domingo, 12 de mayo de 2019

Cuando mueran los poemas - 22 de marzo. - V

Cuando mueran los poemas
en mi cuaderno
y aparezcan con tu rostro
en la calle de la ausencia
no será culpa del rapsoda que sufra en los muros
sino mía,
para siempre, derramada y solo mía
como un templo abandonado
en el crepúsculo
que ya no escucha a los dioses mientras caen,
como la mano que un día me ofreciste
cuando ya no podía
fijarla en los tabiques densos y supurantes
 de una sombra profunda, fría y adulterada
que no supo cerrarse en la puerta de mi memoria;
era una hoja grave en un diario
que no querías guardar en tu equipaje de quimeras,
la palabra de un amante sepultada
por las cenizas de un jardín en el trastero,
un sueño moribundo
que alentar no quisiste con los labios,
una espera
cuando ya había pasado el tranvía
con el corazón de Chopin en la vitrina turbia
que envuelve el levante, las notas, los recuerdos
y una queja que se movía bajo las ramas de una verja.

Allí seguía latiendo perdida y pesarosa
la huella que borraste en la luz de mi mirada
que sufría el gesto caprichoso,
las ansias peregrinas
que dejaste que anidaran en un balcón de mi costado
y nunca los arrancaste del laberinto de mi alma.

Te quise y no sé si me arrepiento,
cuando te veo emerger
de nuestros espigones como si fueras otra,
como si nunca hubieras vuelto del exilio
al que tú misma te desterraste
mientras se levantaban las hojas de los sauces en tus ojos.



Cuando mueran los poemas
en mi cuaderno
y aparezcan en tu rostro
en la calle de la ausencia
no será culpa 
del rapsoda que persista
en los muros de la yedra
sino que será mi culpa,
para siempre, derramada 
y solo mía.
como un templo abandonado
en el crepúsculo
que ya no escucha a los dioses 
mientras caen en tus ojos.

***

como la mano que un día me ofreciste
cuando ya no podía
fijarla en los tabiques densos y supurantes
 de una sombra profunda, fría y adulterada
que no supo cerrarse en la puerta de mi memoria;
era una hoja grave en un diario
que no querías guardar en tu equipaje de quimeras,
la palabra de un amante sepultada
por las cenizas de un jardín en el trastero,
un sueño moribundo
que alentar no quisiste con los labios,
una espera
cuando ya había pasado el tranvía
con el corazón de Chopin en la vitrina turbia
que envuelve el levante, las notas, los recuerdos
y una queja que se movía bajo las ramas de una verja.

Allí seguía latiendo perdida y pesarosa
la huella que borraste en la luz de mi mirada
que sufría el gesto caprichoso,
las ansias peregrinas
que dejaste que anidaran en el balcón de mi costado
y nunca los arrancaste del laberinto de mi alma.

Te quise y no sé si me arrepiento,
cuando te veo emerger
de nuestros espigones como si fueras otra,
como si nunca hubieras vuelto del exilio
al que tú misma te desterraste
mientras se levantaban las hojas de los sauces en tus ojos.

Cuando mueran los poemas
en mi cuaderno
y aparezcan en tu rostro
el largo manto
de la calle de la ausencia
no será culpa 
del rapsoda que persista
en remover la memoria 
de los muros sino mía,
para siempre, derramada 
y solo mía.
como un templo en el crepúsculo
 abandonado
que ya no escucha a los dioses 
mientras caen en tus ojos
y cruzan el olvido.

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.