Es triste que no vuelvas a escribir tu mirada
en el álamo que muere
en los lindes pensativos de la Huerta
donde yacen los coches agolpados,
en tu camisa blanca aventando las ramas del azul.
Es triste que no vuelvas a dejarnos la imagen fugitiva
de la muchacha ebria de soledad
que abría la crónica nocturna de amor cada mañana
en el cielo claro
y sonreía con tristeza al rostro del Poniente.
*** *** ***
Pienso que siempre recorrerás las llagas del sudario
de un mártir que no supo morir
y vuelve a su tormento en tus pupilas,
el grito de una hoguera que agrieta los vestigios de los presos
que creyeron en el hombre
y agonizan llorando en los pasos de la Luna.
La marea que expira
en la Laja Grande inundada por las nubes de los niños,
el muelle derruido por un poema de amor
que no encuentra las venas ni el nombre en sus heridas,
el almacén de redes a otros rezos abandonado
y la memoria íntima que fluye en los veneros
y esparce por la muerte soledades
mientras las barcas persiguen con rabia
una bandera
que calme con sus cruces la mirada de los vientos,
la angustia del viajero que no encuentra
su sombra en el destino
de los círculos del agua que recogen los escombros
y el epitafio del destierro que murmura la tollina.
Esa muchacha que aún sostiene
en el vuelo de su vestido una paloma de las flores
y el rumor de eucalipto que embriaga la Bodega
se enamorará del hombre que acude cada día a la oficina
y archiva los misterios
pensando que el amor no se ha perdido
aunque hunda su tristeza en el mástil de Wall Street
cuando recuerda sus caídas,
aunque los crisantemos
visiten las gargantas rasgadas de un sollozo
en las Piedras Mellizas que duermen en el olvido
aunque la espuma ahogue los brotes de esperanza
y la sonrisa,
aunque el Tarajal vuelva a vivir la sangre en sus arenas
y una novia no recuerde la ruta del templo
donde guardó una corona de alhucemas
en la tumba vacía donde los sueños encontraron la muerte
mientras iban de las lágrimas de los barcos al silencio de la playa.
*** *** ***
Ahora solo queda ladrar contra el olvido,
encender una vela en el vientre
de los versos que pasaron
mientras sonaban los remos de los luceros en el alba
cegados por la mano de la luna,
mientras la mariposa se adentraba en la tinta que nos aleja
y la muerte escribía una plegaria con sus alas
trémulas sobre la sangre
donde cantaron su última soledad los náufragos
que se ahogaron en el desierto de las almas.
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.