arrumbada en el bosque de los miedos,
cuando llegaba la hora de los besos alocados
que dejaste arrumbada en el bosque de los miedos,
cuando llegaba la hora de los besos alocados
y te mataba la muerte del pajarillo
que volaba cada tarde a tu regazo
que volaba cada tarde a tu regazo
mientras latía en las brumas del recuerdo
un tembloroso y solitario corazón
un tembloroso y solitario corazón
con un soplo venerado que resistía en la esquina
la agresividad de los segundos
esperando que los golpes se olvidaran de su rostro
y sonara contra las cuerdas
el ansiado crepúsculo del último combate,
el ansiado crepúsculo del último combate,
el halo redentor de una campana compasiva
que detuviera el sufrimiento
de un amor extinguido junto a los baños árabes,
de un siglo de martirio prorrogado
por el silencio de la catedral cuando se marchaban los muertos
y volvía la noche de la humedad a los estancos
que expedían las caricias convertidas en humo
y los himnos sagrados forjados a golpe de corneta,
que expedían las caricias convertidas en humo
y los himnos sagrados forjados a golpe de corneta,
a las estatuas de Carrara que perdieron su placa
y no sabían a qué dios invocar
para calentar las balaustradas agrietadas
que pasaban por las losas antiguas del Paseo de la Marina,
que pasaban por las losas antiguas del Paseo de la Marina,
para detener la imagen surgida de una tenue copia
que golpea el dramatismo patético, sangrante
y entregado a la noche y al dolor
de una hetaira que no encuentra la firmeza de sus senos,
de un perdedor eterno cuando se hunde
y entregado a la noche y al dolor
de una hetaira que no encuentra la firmeza de sus senos,
de un perdedor eterno cuando se hunde
en la soledad y la agonía de unos ojos hinchados en la niebla.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.