Es difícil hablar de Antonio Machado en estos momentos en los que absolutamente nadie duda de su maestría, enfrentarnos cada 22 de febrero a su muerte, pensar que esta representa a la de otros muchos españoles que murieron en circunstancias parecidas, y que cuando se produjo prevalecía el pensador sobre el poeta; ese hombre bueno de tono sentencioso empapado de sabiduría popular y ansias regeneradoras no podía volver la espalda a la realidad, no podía evitar que brotaran las gotas de sangre jacobina que había en sus venas, como bien dijo en su autorretrato. Quizás la España a la que tanto amaba y cuyas costumbres criticaba y denunciaba con amargura había acabado atrapada entre dos pesadillas.
Recuerdo que conocí el nombre de la localidad francesa de Collioure cuando empezaba mi adolescencia a través de Serrat y el disco antológico que le consagró al poeta sevillano. Antonio había sobrevivido a tanto olvido por una altura literaria tan grande que había sobrevolado el estigma de su pasado republicano e, incluso, tenía su espacio en los libros de bachillerato. Poco marca más que esa edad y esos libros en los que, a veces, solo venía un verso suelto que nos servía como ejemplo de alguna figura retórica o, como mucho, una estrofa para dejarnos constancia de la belleza de un serventesio que nunca olvidaríamos y que representaba algo nuestro que no podíamos definir pero reconocíamos con claridad y la utilizaríamos para representar, a poco que se terciara, lo que creíamos eterno o merecía serlo. Creo que aquellos niños que acogimos aquella poesía como si ya perteneciera a algo que estaba en nuestro interior no hubiéramos podido explicar aquel encuentro o haber percibido como un hombre se fundía con el mundo de los otros, con las preocupaciones de un país y de un momento que no acababan de despertar y cuya toma de conciencia y el abandono de antiguos ropajes acabaría suponiendo la aportación capital de Machado a la poesía y el camino que, en mayor o menor medida, siguieron los poetas que pudieron acercarse a su obra y nunca quisieron dejarla atrás porque pensaron que se hacía más moderna cuanto más tiempo pasaba, nos seguimos emocionando cuando encontramos una buena muestra de su huella.
Hará unos cuatro años asistí a una representación de los últimos días de la vida de Antonio Machado, desconozco las consideraciones críticas que había sobre ella, solo sé que llegué a conectar con lo que pretendía, pude tocar la tristeza de un hombre que sabía que ya no había un mañana, sus hondas reflexiones más acorraladas que nunca, incapaces de sacudirse ni un solo instante una atmósfera densa y deprimida, su perfil más político y militante ante las exigencias de una situación desesperada, se veían continuamente interrumpidos por los achaques y una presencia de la muerte que entristecía más aún la grisura del invierno y el sentimiento de que todo se había perdido; en el apartado personal y en el colectivo. Tampoco ayudaba el entorno; su madre, muy enferma, y totalmente desorientada, llegó a preguntar, cuando cogieron uno de los trenes en suelo francés, qué cuando llegarían a Sevilla.
Es sobrecogedor acercarse a Antonio Machado en sus últimos momentos, pensar en esa soledad que tantas veces se había movido en sus entrañas, en ese país que le dolía y al que veía arrodillado ante uno de los momentos más trágicos de su historia, en una pequeña localidad francesa cerca de la frontera que quedaría ligada para siempre a su nombre sin que pudiera saberlo. Tuvieron que pasar muchos años para que supiéramos de su existencia y aún no nos hemos puesto de acuerdo en cómo escribirla
El poeta, atrapado por una vejez prematura, con el dolor del presente, la ausencia de un futuro, podía estar, intentando encontrar la veta de su hondura, lejos de la ventana, en los días desapacibles de febrero que no habría de atravesar, recordando, quizás, su alma de poeta, la niñez que vibraba enigmática y añorada en el último verso que se encontró entre lo poco que tenía..
"En Collioure" es un homenaje sincero y sentido de un hombre sencillo de barrio obrero en la cumbre de su creatividad que se pone el traje gastado de un hombre bueno que tuvo una muerte injusta representando el destino de la libertad en su país.
17 de febrero de 2019
Hará unos cuatro años asistí a una representación de los últimos días de la vida de Antonio Machado, desconozco las consideraciones críticas que había sobre ella, solo sé que llegué a conectar con lo que pretendía, pude tocar la tristeza de un hombre que sabía que ya no había un mañana, sus hondas reflexiones más acorraladas que nunca, incapaces de sacudirse ni un solo instante una atmósfera densa y deprimida, su perfil más político y militante ante las exigencias de una situación desesperada, se veían continuamente interrumpidos por los achaques y una presencia de la muerte que entristecía más aún la grisura del invierno y el sentimiento de que todo se había perdido; en el apartado personal y en el colectivo. Tampoco ayudaba el entorno; su madre, muy enferma, y totalmente desorientada, llegó a preguntar, cuando cogieron uno de los trenes en suelo francés, qué cuando llegarían a Sevilla.
Es sobrecogedor acercarse a Antonio Machado en sus últimos momentos, pensar en esa soledad que tantas veces se había movido en sus entrañas, en ese país que le dolía y al que veía arrodillado ante uno de los momentos más trágicos de su historia, en una pequeña localidad francesa cerca de la frontera que quedaría ligada para siempre a su nombre sin que pudiera saberlo. Tuvieron que pasar muchos años para que supiéramos de su existencia y aún no nos hemos puesto de acuerdo en cómo escribirla
El poeta, atrapado por una vejez prematura, con el dolor del presente, la ausencia de un futuro, podía estar, intentando encontrar la veta de su hondura, lejos de la ventana, en los días desapacibles de febrero que no habría de atravesar, recordando, quizás, su alma de poeta, la niñez que vibraba enigmática y añorada en el último verso que se encontró entre lo poco que tenía..
"En Collioure" es un homenaje sincero y sentido de un hombre sencillo de barrio obrero en la cumbre de su creatividad que se pone el traje gastado de un hombre bueno que tuvo una muerte injusta representando el destino de la libertad en su país.
17 de febrero de 2019
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Debo tener en cuenta lo que me dijiste algún día y no escuchar tu silencio de ahora.