domingo, 12 de mayo de 2019

Como un pájaro perdido

Te desearé en las escalinatas que no conoces,
pensando en la amargura que me trae la sombra,
que se adueña de cada habitación que cruzo
como un pájaro que ha perdido la paz,
y espera en la puerta del museo 
que no supo guardar la inocencia de tu blusa,
en la soledad del puente donde muere la rosa 
y pasan los recuerdos, 
en el arco que mece las cenizas de la tarde 
mientras me hiere el aire que siempre llega 
con la sábana de tu rostro
y me dice que ya no serás la misma,
que pensarás en mí en cada latido,
que llorarás el filo de mi ausencia
pero no podré verte con los ojos de antes. 

***

Miro los edificios de nuestra adolescencia
sabiendo que los amigos no siempre lo fueron, 
que mi amante no me esperó en la orilla 
inabordable de su arco y sus ideas;
nunca admitió que las flores mueren 
cuando llega la noche a los pétalos caídos,
que cada héroe lleva un monstruo en las entrañas,
que el tiempo nos devora 
aunque hayamos vivido el despertar de un sueño, 
aunque siga tu sonrisa en una urna clara
y se despliegue como una oda 
que arde en los labios del recuerdo
y persista en los derrubios
edificados por la profundidad de los tejados,
por las reminiscencias de una palabra
de reconciliación perdida en el viento.

***

Siempre arrastré las llagas de tu culpa 
y lloré por las cartas que no quise leer, 
por las llamadas 
que no quise escuchar
mientras me acorralaba tu presencia y tu vestido
en una sala oscura que nunca frecuentaste
y me miraba como si fuera un hijo de las sombras, 
lloré por el rechazo 
que ahondaba en mis venas
de todo lo que me llegaba de ti en esos días.

Regresé de la muerte para hablarle a la soledad
y sentir en su desierto
 el miedo y el aullido de los profetas olvidados,
las islas abandonadas que emergían 
entre los edificios derruidos
de una ciudad antigua que no podía acogerme
sin tus brazos, tu recuerdo, tu esperanza,
escribí palabras de amor en el corazón del puente
que no quería llevar tu nombre
y no esperaba nadie entre la gente solitaria
que duerme en la calle y no encuentra otro camino,
sufrí en los lugares que tuvieron nuestra risa,
en el desapego que sentiste 
por tu propia imagen en mi desvelo,
por las ideas que ya no cultivabas en el jardín 
erigido por las ramas de mi fragilidad y mis temores,
por la memoria de la niña que jugaba 
entre mis notas y el olvido,
que no conoce el rumor de las hojas, 
la sangre clara que brota en los veneros,
ya no mira el interior de la colina cuando la tarde se pierde,
y no vuelve a tu rostro.

***

Vuelvo al tiempo de los besos acorralados, 
de los sueños erguidos en el parque de plata
que ya no nos espera, 
al laurel de la India que nunca se marchita,
a los bancos de piedra que ya no son los mismos
ni recogen la firma de tu mano nerviosa
pergeñando los vuelos profundos de una rima,
como si quisiera gritarte 
lo que te quería en las rosas,
en los recovecos de los jardines de las murallas, 
en el pequeño foso del suicida
que aún guarda el color de nuestras nubes,
en el velo del mar que atraviesa 
la pulpa de los naranjos del paseo que oscurece,
como si quisiera abrazarte de nuevo
en los surcos del agua 
que se adentra en la noche de las barcas perseguidas
que gimen en la arena
como una sirena que ha perdido el canto
y horada con los ojos su amargura, 
en los espigones derruidos por el salitre y las olas
donde la luna araña tu sombra sobre la tierra del camino.

***


Estuve en la oscuridad mucho tiempo, 
no puedes pedirme que mire por la ventana, 
que desee volver a la herida 
luminosa de tus mares,
a las velas encendidas de mi naufragio ansiado.

Salgamos por la noche; busquemos lo perdido
en el rumor del puerto,
en la soledad de la taberna cuando la música se apaga,
pensemos en la niebla que azotaba la escollera
cuando me amaste sin saberlo
ese agosto que encallaron tus encantos
en mi cálida lujuria, en mi alma peregrina.

La voz de las farolas ya no podrá dañarme,
pensaré que tuve el resplandor 
de tu recuerdo ardiente en una esquina,
el silencio de tu piel mortificando mis labios
cuando podía mirarte en el zaguán de los deseos
con la esperanza firme
de que todos tus pensamientos me buscaban
y las nubes me empujaban siempre a tus orillas.

