domingo, 12 de mayo de 2019

Regreso - Revisar


1

Regreso a los escombros confusos del pasado,
a la acera desierta en donde te esperaba
regreso a las estelas de la herida
que se adentra en el llanto de las ninfas varadas
y mece tu tristeza por la arena 
como un héroe ciego que ha perdido la gracia
de la sangre en su rostro
y se encierra en la luz siniestra de su jaula.

2

La lira polvorienta del olvido
no sostiene las cuerdas, no siente la cantata
que corona el ramaje denso de los laureles
y golpea las venas de una isla acosada
como una bailarina en una noche fúnebre
el suelo misterioso en las entrañas
que levantan las urnas de cenizas ardientes
y vierten con los ojos su amargura en el alba.

3

Regreso a los veneros que fluyen temblorosos
en los surcos que rompen la ensenada 
y el parque derrotado por el tiempo y la noche 
donde las hojas secas se derraman 
sobre el lecho de tierra que acoge tu memoria
y convierte tus labios en una encrucijada
de caricias errantes y perdidas
que nunca se han movido de mi boca angustiada;
te llaman con mis manos, riegan la soledad
del jardín prisionero de las lágrimas,
de los ojos oscuros que brillaron
tristes entre los muertos y la nada
y atraviesan el pájaro que teje tu silencio
 en la estrella sin luz de la ventana.

4


Es cierto que no vuelve lo que nunca pasó
y siempre se hace tarde cuando el alma se agrieta
y se va la esperanza
como una mariposa que atraviesa las nubes
y empapa la tristeza de su vientre
en la presencia oscura que guarda los rescoldos
de un deseo ferviente que resiste en la sangre.

No volverás, lo sé, pero te espero al alba
con la flor en los labios
de la mirada quieta en la eterna sonrisa
de una estrella fugaz
que desciende a tu olvido cuando hierve el recuerdo.

5


He bajado a la playa oscura de los matorrales
que gritan en las piedras y duermen en los muros
donde vive para siempre la muerte de un poeta
con la barca astillada
que surca una ventana oscura de silencio
en el índigo profundo que ennegrece 
la fábrica abandonada en el corazón de la escollera.

Arrastro por la noche de un mirlo la tristeza  

del muelle destrozado por las sombras del levante,
los escombros que cubren el barranco de la fragua
y visten de misterio
 la alegría de la luna  que vuela en la memoria 
para liberar del lazo al painico de una infancia
feliz y acorralada 
entre los arenales de los pasos sonrientes
que juegan en el olvido a las ansias de vivir
y deshojan los temidos crisantemos 
que colman la escalera de los más largos días, 
de las cerezas perdidas más amargas y recordadas.

6


Cubre la libertad las alas de tu vuelo,
las baldosas que muestran la sangre del camino,
el velo de una lágrima
con un himno callado que destierra
las velas de los palos que recogen el signo
de unos tiempos amados
con banderas perdidas que devoran el viento,
los lienzos y el retrato del pintor miserable
que muerde en las farolas la sombra de tu rostro
y firma con los surcos que le ha dejado el hambre
el rastro del olvido
en los acantilados profundos de tu espera,
en la luna de piedra que acoge tu desierto.

7


Regresé de la muerte para hablarle a la soledad
y sentir en su desierto
 el miedo y el aullido de los profetas olvidados,
para hundir las islas abandonadas 
que emergían 
entre los edificios derruidos
de una ciudad antigua que no podía acogerme
sin las sábanas húmedas de tus brazos, 
ni creer en la esperanza del recuerdo,
escribí palabras de amor en el corazón del puente
que no quería llevar tu huella
y no esperaba a nadie entre la gente solitaria
que pasa por la calle y no encuentra otro camino,
sufrí en los lugares que tuvieron nuestra risa,
en el desapego que sentiste 
por tu propia imagen en el cuarto de mi desvelo,
por las ideas 
que ya no cultivabas en el jardín
erigido por las ramas de mi fragilidad y mis temores,
por la memoria de la niña que jugaba 
entre las notas de mi música 
y un corazón roto y desesperado.

Ya no conoces el rumor de las hojas
en el alma fugaz de los jazmines, 
la sangre clara que brota en los veneros,
ya no miras el interior de la colina 
cuando la tarde se pierde en las miradas,
y esa niña en blanco y negro 
con el cabello en la frente,
sufre con amargura mi derrota,
llora en los relojes por la crueldad de las horas,  
ya no escribe mi nombre en la torre 
devastada de su candor,
no mira la soledad del hombre ante la muerte, 
no vuelve a las sandalias profundas de tu rostro.

8


Estuve en la oscuridad mucho tiempo, 
no puedes pedirme ahora que me asome a tu mirada
y salga a las calles 
con una rosa blanca en la mano, 
que desee volver a la niebla 
luminosa de tus mares,
a las velas encendidas de un desastre anunciado.

Salgamos por la noche; busquemos lo perdido
en el rumor del puerto,
en la soledad de la taberna cuando la música se apaga,
pensemos en la espuma que azotaba la escollera
cuando me amaste sin saberlo
ese agosto que encallaron tus encantos
en la cálida lujuria de mi alma atormentada.

La voz de las farolas ya no podrá dañarme,
desvelaré que tuve el resplandor 
de tu vestido ardiente en una esquina,
el silencio de tu piel mortificando mis labios
cuando podía mirarte en el zaguán de los deseos
con la esperanza firme
de que tus pensamientos me buscaran
y las nubes me llevaran al encaje caído de tus medias.

Ahora vuelven los vientos al llano escarpado
que emite tu latido más denso  y entrañable,
a la verbena desgajada de tu barrio
que recoge el pergamino
de tu mensaje ahogado por las olas y las lágrimas
en los acantilados donde el mar busca la muerte.

Y no encuentro la cruz de tus brazos en el camino,
no se ha tejido un manto de recuerdos
para entregarte las manos que acariciaron tus copas,
para cubrir la capilla desangrada de tu culto.



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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.