martes, 7 de mayo de 2019

Vuelvo al tiempo de los besos - 3 de marzo

Mi padre se ha llevado toda la mar, mas no ha podido arrebatarme el mar. Las últimas voluntades siempre son involuntarias; nadie dice lo que siente ante la muerte, se intenta decir lo que la muerte siente.
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Vuelvo al tiempo de los besos 
tibios y acorralados, 
de los sueños erguidos en el parque de plata
que ya no nos espera, 
al laurel de la India que nunca se marchita,
a los bancos de piedra que ya no son los mismos
ni recogen la firma de tu mano nerviosa
pergeñando el vuelo hondo de la asonancia.

 Vuelvo a los caminos de la voz y las esquinas
como si te gritara 
lo que te quería en el aire y en la rosa,
en los recovecos de la terraza de las murallas, 
en el pequeño foso del suicida
que aún guarda el dolor de nuestra nube,
en el velo del mar que atraviesa 
la pulpa de los naranjos del paseo que oscurece
cuando describe tu ausencia en las farolas aletargadas.

Vuelvo a las entrañas del jardín de la Argentina
como si quisiera abrazarte de nuevo
en los surcos del agua 
que se adentran en la noche de los lirios postergados
y gimen su desaliento en la arena
como una prima donna que ha perdido la palabra
y horada con los ojos su amargura 
en los espigones derruidos por el salitre y los vientos
donde la luna araña tu falda sobre la cruz de tierra
que nunca se ha movido de la soledad de mi memoria.



Vuelvo al tiempo de los besos 
tibios y acorralados, 
de los sueños erguidos en el parque de plata
que ya no nos espera, 
al laurel de la India que no pierde las hojas,
a los bancos de piedra que ya no son los mismos
ni recogen la firma nerviosa de tu mano 
pergeñando los vuelos hondos de la asonancia.

 Vuelvo a los caminos de la voz y las esquinas
como si te gritara 
lo que te quería en el aire y en la rosa,
en los recovecos de la terraza de las murallas, 
en el pequeño foso del suicida
que aún guarda el dolor de nuestra nube,
en el velo del mar que atraviesa 
la pulpa de los naranjos del paseo que oscurece
cuando describe tu ausencia en las farolas aletargadas.

Vuelvo a las entrañas del jardín de la Argentina
como si quisiera abrazarte de nuevo
en los surcos del agua 
que se adentran en la noche de los lirios postergados
y gimen su desaliento en la arena
como una prima donna que ha perdido la voz
y horada con los ojos su amargura en el agua 
en los espigones derruidos por el salitre y los vientos
donde la luna araña tu falda sobre la cruz de tierra
que nunca se ha movido de la soledad de mi memoria.


Vuelvo al tiempo de los besos 
tibios y acorralados, 
de los sueños erguidos en el parque de plata
que ya no nos espera, 
al laurel de la India que no pierde las hojas,
a los bancos de piedra que ya no son los mismos
ni recogen la firma nerviosa de tu mano 
pergeñando los vuelos hondos de la asonancia.

 Vuelvo a los recorridos de la voz y la esquina
como si te gritara 
que te quería en el aire, en la rosa,
en la terraza gris de las murallas 
y en el pequeño foso del suicida
que guarda el dolor de nuestra nube,
en el velo del mar que atravesaba 
la pulpa de los tilos del paseo que tiembla
al describir tu ausencia en las farolas mustias.

Regreso a las entrañas que oscurecen
en el jardín de la Argentina
como si quisiera abrazarte de nuevo
en la lengua del mar 
que se adentra en la noche del lirio postergado
y gime su agonía en las arenas
como una prima donna que ha perdido la voz
y horada con los ojos su amargura en las piedras 
de los espigones rotos por el salitre y el viento
donde la luna araña 
tu falda sobre la cruz de tierra
que nunca se ha movido de la soledad de mi memoria.






Vuelvo al tiempo de los besos 
tibios y acorralados, 
de los sueños erguidos en el parque de plata
que ya no nos espera, 
al laurel de la India que no pierde las hojas
y extiende su presencia sobre nuestras cabezas,
a los bancos de piedra que ya no son los mismos
ni recogen la firma nerviosa de tu mano 
pergeñando la rima honda de una asonancia.

 Vuelvo a los recorridos de tu voz, de tu esquina
como si te gritara 
lo que te quise en el aire, en la rosa,
en la terraza gris de las murallas 
y en el pequeño foso del suicida
que guarda el dolor de nuestra nube
en el velo del mar que atravesaba 
la pulpa de los tilos del paseo que tiembla
al describir tu ausencia en las farolas mustias.

Regreso a las entrañas que oscurecen
en el jardín desierto en donde te esperaba
como si te abrazara en la lengua del mar 
que se adentra en la noche del lirio postergado
y canta su agonía en las arenas
como una prima donna que ha perdido la voz
y horada con los ojos su amargura en las rocas,
en el camino roto por el viento y la sal
donde la luna araña 
tu falda de silencio sobre la cruz de tierra
que nunca se ha movido de la cruel soledad 
que agita mi amargura y acuna mi memoria.

La prima donna

Te quiero.


Vuelvo al tiempo de los besos 
tibios y acorralados
por los sueños erguidos en el parque de plata
que ya no nos espera, 
al laurel de la India que no pierde las hojas
y extiende su presencia sobre nuestro secretos,
a los bancos de piedra que ya no son los mismos
ni recogen la firma nerviosa de tu mano 
pergeñando la rima honda de una asonancia.

 Vuelvo a los recorridos de tu voz,
al llanto de tu esquina
como si te gritara que te quise
en el aire, en las flores,
en la terraza gris de las murallas 
y en el somero foso del suicida
que guarda el dolor de nuestra nube
en el velo del mar que atravesaba 
la pulpa de los tilos del paseo que tiembla
al revelar tu ausencia en las farolas mustias.

Regreso a las entrañas que oscurecen
en el jardín desierto en donde te esperaba
como si te abrazara en la lengua del mar 
que se adentra en la noche del lirio postergado
y canta su agonía en las arenas
como una prima donna que ha perdido la voz
y horada con los ojos su tormento en las rocas,
en el camino roto por el viento y la sal
donde la luna araña 
tu falda de silencio sobre la cruz de tierra
que nunca se ha movido de la cruel soledad
que mueve mi amargura y asola mi memoria.



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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.