Ahora vuelven los vientos al llano escarpado
que emite tu latido más denso  y entrañable,
a la verbena desgajada que recoge el pergamino
de las botellas mecidas por las olas,
de los acantilados donde el mar busca la muerte
y no encuentro las alas de tus brazos en cruz,
no se ha tejido un manto 
para cubrir la capilla desangrada de tu culto,
para entregarte las manos que acariciaron tus copas.

***


No volveré a ser aquel que te esperaba
en el sol declinante de los embarcaderos,
seguiré otro camino entre los matorrales 
y las ansias de vivir 
en las arterias lentas de una isla 
con el reloj de sombra aletargado.

No somos los primeros 
que se dijeron adiós mientras se amaban, 
que plegaron las velas 
cuando llegaron los vientos bendecidos, 
que invocaron el infierno durante los días dichosos
que fundieron los besos con las lágrimas.

Nuestros pasos no son los únicos
que se borraron 
en el vientre del agua.
Nuestro dolor es el mismo de los santos
que desgarraron sus huellas en el altar de la tormenta

El amor que ilumina, a veces, encadena
y hace que te sientas un faro apagado 
cuando te enfrentas al dolor bruno de la tormenta.

No somos los únicos que pecaron por amor, 
que enfilaron su barca contra las escolleras 
de los sueños perdidos, las flores esparcidas, 
que escribieron sus promesas en la playa
mientras subía el mar de los deseos

No somos los únicos que han muerto 
de amor y siguen caminando 
como un fantasma que no encuentra sus ojos,
que ha olvidado su nombre 
pero se acuerda de tu mirada.

***

Estaré siempre 
fumándome el mismo cigarro 
mientras te espero, 
en una servilleta habré construido
la insoportable gravedad del humo 
en los vidrios quebrados con tu nombre,
la inmensidad de una última caricia 
que se hunde en los labios carnosos del levante
cuyo rumor aún te asusta y te llama.

Estás ahí, en ese trozo de papel borrado
que ya no nos habla de cambios y justicia, 
porque estabas en mi orgullo,
en la voluntad de amarte por encima de la muerte,
en mi sombrero y mi camisa
como la nube de polvo que mecía cada mañana 
los vestigios de las canciones perseguidas 
que se perdieron en la taberna de la noche,
en el vuelo nervioso de una golondrina 
llorosa. ebria y ensangrentada. 

La isla no me dijo que sería fácil 
encontrar un camino,
es duro`aprender a vivir con el silencio, 
constatar que no hemos dejado de llevar 
a los mártires a la hoguera,
de tejer una corona de indiferencia 
sobre la herida de los amantes 
que fueron derrotados por el clamor del puerto. 

Vuelvo a esa fotografía con las ansias 
de retener un instante
lo que no supe vivir ni poseer,
de contemplar tu mirada de entonces 
aunque estés en otro destierro y en otras lenguas,
de arrancarte del mar 
que nos alejó de nuestra deriva,
del poema sin luz.que alumbraba los tugurios
enclavados en la lonja y en las sierpes,
en el corazón que aún vibra
con los besos que no llegaron a derribar los muros,
con el halo inmortal de tu recuerdo en el muelle. 

Vuelvo a la sonrisa que me escondías 
en los días  de licor y de cerezas,
recordaré las lágrimas que arrastraban lo perdido,
la soledad de la playa 
cuando los niños se habían marchado
y la iglesia se convertía en una isla,
miraré en las paredes que resisten en el tiempo
en tu retrato húmedo 
que yace sobre un manto vencido,
sobre una promesa de amor escrita en el agua.



Estaré siempre en esta terraza
fumándome el mismo cigarro 
mientras te espero, 
en una servilleta habré construido
un poema de amor desesperado 
con los vidrios quebrados de tu ausencia,
la inmensidad de una última caricia 
que se hunde en los labios carnosos de la resaca
cuyo rumor aún te asusta y llama a tu ventana.

Estás ahí, en ese trozo de papel borrado
que ya no habla de cambios y de justicia, 
porque estás en mi mente cuando duermes,
en el deseo de amarte por encima de la muerte,
en mi sombrero y mi camisa
como la nube de polvo que mecía cada mañana 
los vestigios de las canciones perseguidas 
que se perdían en la taberna y el vino por la noche,
en el vuelo nervioso de una golondrina 
llorosa. ebria, torpe y ensangrentada. 

La isla no me dijo que sería fácil 
encontrar un camino,
es duro`aprender a vivir con el silencio, 
constatar que no hemos dejado de llevar 
a los mártires a la hoguera,
de tejer una corona de indiferencia 
sobre la herida de los amantes 
que fueron derrotados por el clamor de los estadios. 

