domingo, 12 de mayo de 2019

Preludio - 9 de marzo - (25) - V



Cuando los poemas mueran en mi cuaderno
y aparezcan contigo en la calle de la ausencia
no será culpa del rapsoda que grite en las piedras
sino mía,
para siempre, sola y derramada
como un templo exiliado en el crepúsculo
que ya no escucha a los dioses,
como la mano que un día me ofreciste
cuando ya no podía
estrecharla contra la memoria densa y supurante
 de una herida enamorada; )de una herida que sigue en el silencio o en la sala de espera)
era una hoja grave en un diario
que ya no querías guardar en tu equipaje,
una palabra de Machado abrumada
por las cenizas de un jardín en el recuerdo,
un sueño moribundo
que no quisiste alentar con los labios,
una espera
cuando ya había pasado el tranvía
con el corazón de Chopin en una caja triste,
una queja que se moría entre los álamos.

Allí seguía latiendo y pesarosa
la huella que borraste  en la mirada
de un muchacho que sufría la perfidia 
pasajera
que dejaste que anidara en su rincón de olvido
y nunca le arrancaste.

Te quise y no sé si me arrepiento,
cuando te veo emerger
de nuestros espigones como si fueras otra,
como si nunca hubieras vuelto del exilio
al que tú misma te desterraste
mientras se levantaban los sauces en tus ojos.


***

Me dejó a solas con mi triunfo y su muerte.
(José Emilio Pacheco)

Cuando mueran los poemas en mi cuaderno
y aparezcan contigo en la calle de la ausencia
no será culpa del rapsoda que grite en los muros
sino mía,
para siempre, solo mía y derramada
como un templo abandonado en el crepúsculo
que ya no escucha a los dioses mientras caen,
como la mano que un día me ofreciste
cuando ya no podía
estrecharla contra la memoria densa y supurante
 de una herida profunda y adulterada
que no supo cerrarse en mi cabeza,
era una hoja grave en un diario
que no querías guardar en tu equipaje de quimeras,
la palabra de un poeta abrumada
por las cenizas de un jardín y un limonero,
un sueño moribundo
que alentar no quisiste con los labios,
una espera
cuando ya había pasado el tranvía
con el corazón de Chopin en la vitrina triste
que envuelve la tramontana, las teclas y los recuerdos,
una queja que se moría bajo las ramas de los álamos.

Allí seguía latiendo perdida y pesarosa
la huella que borraste en la luz de la mirada
de un muchacho que sufría el ansia
caprichosa y peregrina
que dejaste que anidara en un rincón de su costado
y nunca le arrancaste del laberinto del alma.

Te quise y no sé si me arrepiento,
cuando te veo emerger
de nuestros espigones como si fueras otra,
como si nunca hubieras vuelto del exilio
al que tú misma te desterraste
mientras se levantaban las hojas de los sauces en tus ojos.

***   ***   ***

Me dejó a solas con mi triunfo y su muerte.
(José Emilio Pacheco)

Cuando mueran los poemas
en mi cuaderno
y aparezcan contigo en la calle de la ausencia
no será culpa del rapsoda que muera en los muros
sino mía,
para siempre, solo mía y derramada
como un templo abandonado
en el crepúsculo
que ya no escucha a los dioses mientras caen,
como la mano que un día me ofreciste
cuando ya no podía
fijarla en los tabiques densos y supurantes
 de una sombra profunda y adulterada
que no supo cerrarse en mi memoria;
era una hoja grave en un diario
que no querías guardar en tu equipaje de quimeras,
la palabra de un amante sepultada
por las cenizas de un jardín y un limonero,
un sueño moribundo
que alentar no quisiste con los labios,
una espera
cuando ya había pasado el tranvía
con el corazón de Chopin en la vitrina turbia
que envuelve el levante, las notas y los recuerdos,
una queja que se movía bajo las ramas de una verja.

Allí seguía latiendo perdida y pesarosa
la huella que borraste en la luz de mi mirada
que sufría el gesto caprichoso,
las ansias peregrinas
que dejaste que anidaran en un balcón de mi costado
y nunca los arrancaste del laberinto de mi alma.

Te quise y no sé si me arrepiento,
cuando te veo emerger
de nuestros espigones como si fueras otra,
como si nunca hubieras vuelto del exilio
al que tú misma te desterraste
mientras se levantaban las hojas de los sauces en tus ojos.

***

Me dejó a solas con mi triunfo y su muerte.
(José Emilio Pacheco)


Cuando mueran mis poemas de amor
en tu cuaderno
y aparezcan contigo en la calle de la ausencia
no será culpa del rapsoda que choque con el muro
que guarda la alegría y expande la tristeza 
sino mía,
para siempre, sola y derramada
como un templo abandonado
en el crepúsculo
que ya no escucha a los dioses mientras caen,
como la mano que un día me ofreciste
cuando ya no podía
fijarla en los tabiques densos y supurantes
 de una sombra profunda y adulterada
que no supo cerrarse en mi memoria;
era una hoja grave en un diario
que no querías guardar en tu equipaje de quimeras,
la palabra de un amante sepultada
por las cenizas de un jardín y una avenida
que perdieron sus flechas en los carteles,
un sueño moribundo
que alentar no quisiste con los labios,
una espera
cuando ya había pasado el tranvía
con el corazón de Chopin en la vitrina turbia
que envuelve el levante, las notas y los recuerdos,
una queja que se movía bajo la verja de unas ramas.

Allí seguía latiendo perdida y pesarosa
la huella que borraste en la luz de mi mirada
que sufría el gesto caprichoso,
las ansias peregrinas
que dejaste que anidaran en un balcón de mi costado
y nunca los arrancaste del laberinto de mi alma.

Te quise y no sé si me arrepiento,
cuando te veo emerger
de nuestros espigones como si fueras otra,
como si nunca hubieras vuelto del exilio
al que tú misma te desterraste
mientras se levantaban las hojas de los sauces en tus ojos.

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.