domingo, 12 de mayo de 2019

Me dejó a solas cons su triunfo y con mi muerte

Me dejó a solas con mi triunfo y su muerte.
(José Emilio Pacheco)

Cuando mueran los poemas
en mi cuaderno
y aparezcan contigo en la calle de la ausencia
no será culpa del rapsoda que grite en los muros
sino mía,
para siempre, solo mía y derramada
como un templo abandonado
en el crepúsculo
que ya no escucha a los dioses mientras caen,
como la mano que un día me ofreciste
cuando ya no podía
fijarla en los tabiques densos y supurantes
 de una sombra profunda y adulterada
que no supo cerrarse en mi pecho;
era una hoja grave en un diario
que no querías guardar en tu equipaje de quimeras,
la palabra de un amante sepultada
por las cenizas de un jardín y una alegría,
un sueño moribundo
que alentar no quisiste con los labios,
una espera
cuando ya había pasado el tranvía
con el corazón de Chopin en la vitrina turbia
que envuelve el levante,
las notas y los recuerdos,
una queja que se movía bajo las ramas de una verja.

Allí seguía latiendo pesarosa y perdida 
la huella que borraste en la luz de mi mirada
que sufría el gesto caprichoso
de las ansias peregrinas
que dejaste que anidaran en un balcón de mi costado
y nunca la arrancaste del laberinto de mi alma.

Te quise y no sé si me arrepiento,
cuando te veo emerger
de nuestros espigones como si fueras otra,
como si nunca hubieras vuelto del exilio
al que tú misma te desterraste
mientras se levantaban las hojas de los sauces en tus ojos.

***


Es cierto que no vuelve lo que nunca pasó
y siempre se hace tarde cuando el alma se agrieta
y se va la esperanza
como una mariposa que atraviesa las nubes
y empapa la tristeza de su vientre
en la presencia oscura que guarda los rescoldos
de un deseo ferviente que resiste en la sangre.

No volverás, lo sé, pero te espero al alba
con la flor en los labios
de la mirada quieta en la eterna sonrisa
de una estrella fugaz
que caerá en tu olvido cuando hierva el recuerdo.

***

26 de abril de 2019

Me dejó a solas con mi triunfo y su muerte.
(José Emilio Pacheco)

Cuando mueran los poemas
en mi cuaderno
y aparezcan contigo en la calle de la ausencia
no será culpa del rapsoda que grite en los muros
sino mía,
para siempre, solo mía y derramada
como un templo abandonado
en el crepúsculo
que ya no escucha a los dioses mientras caen,
como la mano que un día me ofreciste
cuando ya no podía
fijarla en los tabiques densos y supurantes
 de una sombra profunda y adulterada
que no supo cerrarse en mi pecho;
era una hoja grave en un diario
que no querías guardar en tu equipaje de quimeras,
la palabra de un amante sepultada
por las cenizas de un jardín y una alegría,
un sueño moribundo
que alentar no quisiste con los labios,
una espera
cuando ya había pasado el tranvía
con el corazón de Chopin en la vitrina turbia
que envuelve del Este cuando el rumbo se ha perdido,
las notas y los recuerdos,
una queja que se movía bajo las ramas de una verja.

Allí seguía latiendo pesarosa y perdida 
la huella que borraste en la luz de mi mirada
que sufría el gesto caprichoso
de las ansias peregrinas
que dejaste que anidaran en un balcón de mi costado
y nunca la arrancaste del laberinto de mi alma.

Te quise y no sé si me arrepiento,
cuando te veo emerger
de nuestros espigones como si fueras otra,
como si nunca hubieras vuelto del exilio
al que tú misma te desterraste
mientras se levantaban las hojas de los sauces en tus ojos.

***


Es cierto que no vuelve lo que nunca pasó
y siempre se hace tarde cuando el alma se agrieta
y se va la esperanza
como una mariposa que atraviesa las nubes
y empapa la tristeza de su vientre
en la presencia oscura que guarda los rescoldos
de un deseo ferviente que resiste en la sangre.

No volverás, lo sé, pero te espero al alba
con la flor en los labios
de la mirada quieta en la eterna sonrisa
de una estrella fugaz
que caerá en tu olvido cuando hierva el recuerdo.

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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.