Vuelvo a esa fotografía con las ansias 
de retener un instante
que no supe vivir ni poseer,
de contemplar cómo era tu mirada  
aunque estés en otro destierro y en otras lenguas,
de arrancarte del mar 
que nos alejó de nuestra deriva,
del poema sin luz.que alumbraba los tugurios
enclavados en la lonja y en las sierpes,
en el corazón que aún vibra
con los besos que no llegaron a derribar los muros,
con el halo inmortal de tu recuerdo en el muelle. 

Vuelvo a la sonrisa que me escondías 
en los días de licor y de cerezas,
recordaré las lágrimas que arrastraban los sollozos
con cada canción que se clavaba en lo perdido  ,
la soledad de la playa 
cuando los niños se habían marchado
y la iglesia se convertía en una isla,
miraré en las paredes que resisten las estaciones
en tu retrato húmedo 
que yace sobre la capa de un vencido,
sobre una promesa de amor escrita en el agua.

***


No volveré a ser aquel que te esperaba
con la gracia de los dioses en la mano
en el sol declinante de los embarcaderos,
seguiré otro camino entre los matorrales 
y las ansias de vivir 
en las arterias lentas de una isla 
con el reloj de sombra aletargado.

No somos los primeros 
que se dijeron adiós mientras se amaban, 
que plegaron las velas 
cuando llegaban los vientos bendecidos, 
que invocaron el infierno durante los días dichosos
que fundieron los besos con las lágrimas.

Nuestros pasos no son los únicos
que se borraron 
en el vientre del agua.
Nuestro dolor es el mismo de los santos
que desgarraron sus huellas en el altar de la tormenta

El amor que ilumina, a veces, encadena
y hace que te sientas un faro apagado 
cuando te enfrentas al dolor bruno de la tormenta.

No somos los únicos que pecaron por amor, 
que enfilaron su barca contra las escolleras 
de los sueños perdidos, las flores esparcidas, 
que escribieron sus promesas en la playa
mientras subía el mar de los deseos

No somos los únicos que han muerto 
de amor y siguen caminando 
como un fantasma que no encuentra sus ojos,
que ha olvidado su nombre 


pero se acuerda de tu mirada.

***

No volveré a ser aquel que te esperaba
con la gracia de los dioses en la frente
en el sol declinante de los embarcaderos,
seguiré otro camino entre los matorrales 
y las ansias de vivir 
en las arterias lentas de una isla 
que avanza en el recuerdo de los mitos
con el reloj de sombra aletargado.

No somos los primeros 
que se dijeron adiós mientras se amaban, 
que plegaron las velas 
mientras llegaban los vientos bendecidos, 
que invocaron el infierno durante los días dichosos,
que fundieron los besos con las lágrimas.

Nuestros pasos no son los únicos
que se borraron en las mejillas del viento, 
en el vientre del agua.

Pero nuestro dolor de espinas atravesadas
no es el mismo de los mártires
que desgarraron sus huellas en el altar de los verdugos;
volveremos a sonreír
cuando el ocaso ascienda en el recuerdo de un hechizo.

El amor que ilumina, a veces, encadena
y hace que te sientas un faro apagado
cuando llega la noche a tu rostro afligido 
y te enfrentas al dolor negro de la tormenta.

No somos los únicos que pecaron por amor, 
que enfilaron su barca contra las escolleras 
de los sueños perdidos,
que escribieron sus promesas en la playa
mientras subía el mar de los deseos enmarañados.

No somos los únicos que han muerto de amor
y siguen caminando,
voy hacia aquel vestido rasgado en una fiesta,
hacia el clavel que tuviste en la boca 
como un fantasma que no encuentra sus ojos,
que ha olvidado su nombre en la memoria de un poema,


pero cree que alguna vez me diste y se acuerda de tu mirada.

***

No volveré a ser aquel que te esperaba
en el sol declinante de los embarcaderos
con la gracia de los dioses en la frente
con tu timón atado a la cintura,
seguiré otro camino entre los matorrales 
y las ansias de vivir 
en las arterias lentas de una isla 
que avanza en la memoria de los mitos
con el reloj de sombra aletargado.

No somos los primeros 
que se dijeron adiós mientras se amaban, 
que plegaron las velas 
mientras llegaban los vientos bendecidos, 
que invocaron el infierno durante los días dichosos
mientras fundían los besos con las lágrimas.

Nuestros pasos no son los únicos
que se borraron
en las mejillas caprichosas de los vientos,
en el polvo del interior de las colinas
que perdieron el camino en el vientre del agua.

Pero nuestro dolor de espinas atravesadas
no es el mismo de los mártires
que desgarraron sus huellas en el altar de los verdugos;
volveremos a sonreír
cuando el ocaso ascienda en la remembranza de un hechizo.

El amor que ilumina, a veces, encadena
y hace que te sientas un faro apagado en la distancia
cuando llega el silencio a tu rostro afligido 
y te enfrentas al dolor cinerario de una urna en la tormenta.

No somos los únicos que pecaron por amor, 
que enfilaron su barca contra las escolleras 
de los abrazos enmarañados,
que escribieron sus promesas en la puerta de la playa
mientras subía la marea de los deseos perdidos.

No somos el paradigma de los peregrinos ciegos
 que han muerto de amor
y siguen caminando,
voy hacia aquel vestido rasgado en una fiesta taciturna,
hacia el clavel de cenizas que tuviste en la boca 
como un fantasma que no encuentra sus ojos,
que ha olvidado su nombre
en una cuesta abrupta
que no puede someter entre los cables y los coches
aunque se acuerde de tu olvido
y piense en la noche profunda en el fulgor de tu mirada.

***

No volveré a ser aquel que te esperaba
en el sol declinante de los embarcaderos
con la gracia de los dioses en la frente
con tu timón atado a la cintura,
seguiré otro camino entre los matorrales 
y las ansias de vivir 
en las arterias lentas de una isla 
que avanza en la memoria de los mitos
con el reloj de sombra aletargado.

No somos los primeros 
que se dijeron adiós mientras se amaban, 
que plegaron las velas 
mientras llegaban los vientos bendecidos, 
que invocaron el infierno durante los días dichosos
mientras fundían los besos con las lágrimas.

Nuestros pasos no son los únicos
que se borraron
en las mejillas caprichosas de los vientos,
en el polvo del interior de las colinas
que perdieron el camino en el vientre del agua.

Pero nuestro dolor de espinas atravesadas
no es el mismo de los mártires
que desgarraron sus huellas en el altar de los verdugos;
volveremos a sonreír
cuando el ocaso ascienda en la remembranza de un hechizo.

El amor que ilumina, a veces, encadena
y hace que nos sintamos un faro apagado en la distancia
cuando llega el silencio a los rostros afligidos
y nos enfrentamos al dolor cinerario de una urna
que no guarda los besos.

No somos los únicos que pecaron por amor, 
que enfilaron su barca contra las escolleras 
de los abrazos enmarañados,
que escribieron sus promesas en la puerta de la playa
mientras subía la marea de los deseos perdidos.

No somos el paradigma de los peregrinos ciegos
 que han muerto de amor
y siguen caminando,
voy hacia aquel vestido rasgado en una fiesta taciturna,
hacia el clavel de cenizas que tuviste en la boca 
como un fantasma que no encuentra sus ojos,
que ha olvidado su nombre
en una cuesta abrupta
que no puede someter entre los cables y el gentío
aunque se acuerde de tu olvido
y piense en la noche profunda en el fulgor de tu mirada.

***

19 de abril de 2019

Regresé de la muerte para hablarle a la soledad
y sentir en su desierto
 el miedo y el aullido de los profetas olvidados,
las islas abandonadas que emergían 
entre los edificios derruidos
de una ciudad antigua que no podía acogerme
sin tus brazos, creer en la esperanza sin tu tu recuerdo,
escribí palabras de amor en el corazón del puente
que no quería llevar tu nombre
y no esperaba a nadie entre la gente solitaria
que duerme en la calle y no encuentra otro camino,
sufrí en los lugares que tuvieron nuestra risa,
en el desapego que sentiste 
por tu propia imagen en mi desvelo,
por las ideas que ya no cultivabas en el jardín 
erigido por las ramas de mi fragilidad y mis temores,
por la memoria de la niña que jugaba 
entre las notas de mi música y el olvido.

Ya no conoces el rumor de las hojas, 
la sangre clara que brota en los veneros,
ya no miras el interior de la colina cuando la tarde se pierde,
y esa niña no vuelve a tu rostro.

***

8 de mayo de 2019


Siempre arrastro las llagas de tu culpa 
y lloro por las cartas de mi madre que no quise leer, 
por las llamadas 
que no quise escuchar porque venían de tus labios
mientras me acorrala tu presencia 
y tu vestido
en una sala oscura que nunca frecuentaste
donde me lamento como el pájaro
que amó la luz en otra ventana abierta 
y ya no puede cantar
que me mira como si fuera un hijo de las sombras, 
un ángel acorralado en su tormento remoto.

He sufrido  por mi cobardía y el rechazo 
que ahonda en mis venas cuando abro
las palabras de amor que aún me quedan
y me recuerdan a la muchacha que vencida 
miraba la ceguera de mis ojos 
en la bruma dolorosa de esos días
que conserva tu voz,
se mira en tu espejo, lleva tu nombre
 aunque no tenga tu rostro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.